Una curiosa forma de amar

Por Nocmody

 “(…) El vértigo es algo diferente al miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta entre nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados (…)”

(Milan Kundera,  “La Insoportable levedad del ser”)

La noticia cayó en un momento de mi vida en que las nubes que aguardaban mi salida de casa para joderme el día, eran el menor de mis problemas. El hecho de pensar en hacer las maletas para ir a la despedida de soltero de uno de mis mejores amigos me llenó de una ilusión ausente ya meses.

Por eso, cuando Tato me dijo que no venía me quedé decepcionado. “No puedo ir a la despedida, sabes que me hubiera encantado, pero es que ella ha vuelto y esta vez ha venido para quedarse”. Había decidido volver a intentarlo con la mujer que tantas y tantas decepciones le había causado durante su vida.

Enseguida entendí que no iba a venir y que no habría forma humana de convencerle. ¡Jodidas mujeres acaparadoras! exclamé para mi interior. Sin embargo, en el mismo momento que les maldecía, accedí a la concesión de conciencia y reconocí que mi amigo no era precisamente un monje budista que dedicara su ocio al retiro espiritual. Simplemente asumí que ya no le quedaban “bonus”. ¡Con las ganas que tenía de ver a todos juntos! “En fin, ya nos veremos en otra ocasión amigo”, respondí resignadamente.

Tato siempre ha sido una persona admirable por su carácter afable y divertido, con un tremendo respeto a sus amigos y familiares. Un juerguista de los que apetece tener como amigo, porque sabes que con él siempre había un “venga, va”. No conozco a nadie que fuera capaz de hablarte de su novia, a la cual llamaba “pececito” sin ruborizarse lo más mínimo, con la sonrisa típica de un niño travieso e inocente. Haciendo público ese mote, sabía que cualquier colega le iba acribillar a bromas durante toda su existencia, pero ¡se la soplaba! Por el contrario, conseguía que lo vieras hasta normal y se libraba de la horca así, sin más.

Su vida no dejaba de tener los altibajos normales de una vida cotidiana y parecía ir bien hasta que aquella mujer apareció. Llevaba años intentando olvidarla, pero era imposible. Cambió de dirección, rehízo su vida, incluso volvió a vivir a casa de sus padres. Nunca borró su número. Sus amigos más cercanos y familiares le trataron de convencer de que esa relación era muy tóxica y no le venía bien.  Le sentaba mal a su salud y repercutía en todo su entorno.  Todo era en balde. Cuando alguien se enamora de esa manera, es muy difícil darse cuenta de la realidad.

Ella nunca le olvidó. Regresó un día en que mi amigo volvía de su trabajo habitual como comercial de la empresa Lindt. La encontró postrada en su coche. Con los ojos escritos en lágrimas y sin apartar la mirada, le cogió de la mano y le dijo. “No podemos seguir así, estamos hechos el uno para el otro. Siento el daño que te he causado años atrás, pero esta vez he venido para quedarme y no me pienso ir. Te amo”

Al principio mi amigo no quiso saber nada de aquel inesperado reencuentro. Salía con su «pececito» y empezaba a estar feliz. Sin embargo, la insistencia de aquella mujer se convirtió en un tormento. Sabía que si accedía a tener una cita con ella iba a volver a su embrujo. No tardó en ceder y decidió salir con ella una noche.

Estaba cambiada, más madura, más mujer, y mucho más bella que antes. Le explicó que había salido de viaje por un tiempo en el que tuvo varias parejas, pero no como el. Se sintió como en casa, podía ser el mismo con ella. Reía, contaban historias de la infancia. Se compenetraban perfectamente. Fue razón de tiempo que se vieran más a menudo hasta volver a estar juntos, pero en la clandestinidad. El nunca quiso reconocerlo y lo mantuvieron en secreto.

