¿Fargo era Fargo antes de ser Fargo?

Por McLovin.

«El Mundo es un buen lugar por el que merece la pena luchar.»

Ernest Hemingway

¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? Es uno de los grandes dilemas que trae de cabeza a la comunidad científica desde hace décadas. No esperéis que lo resolvamos aquí, pero me interesa el paradigma como elemento extrapolable al universo cinéfilo (y seriéfilo), de ahí el título de este post.

En 1996, los hermanos Coen conmocionaron a los espectadores de todo el mundo con su obra maestra, Fargo (para mí la cumbre de su notabilísima filmografía junto con El Gran Lebowski, otra peli de culto), una grandísima historia real inventada. No, no fueron los inventores del “basado en hechos reales” (ahí están los soporíferos telefilmes de Antena 3 los sábados por la tarde para facilitarnos la siesta…), pero con su tomadura de pelo lo elevaron a la categoría de arte. Por medio del trampantojo que abría la puerta de una esperpéntica trama criminal (“Por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas; por respeto a los muertos se han contado todo tal y como ocurrió”) buscaban la complicidad del espectador, a quien le pedían que dejara durante dos horas en suspenso su incredulidad ante la rocambolesca tragicomedia griega que estaba a punto de desarrollarse ante sus ojos. Quizá no fuese real (o sí, ya veremos), pero sus poderosas imágenes conjuraban un cuadro costumbrista y certero de los peores vicios del ser humano y de alguna de sus virtudes.

El basado en hechos reales daba incluso para algunas de esas discusiones entre amigos cinéfilos que los smartphones y Wikipedia han puesto en peligro de extinción. Reconozco que fui uno de los que inicialmente cayó en la boutade y creyó (falto de fe en la naturaleza bondadosa del hombre) que la historia de un pobre diablo desesperado que no tiene mejor idea para salir del atolladero que planear el secuestro de su mujer para cobrar el rescate de su adinerado y rácano suegro era verosímil. Aunque el trampantojo tiene truco y leyendo aprendes que aunque no fue un caso real sucedido en Fargo (Minnesota), sí que se inspiraron en otros que tuvieron la misma genial ocurrencia. Por ejemplo, en 1962, un abogado de nombre Eugene Thompson de Saint Paul (Minnesota… glups) se hizo famoso en el mal sentido de la palabra por contratar a unos matones para asesinar a su esposa. Éstos a su vez subcontrataron a otros asesinos de tres al cuarto para que hicieran el trabajo. En el colmo de la chapuza, el teléfono escacharrado hizo que a nadie le quedase claro a quién le tocaba matarla y al final la mujer de Thompson huyese con vida del secuestro. ¿Os suena más o menos?

En esa tundra de humanidad, resplandece una tranquila agente de policía (una Frances McDormand inmensa cuya labor se reconoció con un Oscar) a la que nadie toma en serio y que sin embargo gracias a su sentido común es la única capaz de desenredar la madeja de una historia sórdida e hilarante a partes iguales. A través de esta parábola del bien contra el mal en la que los malos son tan malos como estúpidos, los Coen consiguen hacernos sentir el frío extremo que nubla los sentidos en un inhóspito y helado Fargo, la imbecilidad redneck de una américa profunda y precursora del Trumpismo en donde parece que nunca pasa nada, donde todos se conocen y parecen estar siempre a punto de servirte una taza de café caliente con una sonrisa (la misma con la que te descerrajarían un tiro en la sien por un puñado de dólares o, incluso peor, sin razón aparente) 1.

En esa América aparentemente apacible pero de trasfondo perturbado se daba cita una panoplia de personajes que parecían un catálogo de los peores vicios del ser humano: avaricia, estupidez, frustración, envidia y mezquindad. Además, uno de los hallazgos (y probablemente marca de la casa del universo Coen) es que lo digieres con un envoltorio de humor negro que hace que la comedia y el drama subyacente fluyan naturalmente. Esa capacidad para el humor negro consigue que nos riamos a carcajada limpia de cosas sencillamente horribles: crímenes, secuestros, asesinatos… No con una risa liberadora sino con una carcajada profundamente inquietante para nosotros mismos. Quizá la única forma de sobrevivir a lo que estamos viendo sin cortarse las venas al salir del cine.

Además, la película fue capaz de crear un universo propio de maldad y estupidez muy reconocible que ha pervivido en una serie que ha mantenido el nivel a lo largo ya de tres temporadas casi de culto.

