Por J. Lump
Yo no trato de bailar mejor que nadie más. Yo trato de bailar mejor que yo
(Mijail Baryshnikov).
Suena como una más de las cientos de frases hechas sobre la capacidad de superación del ser humano, repetidas una y otra vez por deportistas de élite, celebrities en la cresta de la ola y anuncios de televisión. Las librerías están llenas de libros de autoayuda y Twitter plagado de gurús del “si quieres, puedes”. Esta frase puede ser una más. No para mí.
La leí por primera vez hace muchos años en un amago de monumento conmemorativo en la carretera a San Andrés (Tenerife) que, tiempo después lo descubrí, se había levantado en memoria de la Expedición Atlantis. En 1984 cinco argentinos se embarcaron en un balsa de madera para cruzar el Atlántico y ese fue su lema: “Que el hombre sepa, que el hombre puede” (me encanta el ritmo que tiene). Pretendían demostrar que pudo haber alguien que hiciera algo parecido antes que Colón. Pero también querían reivindicar la capacidad que tiene el ser humano de pulverizar sus límites, de que no hay nada que no podamos hacer si acompaños la intención con algo de perseverancia y un poco de talento (dentro de unos límites, obviamente; a estas alturas dudo mucho que, por muchas ganas que le ponga, tenga opciones de ser delantero centro del Steaua de Bucarest).
Para mí, esa frase no está vacía. Está llena de 52 días de travesía por el océano, de ganas de hacer, de llegar, de lograr metas y de compartirlas.
Nacho Dean se planteó un reto que evoca la cita de los argentinos. Hizo difícil algo tan sencillo como poner un pie delante del otro y avanzar. La particularidad es que él lo hizo durante más de 3 años, 33.000 kilómetros y exponiéndose a situaciones que, al menos a mí, me harían coger el primer avión de vuelta a casa y mandar a tomar por culo la lucha por el cambio climático, la naturaleza, el amor fraterno y la raza humana. Particular gracia me hizo el episodio en el que logra escapar de tres miembros de una mara que le persiguieron blandiendo machetes para, me imagino, pedirle que les contara qué tal su paseíto mundial. Si queréis saber más de sus días emulando a Passepartout, podéis pasar un buen rato viendo su página web, repleta de fotos y datos curiosos.
Yo fui a verlo llegar a la Puerta del Sol. Tenía curiosidad por saber cuánta gente le esperaría y cómo recibiría él los aplausos que todos los que estábamos allí le dedicamos como muestra de respeto, admiración y cierta envidia. Cuando le miraba no dejaba de preguntarme: “qué hará ahora; ¿cómo encajará el que difícilmente vaya a recorrer más de 40 kilómetros a pie en los próximos días?; ¿no se le quedará pequeña ahora su ciudad o la distancia que recorra cada día a donde quiera que vaya?”
Poco importa. La satisfacción de haber superado un reto de tanta intensidad le mantendrá los pies calientes mucho tiempo. Lo último que le he oído decir es que tal vez escriba un libro sobre aquellos tres años de su vida. Tengo curiosidad por saber qué más cosas contará. No le perderé la pista, a ver qué se le ocurre después.
Con la fuerza evocadora de esa frase le doy el pistoletazo de salida a este blog. No hay océanos ni kilómetros que recorrer. Solo el reto de lograr algo que llevaba mucho tiempo rondándome la cabeza: compartir mi personal vuelta por el mundo con quien quiera leerla.
¡Bienvenidos!