De qué hablo cuando hablo de correr… un maratón

Correr es un diálogo contigo mismo. Es el único lugar donde verdaderamente te encuentras a ti mismo.

Haruki Murakami

Por Ignatius J. Batelmo

El maratón de Sevilla de 18 de febrero de 2024 ha sido mi segundo maratón, por lo que me he mentido a mí mismo (y al resto de la gente); en un post de hace ocho años dije que iba a ser sólo uno. Pero ahora ya quiero correr el tercero y quizás eso tampoco lo cumpla, quién sabe. Mi segundo maratón no me ha librado de un sufrimiento extremo, otra vez, pero he disfrutado muchísimo más. Creo que hay que empezar por el principio.

El libro de Murakami al que hace referencia el título del post me ha servido para replantearme algunas reflexiones psicológicas durante mis kilómetros por las calles de Sevilla. No es sencillo prepararse un maratón, exige muchos días de entrenamiento, constancia semana tras semana por encima de otros compromisos, salir aunque llueva y haga frío en pleno invierno, sacrificarte por horarios intempestivos, acostumbrarse al dolor en las piernas, ese dolor que es obligatorio, acostumbrarse a las pequeñas molestias, alguna que otra lesión de poco alcance, más constancia. Y claro, te preguntas lo mismo que los que están leyendo estas líneas: ¿merece la pena? Murakami resume el hecho de correr en encontrarse a uno mismo; probablemente es algo que no se hace tan sólo corriendo pero sí es un camino muy directo a ello.

El eterno aspirante al Nobel también plantea otra reflexión a la que le da vueltas y que siempre tienes en cuenta cuando los kilómetros se acumulan: el dolor es obligatorio pero el sufrimiento es opcional. Es decir, las piernas te van a doler pero lo que importa es cómo te lo tomas mentalmente para que el disfrute siga presente a pesar de dicho dolor.

Una maratón no sólo es el doble de distancia que una media maratón, no es sólo el doble de esfuerzo. En mi caso, no me pude librar del sufrimiento ni pude optar por no tenerlo: en el km 27 mi rodilla izquierda hizo crac y empecé a cojear instantáneamente. La misma rodilla que me operé hace once años (rotura de menisco y de ligamento cruzado anterior), la misma que me llevó a decidir correr un maratón, pues las sesiones de rehabilitación provocan un dolor tan intenso que tuve que buscar una salida plausible. Llevaba más de diez años sin decirme ni «hola» y, de repente, cuando mis dolores se centraban en el tobillo derecho, me sorprendió con «¿a que no te acordabas de mí?». Tuve que parar, estiré y empecé a trotar despacito. Murakami, cabrón, me has mentido, yo no elijo sufrir pero ahí estoy, pasándolas canutas.

Un kilómetro más tarde ya iba algo mejor, con un ritmo más lento pero más recuperado cuando pasé justo al lado de casi toda mi familia (km 29,5) dándome ánimos y vitoreándome, una inyección de adrenalina indescriptible, mi momento más bonito como corredor de fondo. Dos kilómetros más tarde la rodilla me plantea que no me olvide de ella, que es su día y que me lo va a recordar el resto del recorrido si tengo arrestos para terminar. Llegó un momento en que el muro coincidió con ese dolor extremo y mi cuerpo, coincidiendo con un avituallamiento de agua (km 35), se paró y comenzó a caminar. Pensé en abandonar, pero los ánimos de mis compañeros de batalla me animaron a seguir. Tuve que alternar trotar cojeando con caminar durante 4 km, los más largos de mi vida deportiva. Me quería ir a casa, no tenía sentido seguir así. Me dio tiempo de todo: me volví a plantear que esto no merecía la pena, mandé un vídeo a mi mujer con una cara de muerto viviente demencial, saludé a mi amigo DJ Ñoño, le recé a la Macarena al pasar delante de la basílica y me uní a un par de maratonianos que me hicieron de liebre a mi ritmo de león marino. Aunque iba a tardar 15 minutos más de lo previsto, había decidido terminar.

Cuando quedaban menos de 3 km, la rodilla me dio una tregua y en los últimos metros, aunque despacito, volví a disfrutar de correr: pasé por la Plaza Nueva cantando Despechá de Rosalía como en su concierto, jaleé al Sevilla FC junto a la Catedral, le pedí de broma una cerveza a unos paisanos en una terraza de la calle San Fernando y entré en meta agarrado de la mano de mis tres maravillosos hijos. Una recta final de completa alegría.

¿De qué hablo cuando hablo de correr un maratón? De que, a pesar de sufrir indeciblemente con una lesión inesperada, a pesar de un muro demoledor que hace que tu cuerpo no responda como en los entrenamientos, el éxtasis pleno de felicidad de los últimos metros te hace pensar que puedes superar todo lo que dependa de ti en la vida, todo.

Nos vemos en otro maratón.

3 comentarios en “De qué hablo cuando hablo de correr… un maratón

  1. Me ha encantado , casi me convences Alfonso Has sabido darle la emoción adecuada. La pena es que estuve en la avenida a ver si te veía pero no pudo ser. En fin, si hay una próxima me pondré con los niños😘😘

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  2. Bravo tocayo!

    La vida es un desafío diario, y no se trata de las cosas que te pasan, sino de cómo te las tomas.

    Enhorabuena por tomártelas con ese espíritu de lucha del corredor de fondo.

    Un abrazo.

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