Música para viajar (VI): Finlandia, los 1.000 lagos

“En Finlandia sólo puedes ser tres cosas: granjero, borracho o piloto de rallyes, y yo conozco a varios que son las tres cosas”.

Markku Alen, piloto de rallyes

Por Ignatius J. Batelmo

[Lista de reproducción].

Cuando éramos jóvenes había mucha información en los medios de comunicación sobre el Mundial de Rallyes. Había pruebas que se transmitían en directo en España; se notaba que Carlos Sainz (padre) era aspirante al título, que alguna vez lo ganó y que más de una vez la pifió (¡trata de arrancarlo!). Además de este episodio en Gran Bretaña, difundían las pruebas de Montecarlo, Cataluña, San Remo, Acrópolis, Córcega… y uno de ellos era el Rally de los 1.000 Lagos, en Finlandia, cuna de grandes pilotos de coches como Juha Kankkunen, Tommi Mäkinen o Ari Vatanen, entre otros.

Finlandia es un gran país tranquilo, amplio, poco poblado, un paraíso para los renos y para los peces, con paisajes monótonos y arquitectura de diseño moderno, con cervecerías agradables y gente apacible, un lugar para recorrer sin estrés y para dejarse llevar. Desde las playas del sur a los bosques del norte, con largas planicies, escasas montañas y lagos, barcas, barbacoas y saunas para relajarse.

Un lugar ideal para que las atmósferas del post rock y los pianos te envuelvan. Lista de reproducción también aquí.

Los renos, cuando te miran, asustan

Si el viaje es en verano, es ideal comenzar por Aland Islands, mientras suena la parte más bucólica de Sigur Rós, un enclave independentista y con autonomía propia, donde con el buen tiempo es ideal darse un chapuzón y disfrutar del verde césped que llega hasta la orilla del mar.

En el sudoeste del país, encontramos Turku, una bucólica ciudad de terrazas junto al río, vida juvenil y artística, que fuera la antigua capital del país con un museo dedicado a Jean Sibelius, un compositor y violinista espectacular y una de las figuras más admiradas del país.

Desde el sur hacia el norte se debe ascender por la costa oeste: No está nada mal disfrutar de las bucólicas Rauma y Jakobstadt, ciudades con centros históricos construidos de casas completamente de madera y pintadas de diferentes colores. El mejor plan es deambular, comer fresas silvestres adquiridas en un mercado y llevarse algún disco de vinilo o una antigüedad en la variada red de tiendas vintage. Unas notas de Clint Mansell ambientarán el paseo.

El refinamiento sonoro que nos proporcionará Michael Nyman, nos deben servir para acercarnos a Seinäjoki, una pequeña Brasilia a la finlandesa: una ciudad, en medio de la nada organizada arquitectónicamente sobre el mapa por el deslumbrante Alvar Aalto, el más insigne de los arquitectos / diseñadores finlandeses. La biblioteca, el centro cultural, la iglesia, el ayuntamiento… edificios fascinantes que merecen mucho la pena.

Continuamos por el este hacia las playas cercanas a Vaasa antes de llegar a otra ciudad que merece la pena por esa mezcla de melancolía y modernidad, Oulu, donde los paisajes musicales los debe completar la distorsión de My Bloody Valentine. Desde allí hasta el Norte (Laponia) sólo nos quedan kilómetros de bosques y renos por casi todas partes, quizás con suerte algún mastodóntico alce, y mucha tranquilidad.

Rovaniemi, la patria chica de Santa Claus en Laponia, Polo Norte, no es más que un pequeño centro de visitantes para celebrar la Navidad todo el año. No es especialmente bonito, ni encantador, pero siempre se puede mandar una carta a los niños, con el sello y firma de Papá Noel, para que llegue en diciembre. Si os gusta caminar, una de los mejores rutas se encuentra cerca de Ruka (la más famosa estación de esquí del país), y es la «Ruta del Oso», Karhunkierros. Unas guitarras distorsionadas de For a Minor Reflection nos marcan el camino entres cascadas, lagos, animales salvajes y mucha paz en mitad de la naturaleza.

