Por Nocmody.
No se puede llegar al alba sino por el sendero de la noche (Khalil Gibran)
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No tenia ni la edad legal para la emancipación y ya le estaba suplicando a mi padre la cuchilla de afeitar para quitarme cuatro pelos que teñían de gris la comisura del labio superior. Ni siquiera su mirada incrédula, tornándose inquisidora a cada instante, evitó una de tantas estupideces que iban a repetirse de forma escalonada a partir de aquella trágica escena.
Sin saberlo, en aquel momento nació una parte de mí, aquella que se vestía al ritmo de las tendencias contemporáneas y se guiaba por los gritos de una ciudad que nunca duerme. Pongamos que hablo de Madrid, pero hablo de la mitad de ella, ya que “la noche es la mitad de una vida, la mejor de todas”, como decía Goethe.
Dicen que la gente no cambia. ¡Y un huevo! Podréis decir que el que es un golfo lo es siempre, pero hay matices. A mi ya no me apetece meterme una botella de whisky DYC con un amigo pasando este frío en un parque. Antes sí. Es cierto que no tenía dónde cobijarme pero buscaba un soportal para quitarme el viento y me calentaba con el chispazo. Si no hacía frío lo tenía claro, al parque. Ahora no me hago un botellón ni gratis. Lo mismo ocurre con nuestros hábitos y preferencias, van cambiando. Lo que no cambia es la nostalgia.
Excepto en política y en religión -y lo digo aguantándome un «¡¡su puta madre!!»- cualquier tiempo pasado fue mejor. Rondando el ecuador de una vida sin sobresaltos, mis añoranzas son ya mayores que mis ilusiones y, sin pretender hacer un alarde subjetivo de deseos, mencionaría tres de mis más preciadas razones para esta improvisada nostalgia:
- Volver años atrás para poder escuchar un directo de The Doors, Queen, Jimi Hendrix, Ramones o Led Zeppelin. Eso sí, cambiaría mis cromos de «V» por algún estimulante libre de impuestos.
- Volver a disfrutar la sensación de mi primera vez en tantas y tantas cosas. Y hay demasiadas. Un ejemplo, vi mi primera película de ciencia ficción, “Star Wars”, cuando se estrenó en España en 1982 por solo 250 pelas (1,50€). ¡El flipe de ver esas naves volando no se me quitó en años!. ¿Os acordáis de “MOMO”, aquella que podía para el tiempo? O “La Historia Interminable”? Aquellos eran auténticos homenajes a nuestras más preciadas fantasías de la infancia.
- No puedo terminar esta trilogía sin mencionar el poder escuchar a mi abuelo tocar el violín una vez más. ¡Cuánto lamento no haber podido disfrutarlo, dándole la espalda avergonzado cuando me tocaba delante de mis amigos en mi fiesta de cumpleaños!
Salvo excepciones, no regresaría a cambiar las cosas que me han hecho sufrir porque me han hecho más fuerte. Si me han ocurrido es porque tenían que pasar. Ahora bien, si hablamos de cosas buenas, ahí no tendría límite en mi bolsa de deseos. ¡Cómo me gustaría cerrar los ojos y oír la voz de Doc diciéndome que me suba a su DeLorean!
En mi condición del golfo de la saga no me queda otra que sustraer un recuerdo de mi almacén de crisoles olvidados (parezco el publicista de Seguros Ocaso). Lo suelto, como hago con muchas palabras que escupe mi cerebro sin preaviso:
Terminar el último examen antes del verano y salir como si no hubiera un mañana, ¡sin móvil! y con hora de llegada a casa. Aunque éramos escapistas profesionales, y esto último duró lo que duró.
Mi primer acto fue escrito con una sonrisa de virilidad y la melancólica imagen de un padre devastado por una adolescencia que blandía su llegada como una digna hostia en donde más le dolía, el amor propio de un hombre.
Ese fue el principio de muchas de sus noches de insomnio. Comenzaba una época en la que irse a casa antes de que saliera el sol era de cobardes y los viernes se convertían en el último día de nuestras vidas. Queríamos comernos el mundo sin haber visto siquiera el menú. Cada vez que ibas a arreglarte te corría una sensación parecida a cuando vas a mear, y sabéis de qué os hablo. Es ese temblor que no sabes muy bien de donde viene ni por qué, pero que te hace mover hasta los dedos de los pies. ¡Aquellos eran nervios de pura inocencia! Extraño aquella juventud divina como si de un dios se tratara. Y es que según la mitología: “la noche nunca ha sido de los hombres, sino de los dioses.” Y jugábamos a ser dioses.
