Banderas palestinas en la Vuelta

Por Ignatius J. Batelmo

Que no nos tomen por ingenuos: mezclar deporte y política ha sido algo tradicional en el último siglo (Ignatius J. Batelmo, El Listo de la Compra, 2016).

Ya es la tercera vez que acudo a este blog a tratar el mismo tema. Está claro que no se da esto sólo en los mundiales de fútbol o en los juegos olímpicos, como ya tratábamos en La droga del pueblo, sino que en todo tipo de deportes. Esta semana está de actualidad en la Vuelta a España 2025, pero en el ciclismo ha sido un elemento omnipresente, tal y como recoge Ramon Usall: manifestaciones, banderas, reivindicaciones en las carreras o carreras que sirven como reivindicación se han vivido en Europa occidental durante el último siglo.

Lo que ha ocurrido (y promete seguir sucediendo) estos días en la ronda ciclista española es el reflejo social de un amplio sentimiento en una parte importante de nuestra sociedad: la masacre de la población de Gaza a cargo del gobierno israelí de Netanyahu, el genocidio del pueblo palestino con la connivencia de potencias occidentales, ha llevado a la más absoluta indignación a una gran parte de la ciudadanía. Por supuesto que la invasión israelí se debió a un masivo e injustificable ataque terrorista por parte de Hamás, pero ya han hecho un daño cientos de veces superior al sufrido.

A ello debemos sumar que uno de los equipos que participa en la Vuelta se denomina Israel – Premier Tech; es de capital privado, ajeno al gobierno israelí, pero comparte sus fines. La ola de indignación por la matanza en Gaza se suma a que un equipo sionista participe y eso ha hecho enfurecer a las masas, hasta el punto de parar varias etapas en ciertos momentos e impidiendo que se disputara el final en la etapa de Bilbao.

Nos llama la atención que este equipo israelí también ha participado en el Tour de Francia o el Giro de Italia, además de en otras carreras de una semana o clásicas de un día, pero en ningún sitio se han producido protestas de la magnitud de España. En Francia tienen más fama de liarla parda en las protestas, pero siempre es por intereses personales, da la impresión, por temas solidarios no son tan gallitos. Eso sí, tampoco es de recibo lo que se está haciendo en nuestro país poniendo en peligro no sólo la carrera, sino la vida de los ciclistas y los manifestantes. Un ciclista puede ir a 60 km/h en un sprint, si llega a chocar con una persona a pie de frente el peligro de que algo grave ocurra a ambos es evidente. En conclusión, los fines son loables, la visibilidad en cada pueblo del recorrido es evidente, la puesta en peligro de la vida de la gente implicada es totalmente rechazable. Lo de que el fin justifique medios violentos ya lo hemos vivido demasiadas veces en este país y es hora de ponerle fin.

En este caso, el ciclismo, la Vuelta como evento televisado en directo durante varias horas, es sólo un medio más para enseñar banderas palestinas, llamar genocida al estado de Israel e intentar echar al equipo Premier Tech de la carrera. Esta expulsión, cuya decisión sólo corresponde a la Unión Ciclista Internacional (UCI), ha sido incluso apoyada públicamente por el gobierno de España. La política está metida hasta la médula del deporte, aunque a muchos no les guste, es una realidad.

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Como siempre, hay argumentos para defender que se siga protestando por este crimen internacional que está perpetrando el gobierno israelí, para que estas manifestaciones tengan la mayor visibilidad posible para que la sociedad internacional y los gobiernos de terceros países reaccionen de una vez. Pero también hay argumentos para defender que se haga sin interrumpir el trabajo de los ciclistas ni poner en peligro su vida y hacer que el deporte siga fluyendo como bien social de primer orden.

Para la dirección de la Vuelta «la situación no es fácil», como ha reconocido tras los incidentes Kiko García, director técnico de La Vuelta: «debemos buscar una solución y, para mí, solo hay una ahora mismo y es que el propio equipo Israel se dé cuenta de que estando aquí no facilita la seguridad de todos los demás». Desde este punto de vista, si el equipo Israel – Premier Tech abandona la carrera, se podría continuar con mucha más seguridad. Pero, ¿sería esto justo deportivamente? ¿Deben abandonar las selecciones israelíes del resto de deportes si hay manifestaciones violentas delante de los estadios de fútbol o baloncesto? Si nos rendimos a una solución impuesta porque las protestas dejen de ser democráticas y pasen a ser exacerbadas y que hagan peligrar la integridad física de las personas cercanas, daremos un ejemplo nefasto.

El problema está en las decisiones que deben adoptar Naciones Unidas, la Unión Europea, el Comité Olímpico Internacional o la UCI, que no tienen arrestos para hacer con Israel lo mismo que hicieron con Rusia cuando ésta invadió Ucrania. La presión política (y el dinero, está claro), siempre encuentran amparo en las frases «se han clasificado por resultados deportivos», lo cual es cierto, pero que no es un criterio que valga para las selecciones rusas porque simplemente no les permiten participar: la doble vara de medir. La hipocresía política de los máximos gobernantes tiene aquí su continuidad natural en el deporte.

Y contra esa hipocresía, surge la lucha política ciudadana en aquellos resquicios que deja el deporte para manifestarse. Es mucho más fácil hacerlo en el ciclismo, que es un deporte que ocurre por calles y carreteras con miles de accesos imposibles de controlar, que en estadios cerrados. En un mundo ideal, las banderas palestinas serían el paisaje idílico que rodea a la competición sin impedir el normal transcurso de la misma, pero es que en un mundo ideal Palestina sería un estado libre reconocido y protegido internacionalmente sin injerencias externas y sin terroristas.

Mientras que no tengamos un mundo ideal el deporte seguirá siendo el mero reflejo de la realidad política que nos rodea.

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*Foto de portada de Miguel Toña, propiedad de EFE

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