Cuanto más al norte nos adentremos, más oportunidades tendremos de presenciar uno de los espectáculos naturales más impresionantes del planeta: la aurora boreal os dejará boquiabiertos y con ganas de más. y, en todo caso, la contaminación lumínica es tan escasa en Laponia que la vía láctea y la cantidad de constelaciones que se pueden ver en verano siempre son un aliciente. Si llueve, siempre se puede mirar por la ventana a los renos que abundan por la zona mientras se escucha Mogwai o Tortoise.

La ruta más adecuada para volver al sur nos lleva a disfrutar la región de los Lagos. Esta es la mejor parte del viaje y debe priorizarse. Geográficamente, los alrededores de Kuopio pueden ser los ideales. Lo mejor es reservar tres o cuatro días para alquilar una cabaña apartada: no hay nada más finlandés que hacer barbacoa en el jardín que da al lago, sentarse en el embarcadero particular, dar un paseo en la barquita que incluye la reserva y combinar chapuzones en el lago con ratos de sauna. Nos abrimos una cerveza, nos ponemos un disco de Explosions in the Sky y disfrutamos del hecho de que en verano los días parecen no terminar nunca. Es el mejor sitio para sentirse granjero por unos días, descansando de la ruta de rallyes.

En esa misma zona tenemos tiempo de hacer excursiones a la estudiantil y vivaz Tampere, a disfrutar de la ópera en el castillo de Savonlinna o al museo de Alvar Aalto de Jyväskylä.

Helsinki: una vuelta por la ciudad mientras volamos mentalmente gracias a Toundra, nos hará quedarnos embriagados de una ciudad en apariencia fría, pero repleta de restaurantes y tiendas de diseño, un castillo en una isla, barcos e iglesias del siglo XVIII, arquitectura y museos innovadores y parques que vertebran la ciudad repletos de ciclistas y runners.

Explotan en tus cascos las inabarcables sensaciones de Goodspeed You! Black Emperor en la excursión en tren hasta San Petersburgo, en Rusia, o en barco hasta Tallin, Estonia. Dos destinos a tiro de piedra desde Helsinki que justifican sobradamente el desplazamiento. Para ir a Rusia necesitaremos previamente tramitar un visado, y es mejor hacerlo antes de viajar en la Embajada de Rusia del país de residencia.

San Petersburgo, además de un museo gigantesco como el Hermitage, unas vistas espectaculares del río Neva, iglesias maravillosas, canales y ser testigo de uno los momentos más importantes de la Historia de la humanidad, es una ciudad locamente activa, con marcha, restaurantes, lujo y desenfreno que no tiene nada que envidiar a otros destinos mucho más famosos en este campo como Nueva York o Ámsterdam. Un paseo matutino mientras escuchamos la banda sonora de Goodbye Lenin, de Yann Tiersen, nos puede servir para entrar en calor. Y otro paseo nocturno con la potencia de 65daysofstatic ya nos dejan el cuerpo preparado para la jarana. Es un buen sitio para traer la parte de personalidad finlandesa (además de granjero y piloto de rallyes) de la cita que encabeza este post: ser un borracho.

Tallin, es una ciudad en apariencia mucho más tranquila, aunque su casco histórico (a veces un parque temático medieval) se llena cada noche veraniega de finlandeses y suecos que se acercan en barco a a emborracharse a precios muchos más baratos que en sus propios países. Pero no hay que dejarse llevar por la turismofobia: nos ponemos a caminar por calles empedradas mientras suenan las bandas sonoras de Howard Shore y visitamos iglesias protestantes y ortodoxas, murallas medievales, campanarios, tiendas de decoración con un gusto exquisito y nos compramos unos discos de vinilo en Tallinn Old Town Records.

Para volver a casa siempre se puede regresar a Helsinki, tomarse unas cervezas en una terraza junto al puerto mientras pasas la resaca de la fiesta estonia y terminas de eliminar los prejuicios que sobre esta tierra nórdica existen en el sur. Ya echas de menos la barca, la sauna y la paz del norte, ya quieres volver a ver los alces, los renos y la aurora boreal, ya sientes que algo de ti se ha quedado entre los bosques, los lagos y los edificios de Alvar Aalto… y ya piensas en cuándo podrás regresar.

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