El punto de no retorno

Por McLovin

Entreabrió los ojos lentamente, forzado por la claridad que se filtraba a través de las pequeñas aberturas de la persiana. El haz de luz solar permitía ver las partículas en suspensión en el aire a lo largo de su recorrido. A cualquiera menos a él, que seguía intentando enfocar su mirada borrosa, fruto del adormilamiento y la semipenumbra aún reinante. Se incorporó levemente, haciendo un esfuerzo superior a sus fuerzas, pero fue incapaz de liberarse del peso del sueño y de las sábanas. Una pereza inmensa invadía cada milímetro de su cuerpo. Fiaca lo llamaba su madre cuando era pequeño; siempre le había parecido que ese vocablo escondía un mundo más allá de la simple pereza y que describía mejor lo que sentía ahora.

Tras un buen rato, su visión se había acabado adaptando a la luz ambiente y distinguía mejor las diferentes sombras y siluetas que poblaban su habitación. Se irguió del todo venciendo la resistencia de su mente, giró las piernas y deslizó los pies dentro de las zapatillas de andar por casa. Se dejó llevar casi como un autómata hasta el baño.

El espejo le devolvió el reflejo borroso de su silueta. Apreciaba el detalle general de su rostro y cuerpo pero había perdido los matices hacía un tiempo. Se lavó la cara y se colocó las gafas. Un ritual que le había sido impuesto por la Naturaleza o la genética o el ordenador o la lectura del Whatsapp a oscuras, vaya usted a saber, antes de lo que pensaba o al menos antes de que hubiera podido prepararse mentalmente para ello. Convivía con ello a regañadientes, sometiéndose a la nueva e irritante servidumbre por falta de opción.

Volver a mirarse fue como verse bajo una lupa de entomólogo: la piel macilenta, las ojeras, las arrugas, la falta de tono muscular, la barriga prominente, la incipiente calvicie. El inicio del declive. Hasta entonces no había tomado conciencia. Pero hoy era distinto, Dios sabe por qué. Hoy lo supo. Con una certeza infinitesimal.

FIN

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