 ¿Fargo: Cuarta temporada?

La Policía de Fargo (Dakota del Norte, EE UU) informa del brutal asesinato de una mujer embarazada de ocho meses que había desaparecido diez días antes. Los fiscales acusan a sus vecinos de matarla para quedarse con su recién nacido.

La mujer asesinada, Savanna Marie Greywind (22 años), desapareció el 19 de agosto, cuando acudió a un domicilio vecino para ayudar con un «proyecto de costura» en Fargo, de acuerdo a la familia de la joven. Los vecinos, Brooke Lynn Crews (38) y William Henry Hoehn (32), aseguraron inicialmente a los policías que investigaban la desaparición que la mujer se fue tras ayudarles con la costura. Sin embargo, durante un registro al domicilio el 24 de agosto, los investigadores encontraron a un recién nacido que sospechan era el hijo de Greywind. Ambos fueron detenidos y el bebé entregado a los servicios sociales. Aunque los detenidos han reconocido que el bebé es el hijo de la víctima, las autoridades están realizando las pruebas de ADN para confirmarlo. Tres días después, unos piragüistas encontraron el cuerpo de la joven enganchado a un tronco y envuelto en plástico en el río Rojo del Norte, a su paso por Harwood (Dakota del Norte), cerca de Fargo. Las autoridades también registraron una granja abandonada en la que voluntarios de búsqueda hallaron «objetos sospechosos». La autopsia determinó que Greywind fue asesinada violentamente, aunque las autoridades no revelaron más detalles sobre su muerte ni tampoco sobre su parto. Los dos detenidos están acusados de secuestro, asesinato y de mentir a la Policía.

Lamentablemente no es la sinopsis de una cuarta y esperada temporada de Fargo (la serie), sino una noticia REAL (esta sí) de sucesos aparecida recientemente en los medios. ¿Y qué nos dice la misma, además de la escasa imaginación de los redneck para bautizar sus ciudades? Que la certera radiografía de los Coen de la naturaleza rastrera de nuestra especie puede que no estuviera basada en hechos reales stricto sensu, pero que la mezquindad, la avaricia, la maldad, la miseria y la bajeza moral que nos cuentan en Fargo (la serie y la película) sí que están inspiradas en una interminable y genérica historia real de nuestra civilización. He ahí la grandeza de las obras maestras universales que trascienden el localismo de donde se sitúan.

Para mi consuelo, me gustaría que los Coen fuesen capaces de coger esta horripilante noticia y transformarla en una comedia perversamente negra, que me permita creer que es una historia real en la que al final resplandezcan la generosidad y honradez como valores que permiten que mi mundo siga girando. Creer que en el mundo real también hay seres que son un oasis de sensatez en medio de la estulticia más profunda. Porque por lo visto en el mundo real hay muchos Fargo en los que gente tan primitiva como esperpéntica hace que sigan ocurriendo historias escalofriantes. Antes y después de convertirse en películas y series.

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1 Hace no mucho pasé unos días en Estados Unidos –hacía años que no iba- y volví con una extraña sensación, un ligero desasosiego por lo que he dado en llamar la “sonrisa propinodependiente” a la que me vi “sometido” durante mi estancia. Empezaba a creer que era una paranoia mía hasta que me encontré con una nota a pie de página de David Foster Wallace en su libro «A supposedly fun thing that I’ll never do again». Creo que su creación conceptual (de lo que él llama Sonrisa Profesional) refleja perfectamente esa sensación y la explica mejor de lo que pudiera hacerlo yo, así que opto por citarle:

15 This is related to the phenomenon of the Professional Smile, a pandemic in the service industry, and no place in my experience have I been on the receiving end of as many Professional Smiles as I was on the Nadir: maItre d’s, chief stewards, hotel managers’ minions, cruise director-their P.S.’s all come on like switches at my approach. But also back on land: at banks, restaurants, airline ticket counters, and on and on. You know this smile -the one that doesn’t quite reach the smiler’s eyes and signifies nothing more than a calculated attempt to advance the smiler’s own interests by pretending to like the smilee. Why do employers and supervisors force professional service people to broadcast the Professional Smile? Am I the only person who’s sure that the growing number of cases in which normal-looking people open up with automatic weapons in shopping malls and insurance offices and medical complexes is somehow causally related to the fact that these venues are well-known dissemination-loci of the Professional Smile?

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