Por El Listo de la Compra
“Y cuando despierta mira; que es cierto lo que soñaba.»
Antonio Machado
(La tierra de Álvargonzález)
(viene del Capítulo 1: LA DUDA PARALIZADORA)
Capítulo 2 de 2
DESPERTARES
Con un paraguas todavía seco, el hombre triste llega a casa. Su hijo está acostado, su mujer volverá más tarde. Cuando el servicio se marcha, él se echa junto a su vástago a intentar dormir también. Le abraza con fuerza con la esperanza de que su inocencia le proteja de las pesadillas. «Vivir en la memoria de otros», medita antes de caer rendido, «es todo nuestro futuro».
Pero no tardan en llegar los delirios y los malos sueños: en uno, habla con desparpajo con la profesora rubia de su hijo. Lo tiene todo planificado y es muy decidido, justo al contrario que en su cotidiana realidad, cumple todas sus fantasías. La aborda en el momento preciso y se aman furtivamente. La furia del sexo se vuelve hacia su hijo, que le mira censurándole. Los ojos están, de repente, fuera de las órbitas, porque lo están estrangulando. Él lo está estrangulando. «A mi no me juzga ni Dios». Venganza del padre, como en la canción «Edipo Rey, mamá putón, te borré de mi foto de primera comunión…»

“Y cuando despierta mira; que es cierto lo que soñaba.”
Su mujer está a punto de llegar. A escasos minutos de casa, le anticipa el intercomunicador. Explicarle que ha asfixiado a su hijo mientras dormía, le haría sangrar la lengua y el corazón. Que su esposa, siempre devota suya, le preguntase despreocupadamente qué tal había ido el día, supondría una tortura. Darle un beso, morir.
Ella ya ha accedido al portal. El saludo de un vecino le hace retrasarse un poco. Entra en la casa. Las baldosas ajedrezadas se descubren como un abismo y cubrir la distancia hasta él le resulta anormalmente difícil. Ya se encuentra ante la puerta de la única habitación independiente de la casa, el dormitorio. Él está pálido y solo puede rogarle con la mirada que no siga avanzando. Ella se adentra en los aposentos. No está preparada para lo que se muestra ante sus ojos: la mueca sepulcral. Se abalanza a tomarle el pulso. Se agarra a una cortina, que cruje por el esfuerzo de sostenerla, para no caer desmayada.
Una fuerte descarga eléctrica en el cerebro hace que él también se tambalee y se vea obligado a apretar las mandíbulas por el dolor. Ella le asiste compasiva y toma de entre sus manos el bote de pastillas que él sostiene sin darse cuenta. Él traga obediente. Aunque visiblemente desgarrada por la pérdida, ella le ayuda a acostarse sin preguntas
Justo antes de volver a caer dormido, esta vez sin sueños, escucha todavía cómo su mujer llama a la policía y aún pide para él otra oportunidad.
Las siguientes semanas son un calvario judicial muy confuso para él. La policía científica confirma, tras la autopsia, intencionalidad en el crimen. Pero sus abogados elaboran una estrategia de defensa tan abstrusa, como convincente contra esta tesis. Hacen desfilar a un nutrido grupo de sesudos psicólogos, psiquiatras y hasta un alquimista, que confirman la total imposibilidad fisiológica del «sujeto A» (la denominación le asombra, aunque le resulta vagamente familiar) para matar. Tanto remarcan sus absolutas incapacidades cognitivas que llega a ofenderse. Algunos de sus alumnos desgranan bajo juramento embarazosos episodios de indecisión crónica.
Es al final de la segunda vista oral cuando sucede una cosa curiosa: un bedel deja un periódico despistado y él puede ver una foto suya asociada a dos nombres, el suyo y el de otro hombre. “El sujeto B”, piensa. “Encantado de conocerle”.
No logra retener nada más, ni siquiera el nombre en cuestión, pero basta para hacerle caer en la cuenta de que las pastillas le incapacitan para recordar amplias fases de la instrucción. Que lo que él recordaba como apenas un par de visitas a la psiquiatra para que se lo diagnosticaran, fue en verdad un tratamiento largo y costosísimo, del que solo remotamente guarda memoria. Decide, por tanto, esconder las píldoras bajo la lengua hasta pasar las correspondientes inspecciones bucales. Busca, tras cada toma, para deshacerse de ellas, el lugar más privado posible. No siempre es posible encontrar privacidad y, en esos casos, traga obediente.
Pregunta poco, ni siquiera a su mujer, porque ya le han repetido mil veces que algunos detalles de su mismísima historia, se le ocultan «por su propio bien», pero, a raíz de las intervenciones de los letrados, alcanza a entender algunas claves:
– «Si su pregunta es ¿cuántos rechazos se han producido en el Programa de Bio-reciclaje Somnium hasta la fecha?, la respuesta es ninguno. Sí se han manifestado ligeras distorsiones en la memoria a largo plazo por dos motivos, fundamentalmente: los aromas y las armonías musicales, es cierto. Pero aún se investiga la relevancia estadística de estas correlaciones. Los estudios no parecen indicar serias contradicciones, antes al contrario…”
– «…una mente brillante que se va apagando y requiere del trasplante de otra mente o, más bien, de estructuras neuronales complementarias que no deben recordar su infausto origen bajo ninguna circunstancia.”
– “…el presunto actor, resulta inimputable a todos los efectos, dado que no se ha planteado un móvil plausible para el sujeto anfitrión, mientras que la mente huésped ya fue juzgada, y ejecutado el cuerpo al que pertenecíó en su día. De ninguna forma sería viable jurídicamente una nueva condena.»
Efectivamente, se da cuenta, parece ser, que a él no puede juzgarle ni Dios, qué gracia.
Al final del proceso es declarado «no culpable» porque según la versión de la sentencia que deliberadamente, pero sin eficacia, se le oculta: «Las circunstancias impiden fijar la autoría integral indubitada del acusado.» Y añade: “Se recomienda suspensión del Programa de Bio-reciclaje”.
Duda si eso significa su muerte. Y tampoco encuentra ánimos para preguntarlo, dadas las molestias que se han tomado todos (imagina al equipo médico y procuradores haciendo dobles versiones de los informes) en ocultarle los detalles «por su propio, bien». Pero donde antes había el tormento por las opciones desechadas, ahora la duda le genera, más bien, una despreocupada alegría.
Ya no confía en su mujer. Curiosamente ella parece seguir confiando en él ciegamente. Cree que preguntarle, incluso a ella y de forma secreta, podría traerle más problemas, que pasaran a inyectarle la medicación, por ejemplo.
Se da cuenta de que si consigue varios días limpio de pastillas para no soñar, vuelven las pesadillas, más nítidas y sádicas, pero al menos remiten las migrañas. ¡Y hasta está de mejor humor!
«Vivir en la memoria de otros, es todo nuestro futuro», piensa, esta vez sin asociar la frase al rostro de su hijo, sino a la idea del «mientrastanto».
«Y morirme contigo, si te matas”. Otra vez

Nunca le ha gustado, pero ahora tiene toda la discografía en la cabeza.
Hoy, tras las clases en la Universidad, ha vuelto a la estación y está sentado en un rincón apartado. Habla solo como nunca. Pero ahora procura no mover los labios. Hay un policía mal camuflado vigilándole desde la otra punta de la cafetería. Cierra los ojos y aspira profundamente el aroma de la gente que pasa, y le inspira, vívidamente, mutilaciones, violaciones y cosas peores.
No está muy seguro si son alucinaciones, recuerdos o lo que está a punto de pasar.
(FIN)
Un comentario en “Cuento a 16 manos en 2 actos (2/2)”