Como amigo suyo, nunca le había dado importancia. Ni me había planteado que aquella mujer fuera tan incompatible con él. A decir verdad, nunca la llegué a conocer, porque siempre separaba los amigos de su relación sentimental. No hablaba mucho de ella y la dejaba salir sin problemas. Yo solo sabía que cuando salía tenía un bajón al día siguiente. Ella le pasaba factura con sus broncas y sus malas vibraciones: ¿por qué sales tanto?, ¿por qué con ellos?, ¡son malas compañías!, ¿qué haces con tu vida?, ¡eres un fracasado! Y cosas por el estilo.

Hasta aquel momento de la despedida. A partir de aquel día todo cambió. Su pareja se volvió celosa y egoísta. No dejaba que saliera de casa. Solo a trabajar. Aunque él le quitaba hierro al asunto y decía: “No te preocupes, nos veremos pronto”.

Nunca le volví a ver.

Tato se suicidó apenas meses más tarde de haber celebrado la despedida. Subió a la casa donde vivía con sus padres, abrió la ventana y se tiró. Me lo comunicó mi hermano por teléfono y me quedé helado.

Las palabras de mi amigo resonaban en mi interior y aún las sigo escuchando a susurros: “Ha vuelto y esta vez ha venido para quedarse”. Había pasado por alto esa frase. Solo meses más tarde me daría cuenta de la importancia que tuvo aquella revelación para la vida de mi amigo.

amar 2

La esquizofrenia es un concepto acuñado a principios del siglo XX por el psicólogo suizo Eugen Bleuler, quien hizo hincapié en que el trastorno fundamental de la enfermedad era el deterioro cognoscitivo y lo explicó como una división o «escisión» en la capacidad mental[1].

Hay que tener muchos huevos para suicidarte en frío tirándote por la ventana. Esta hija de puta se ha llevado a tres personas conocidas en mi vida. Uno de ellos un primo, al que apenas llegué conocer. Desaparecía largos espacios de tiempo en los que nadie sabía de él, justo en el momento en que no se medicaba. Sólo volvía cuando ese trastorno le permitía adquirir algo de cordura como paréntesis de su constante agonía para entender y asumir que tenía un problema psiquiátrico. Cuando lo hacía todo iba bien, cuando no, comenzaba el caos.

No creo que sea nada fácil estar atiborrado de calmantes que te dejan más drogado que sobrio. ¡Nada fácil! Aunque nada comparado con algún cabronazo que te machaca todo el día el cerebro sin parar, haciéndote creer que eres la mayor basura del mundo. Supongo que las voces interiores y la depresión que llevas encima deben de colocar en la cima de tus prioridades mandar todo al carajo en unos instantes.

Como dijo el psiquiatra estadounidense Thomas Szasz, “si hablas con dios estás rezando, si dios te habla, tienes esquizofrenia”. No existe cura para la esquizofrenia, aunque si tratamiento. Siempre que uno quiera tratarse.

La OMS afirma que afecta a más de 21 millones de personas en todo el mundo. Es una de las principales causas de discapacidad y posee una tasa de riesgo de suicidio del 10%.

En España, se estima que un 1% de la población española tiene una enfermedad mental grave, y la mayoría de estos, unas 400.000 personas, sufre esquizofrenia. De ellos, solo el 40% consiente tratarse después de su aparición.

La esquizofrenia provoca una depresión que aparece como una punzada en el corazón que te susurra al oído, hora tras hora, día tras día: “el mundo está mejor sin ti”, “no eres nada,” “nadie te quiere”, “nadie te entiende”.  Así insistentemente, hasta que ese breve lamento se convierte en un grito que desgarra tu mente y hace que sangre tu corazón. Estás en sus garras y nadie puede hacer nada por ti, salvo tú mismo. De repente, sin haber sido invitado, comienza una batalla entre la vida y la muerte. La suerte está echada.

Ellos no lo lograron. Que en paz descansen.

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[1] Del griego clásico σχίζειν schizein ‘dividir, escindir, hendir, romper’ y φρήν phrēn, entendimiento, razón, mente’

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