El deslenguado fresco (II): El crucero cruzado

Por E. Asensio.

Esperar lo peor, es la única manera de no sentirte defraudado (Manuel Alcántara).

Tenía que haberles hecho caso. Aquello fue jodidamente revelador. Cuando le comentas a tus compañeros de desayuno que has tenido la brillante idea de cambiar, en un giro copernicano, tu viaje a Cuba por un crucero por el Báltico y se están descojonando 40 minutos en tu cara, tienes que hacerles caso. Porque la gente, para dar por saco, se ríe 5, 10 o a lo sumo 15 minutos. Pero cuando lo hace 40 minutos seguidos es que la vas a cagar fijo. Te vas a hundir con todo el equipo. Tienes que hacerles caso.

No crean que tampoco fui tan insensato. Ante las preocupantes primeras reacciones, busqué segundas y terceras opiniones, como cuando vas al médico y sales acojonado. Como siempre, hubo de todo. Pero tranquilo no me quedé ni de coña, vamos.

Los peores presagios se manifestaron bien prontito. La cola del vuelo no sabía bien yo si era para ir al crucero o que emitían una reposición de “La Sirenita” en la T4. “Hostia puta, que la hemos cagao, verás tú”… con esa frase replicando en mi cabeza me metí medio hipnotizado en el avión.

Haciendo uso de un sencillo cálculo matemático, cogí algo de fuerza, ya que el muestreo de 200 personas sobre 2500 a lo mejor no era suficiente, y no todo el transatlántico iba a estar copado por amables familias de clase media-alta y felices parejas un tanto travestidas.

Pero el hostión ya me lo pegué del todo en la especie de hangar gigante en donde se producían los últimos trámites para embarcar. Los representantes de otras nacionalidades, digamos, y a la vista de algunas muletas y tacatacas, no estaban ya para muchos trotes y seguramente no se clasificarían en los primeros puestos en la discoteca.

Vaya por delante que la culpa es mía y solo mía. Que el que sobraba allí era el nene (bueno, y mis queridos acompañantes). Que el que se había metido en un crucero familiar y de jubilados en vez de estar en La Habana o en Cayo Coco con un mojito había sido el menda. Pero cojones, ¿nadie en toda Europa había cometido la misma cagada? Nadie.

Recuerdo entrar al barco como si me llevaran preso a una de esas islas siniestras que en las películas actúan como cárcel o como un concursante de un Gran Hermano marítimo con muy poquitas opciones de ganar. Estuve a punto de abandonar. De resistirme a subir la escalinata. En la foto de bienvenida, agarrando el timón de un barco y haciendo el signo de la victoria, se me puede ver oculto detrás de unas gafas de sol totalmente innecesarias. Quería mitigar el careto de pardillo en la instantánea y al mismo tiempo preservar lo máximo posible mi anonimato.

El barco impresiona. Eso hay que decirlo. Tiene cosas buenas pero no estoy aquí para eso. Estoy para pasarlo por la picadora de carne. Empecemos por el “camarote fantasía” (la dirección italiana del barco, un tanto casposa y trasnochada, hace que todo tenga unos nombres que, por ser ahora un poco respetuosos y sin que sirva de precedente, no cubren las expectativas ni por asomo). Porque el  “camarote fantasía” son 5 metros cuadrados, sin ventana ni ojo de buey, de vaca o cómo coño se llame. Oscuro como un zulo y con un baño-cápsula como el de los aviones. Un sitio en el que no apetece estar una mierda. Al que si le unes que el barquito, por mucho que me digan, se mueve como un cabrón, no sabes si estás de vacaciones pagando un dineral o te ha apresado un barco pirata en tu viaje a las Indias Occidentales.

Pero se supone, y ojo, digo se supone, vas a estar poco tiempo en el camarote, así que no pasa nada, como si vas en un ataúd de pie, lo importante son las actividades.

El primer vistazo te deja con un sabor agridulce, sobre todo si no sabes cómo alguien te habló de una cancha de baloncesto y de una pista de tenis y en su lugar emergen una mesa de ping-pong y un futbolín de los de bar en crisis, si la súper-piscina de cubierta, con todos mis respetos, es equiparable a una charca que pretende cubrir un aforo de más de 2000 personas. La “Hamburguesería Paraíso”, que solo produce hamburguesas de play-doll, sin lechuga pero altamente adictivas, y la “Pizzería Deliciosa”, en las que todos los trozos, independientemente de sus ingredientes o nomenclatura saben igual, amenazan seriamente, además, con poner en jaque mate la cuidada línea que llevas esculpiendo a las primeras de cambio.

Así que llevas 5 minutos en el crucero y sabes que las has liado parda. Pardísima. Y ya no te puedes bajar hasta dentro de una semana. Eres crucerista y medio tonto.

Fíjate tú la primera reacción. Correr a cerrar el “paquete alegrissimo”, o lo que es lo mismo, que también puedas mamarte por la noche con todas las bebidas duras incluidas. Con la cerveza sola, aquello no se sacaba para adelante.

Luego empiezas a descubrir pequeños balones de oxígeno, como el espectáculo de las 19 horas, las excursiones (maravilloso San Petersburgo) o sobre todo, un muy decente gimnasio donde ejercitarse rodeado de agua y calmar las inquietantes tentaciones de saltar por la borda.

crucero 3

Porque las noches en el crucero… ¡ay! las noches. Cena todos los días en el mismo sitio y elude el disfraz correspondiente a cada jornada como puedas. Porque sea la noche de gala, la noche italiana, la noche ibicenca o la noche de los muertos del faraón, tú vas a seguir igual de jodido. Pásate un rato por el fiestón invernal en “Piazza Spagna”, con la tripulación disfrazada de oso polar, música de Abba de fondo y cuatro ancianos bailando, a tomarte un rico cóctel y cuando estés ya a punto de administrarte la dosis recomendada de cianuro para dejar el mundo de los vivos, no dejes de poner el colofón en la “Tecno Party” de la discoteca. Cubierta 12. Allí ya te espera el no va más, una jarana con un margen como el del Risk: de 8 a 80 años. Una conga de jubilados y adolescentes animan a cualquiera. Eso sí, a las 2 chapa.

Y ya entras al camarote como un puto rey y dices: un día menos. Pero oye, que esto no acaba aquí, ¡eh!. Que el año que viene verás que la monto potente. Cuando esté ya con un chupiviaje casi cerrado, qué sé yo, a Australia, a Copacabana, a Belice… el que aquí suscribe mete un volantazo y se planta en un Hotel de Torrevieja de tres estrellas. Pero con todo incluido y excursiones por favor. Que vamos a lo grande. Si es que, hijo mío, a veces pareces gilipollas.

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