He comenzado este post sin hablar de ningún local en concreto pero quiero remarcar recuerdos que me marcaron a mí y supongo que a parte de mi generación. Recordar aquellas primeras salidas me llena de sensaciones tan puras como las amistades de entonces. Tengo el privilegio de haber nacido en un país donde el grito de «la última y me voy a casa” era y será un grito de batalla de muchos de mis compatriotas, aunque nos pese el tópico y la poca fuerza de voluntad o de personalidad. Somos así, y nos lo hemos ganado a pulso porque la cultura de España es la cultura de un país de alterne. Todo tiene sus interpretaciones y a mí me gusta ver el lado bueno de lo que se expresa. No digo que salir y beber deba estar censurado por comportamientos violentos o prácticas deshonestas dignas del marqués de Sade, ya que tenemos que reconocer que esto tiene un fuerte impacto económico y social y nuestra alegría, fiestas y tradiciones han atraído turistas durante años y lo sigue haciendo, bien sea por el aperitivo mañanero, las tardes que se alargan después de comer o esas noches avasalladoras que, como discos de platino, hemos vendido durante años por encima del resto de mi mundo conocido.
Hace poco que he regresado a la ciudad que me vio crecer después de un breve paréntesis de cuatro años. A mi llegada me ha envuelto una extraña sensación de añoranza por mi yang nostálgico, aquel que relata historias de noches y modas desde una óptica muy personal.
Comenzaré por la ciudad donde comencé a escribir mi historia:
Mi Madriz

El agua bendita llegó prematura, en algún lugar entre Moncloa y Malasaña, escuchando en silencio el réquiem moribundo de una generación que se marchaba como el agua de un río cargado de nostalgia y buenos recuerdos. Ramón Gómez de la Serna dijo que «es difícil determinar cuando acaba una generación y comienza otra. Diríamos más o menos que es a las nueve de la noche» y es aquí donde comenzamos a mudar nuestras pieles. La hora en que nos coronamos como nuevos amos de la jungla nocturna.
Aún conservo el recuerdo de bares que marcaron una época en los albores de los 80. Cuando yo nací ya había mucha gente dando caña y con razón. Vivieron una época donde la noche había dejado el sello de un corazón que lloraba a gritos una vida pasada de censuras. La transición española tuvo un claro reflejo en el espejo de «la Bola de Cristal», donde podíamos ver a la Bruja Avería bailando los éxitos de la edad dorada del pop español, siendo testigos de una de las épocas más añoradas y extravagantes de una desgastada generación que ronda ahora los 50 y tantos. Hoy la gente corre y hace running y vive la era de la información. Antes la gente se pinchaba heroína sin saber que la diosa guadaña les iba a cortar el alma. Pequeños matices sin importancia.
Todos sabemos cuáles eran los personajes que pasaron por la alfombra roja de una movida que nació en la capital pero que pronto se extendió al resto de ciudades del país. Lógico, llevaban años sin expresar libremente el arte en todas sus expresiones y lo que escupieron fue una extravagancia feroz. Ropas y trajes de todos los colores, con hombreras y tallas XL, de corte lineal y muy holgados, o colores metálicos colocados de forma caótica pero nunca al azar, llenaban las pistas de bailes de locales míticos de Madrid. Esa moda ochentera se podría calificar de indefinida, un collage rock-punk-pop de tachuelas, cuero, crestas y melenas de lacas estrelladas que brillaban al más puro estilo retro asomándose en las salas de fiesta de la capital, Rock-ola, Vía Láctea, Penta, YA’ STA o la Sala Sol.
En este ambiente cultural juvenil surgieron fotógrafos, como Alberto García-Alix, Pablo Pérez-Mínguez y Ouka Lele; pintores y dibujantes, como Ceesepe, El Hortelano, Guillermo Pérez Villalta y las Costus; además de cineastas, grupos musicales, poetas y escritores. Hasta revistas underground, como La Luna, Madrid Me Mata y Madriz
Pese a conocer todos aquellos locales, yo no llegué ni a pisar el rellano de aquella casa embrujada pero cuando comencé a salir por la noche, Madrid aún dejaba destellos de aquella época y ahí es donde vi nacer la adolescencia de un joven desneuronado. Aprendí a vivir en plena psicosis. Años en los que mi única lucidez era llegar al lunes y no poder soportar una obsesión que me atravesaba el pecho, esperando una eternidad para llegar al viernes y volver a sentir aquel hormigueo… joder no me digáis que no os gustaría volver a sentirlo. ¿No? Pues no sigáis leyendo.
CONTINUARÁ