Lo que no sé de las nacionalidades. Respuesta a Juan Claudio de Ramón.

Juan Claudio de Ramón escribe en El Mundo contestando un artículo del lehendakari Urkullu en El País. “La tesis: la abolición del Estado liberal y su reemplazo por un zurcido plurinacional.”

Urkullu, según Juan Claudio es poco razonable, pero muy honesto; en mi opinión Juan Claudio es muy razonable… demasiado.

Juan Claudio es diplomático, ha estudiado, escrito y publicado sobre nacionalismo y federalismo, en Cataluña o Canadá:

Y en esa “prevaricación intelectual”, que amenaza repetir, ha compilado prolija y cartesianamente los conceptos de

– Imperio: por definición plurinacional;  

Estado democrático: no puede ser plurinacional porque “nacional” y “ciudadano” se equiparan.

Para mí, qué sabré yo, «ciudadano» y «nacional» no son conceptos idénticos. El “nacional” lo es aunque esté fuera (y con ello pierde algunos derechos y obligaciones), mientras que “ciudadanos”, en la acepción de «destinatarios de políticas públicas», se puede aplicar a los residentes, aunque no sean nacionales. Un sinónimo (poco trendy, ciertamente) es “administrado”.

Nación política sería el reconocimiento de derechos en una comunidad de iguales;

Nación cultural “flor de invernadero académico con la que los politólogos se ganan las habichuelas en sus congresos”.

“La nación cultural se extinguió con la Revolución Francesa”. Lo positivo, lo que dicen las leyes, lo mollar, lo importante, lo fetén, es la nación política, ese “demos superador”. Pero ese demos ha seguido superándose después de la Revolución Francesa, cuando, por ejemplo, las mujeres eran nacionales, pero no ciudadanas de pleno derecho.

En mi opinión, la nación cultural o étnica se ha mantenido por detrás y por debajo de la nación política, sigue operando como dispositivo al tiempo integrador y excluyente:

– En un estado tan democrático y republicano como el francés, la nacionalidad de descendientes argelinos sigue siendo problemática.

– En uno tan civilizado como Alemania, los descendientes de los «gastarbeiter» o «trabajadores invitados», provenientes de Europa del Este, no son, para muchos, «auténticos alemanes».

La nación es «un postulado» según Juan Claudio (un “plebiscito”, por decirlo con Renan), que se va actualizando, ensanchando, y hasta ahí estamos de acuerdo. No lo estamos en considerarla el postulado o plebiscito esencial, el “ámbito donde es legítimo quitarle a uno para darle a otro. Sin nación, no hay redistribución”. Hay muchos ámbitos, supra e infranacionales, dónde es legítima la redistribución, de forma espontánea o forzosa.

Juan bien conoce ¡me las enseñó él! la teorías de la democracia como marco incluyente y la de los círculos concéntricos de apego, pero, aunque su sistema aporta claridad conceptual, no se compadece con la complejidad de los hechos.

La nación política convive con otros inventos para ampliar “la escala de las sociedades humanas que se rigen por procedimientos democráticos”, sin ir más lejos: la UE.  

¿Lo ideal es tener una sola nación lo más abarcadora posible? Para ciertos casos, ¿no puede ser mejor atenuar el concepto hipostasiado de nación, reverberación de su pasado étnico-esencialista? ¿O inventar nuevos sistemas de convivencia y redistribución? La ONU, la Commonwealth, la mancomunidad, el Consejo Interdistrital, las despensas de barrio, la moderación de un chat…

La Constitución Española fue otro invento, no exento de necesarias ambigüedades.

– en su artículo 2 compagina “nación” con otro concepto deliberadamente polisémico y de disputada frontera con aquel: las “nacionalidades”. Así, en plural.

– en el Título VIII ofrece una hoja de ruta, no un marco definitivo a la distribución autonómica. Se afana inútilmente quien busque una solución ya dictada.

– en la disposición adicional primera, y esto es lo más acojonante, dice que “ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales” ¡Las jurisdicciones variables del siglo XVIII! Los privilegios que ni siquiera Franco eliminó totalmente.

Ya en su momento se dijo que la Constitución era el huevo de la serpiente. Y quien esto pensaba puede considerar hoy que, visto lo visto, tenía razón. (Así opina Juan sobre Zapatero.)

Yo opino que, dado que no podemos proveernos de otra nación, ideal,

lo máximo a lo que podemos aspirar es a un zurcido, otro más. Ojalá medio lustroso y que sirva al menos para una generación. 

Historiadores, antes que politólogos, pueden ayudarnos a ponderar estos conceptos, aunque se ensucien con la complejidad de lo concreto.

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