¿Qué te pasa con esa bandera?

Por Ignatius J. Batelmo

 

La bandera blanca y verde

Vuelve tras siglos de guerra

A pedir paz y esperanza

Bajo el sol de nuestra tierra.

(Blas Infante, Himno de Andalucía)

 

Las banderas siempre han sido un signo exterior para mostrar la identidad de un ejército o la conquista de un territorio, una manifestación externa de la representación de una nación. A mí me han fascinado desde siempre, porque dicen mucho de un pueblo o de un territorio. Uno de los pósters de mi habitación de niño rezaba “Banderas que las naciones arbolan en la mar – MDCCLVI”, y lo presidía el que era estandarte real de España.

A mí me llamaban la atención el brazo armado con una cimitarra de Turquía, la cantidad de águilas, los dos señores con túnicas blancas representando al Papa, o las de Córcega y Cerdeña (aún hoy vigentes) con cabezas decapitadas de combatientes africanos. Lo importante en aquel entonces –en la mar– era la visibilidad, lo cual se ha trasladado a día de hoy imperturbablemente –en cualquier medio físico–. Las banderas llevan muchos siglos (ya la Biblia muestra que las Doce Tribus de Israel tenían su propia enseña) representando a naciones y pueblos, a imperios, reinos o repúblicas y constituyen un buen resumen de cualquier manifestación política, ideológica o deportiva.

Es evidente que en la actualidad, la bandera, ya sea la legal o la futurible, son un caldo de cultivo para ganar seguidores para una causa. A nadie se le escapa que una de las principales batallas en torno al procés se ha producido en los balcones. A lo largo de estos últimos años muchos ayuntamientos catalanes y muchas viviendas se han ido poblando de esteladas reivindicativas (además de pancartas y de lazos); como reacción en algunos barrios y poblaciones de Cataluña fueron apareciendo banderas españolas en las viviendas, fenómeno que se fue extendiendo a toda España sobre todo a partir de otoño de 2017. La guerra de las banderas.

También es cierto que los balcones ya se llenaban de banderas con celebraciones futbolísticas o con el día del Orgullo Gay, pero lo de estos últimos meses ha traspasado los límites de la salud mental colectiva. La guerra silenciosa, en ese estado de ebullición permanente que a los medios tanto les gusta que nos mantengamos, ha provocado que cualquier muestra de humor al respecto sea una falta de respeto sin precedentes. Las reacciones ante el vídeo de Dani Mateo (sonándose los mocos con la bandera española) son una buena muestra de ello.

En el plano opuesto, la defensa de la roja y gualda sufre su mayor realce con las “Juras de bandera” de carácter civil. Y en las campañas electorales, donde más de uno y más de dos partidos no dudan en envolverse en la bandera, la constitucional, o en la republicana o en alguna independentista, hasta la de la Unión Europea. Hay ejemplos para todos los gustos: PP, ERC, PSOE, Podemos, PNV, Ciudadanos, VOX… Y todo resulta legítimo, ¿verdad? Y no hay incitación al odio, sino que se busca la manera de conseguir más votos de la manera más fácil, con un símbolo sencillo y directo.

La bandera de España cumplió 175 años en 2018, y su uso se ha vuelto una de las mayores señas de identidad, o al menos para conseguir mejores resultados electorales: las campañas que se basan en atraer a «esa España de los balcones»; aquellos otros que la acaban de incluir en su logo; los más centrados que incluyen las de su región, país y continente; los que se lanzan ya desde la izquierda al tamaño extragrande; los que desde una situación todavía más a la siniestra ya lo usan en redes sociales; pero nadie vencerá el uso que se hace desde la derecha más a la derecha.

A pie de calle la sensación ha ido cambiando; hasta la Eurocopa de fútbol de 2008 no recuerdo que se enseñara con tanto desparpajo por ciudadanos de cualquier ideología (no, Juanma, no tenías 18 años, campeón). Siempre parecía algo de fachas, y ahí mismo está la pelea dialéctica en redes sociales, porque parece que el que tiene la banderita colocada en su perfil es claramente de derechas. Es un signo más de cómo es el españolito medio a la hora de definirse y de prejuzgar al resto: o eres de los míos o eres un radical de los otros. En otros países (EEUU, Francia, Alemania) ya sabemos que tienen otras taras, pero exhibir la bandera nacional no te marca ideológicamente como aquí. Es más, el respeto por la misma se da en todos los espectros sociales. «En el mundo pues no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado» (George Brassens – Paco Ibáñez).

Sin embargo, el contexto es tan importante como el uso de la bandera en sí, para no entrar en provocaciones, para no generar violencia. No obstante, no siempre resulta sencillo: las banderas que representan un sentimiento nacionalista frente a un Estado o Imperio que supuestamente subyuga al pueblo, son el máximo signo de representación de una lucha. Simón Bolívar ya se encargó de izar una bandera específica (la de la «Guerra a Muerte») en los siete años que duró la liberación de Nueva Granada (actuales Colombia y Venezuela).

Bandera de la «Guerra a Muerte», Venezuela 1812-1820. Esperemos que no sea ninguna premonición

Y de la misma manera, la bandera es el signo externo para aquellos que desean reafirmar una superioridad jurídica, una igualdad en todo el Estado bajo un único emblema. Es difícil encontrar más banderas estatales por metro cuadrado que en las dos principales potencias mundiales (Estados Unidos y China), pero también son notables en países como Francia, Rusia, o los países de América Latina. Una bandera para unirlos a todos y atarlos en las… leyes. 

En todo caso, hay mucha gente particularmente alérgica a las banderas. Hace poco, el grupo de rescate del tristemente fallecido Julen se fotografió con una serie de enseñas, tanto la nacional, como la de Asturias y la de Andalucía, y también en ese caso hubo críticas exacerbadas. Vivimos en unos tiempos en que la crítica hiriente y fácil es el recurso más habitual, una época en la que los ofendiditos dominan el debate, unos tiempos en el que los grupos políticos se dedican sobre todo a criticar al adversario (lo cual es muy legítimo, en principio) sin dedicar casi nada a proponer ideas que mejoren la sociedad (lo cual sí es criticable).

Y la bandera no es sino la punta de lanza de estos exaltados mentales estrechos de miras, que se quedan con la forma y no con el fondo porque la postura radical es las que más altavoces mediáticos tiene. Una vergüenza. Siempre quedará algún niño soñando con la parte práctica de las banderas, la de la visibilidad en la mar o en otros medios físicos, alguien que sueñe ingenuamente con que las banderas unen, y con ese alguien me seguiré sintiendo a gusto.

*Foto de portada del cuadro de Andy Warhol Vesuvius, que está en el Museo di Capodimonte, Nápoles (Italia).

Un comentario en “¿Qué te pasa con esa bandera?

  1. Nos ha llegado una réplica a una de las afirmaciones del post: resulta que en otros países (Francia, Alemania) la exhibición de la bandera más allá de un partido de fútbol también es propio de la gente de derechas. Sólo queríamos reflejarlo.

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