Por E. Asensio
CHAPTER ONE. EL MERCADO BELGA
Cuando el Profesor Valdivia decidió levantarse aquella calurosa mañana, ni por un momento pensó lo que le depararía la jornada.
Tras saludar cortésmente a uno de sus compañeros de habitación, el ilustre Monseigneur Asensio, se dirigió enérgicamente hacia la ventana del hotel en el que habitaban, pero siempre con sigilo, a fin de evitar que el tercer miembro del tridente, léase Mr. Oscar, abandonara el profundo sueño en que se hallaba sumergido.
Muy señorialmente, como era habitual en Valdivia, descorrió parcialmente la cortina de la “suite” en la que se hallaban alojados en un céntrico barrio de Bruselas, tan solo desmerecido por algunos agujeros de bala que adornaban las fachadas de los edificios colindantes.
Cuando esperaba encontrarse un ambiente fantasmagórico como el que había caracterizado los días precedentes, su rostro se tornó sorprendido al comprobar como un macromercado y una enorme marabunta se mostraban ante sus ojos. Ahora bien, la alegría que en condiciones normales debería haberse desprendido ante tal descubrimiento, no fue precisamente la que percibió Monseigneur Asensio desde su lecho, mas bien al contrario, un frío sudor recorrió su cuerpo cuando Valdivia, sin alterarse lo más mínimo, pronunció una por una las siguientes palabras:
– ¿Has visto? Han puesto un mercado los belgas éstos. Je, je, un mercado donde debería estar nuestro coche…
Tras un breve silencio, y un intercambio fugaz de miradas, los dos interlocutores comprendieron que aquello no quedaría en una simple anécdota.
Aquí comenzó todo.

CHAPTER TWO. TODO FACILIDADES.
Tras el terrible descubrimiento, Valdivia y Asensio se dispusieron a comunicar a su compañero, Mr. Oscar, la sustracción nocturna del vehículo. Se trataba de no perder los nervios de primeras, así que lo hicieron de la forma más tranquila posible:
– Óscar…Óscar…despierta tío, que creo que se han llevao el coche- inquirió Asensio en su habitual acento cubano.
– Eh??Eh??…- contestó Mr. Oscar, poniendo de manifiesto que la noche de Bruselas le había seducido con sus encantos.
– Que han puesto un mercado los belgas éstos de… y debe haberse llevado el coche la grúa; donde estaba el coche, ahora hay un puesto de tomates- apuntilló Valdivia, que ya se encontraba a los mandos de su inseparable portátil.
Pero cuando todos esperaban que Mr. Oscar saltara de la cama como un resorte, poseído por tal farragoso entuerto, la situación se tornó si cabe más dantesca, cuando tras exclamar un “qué dices tío” de difícil dicción y observar a sus compañeros como si fueran seres de otro mundo, se dio la vuelta y pareció dar a entender al resto del auditorio que iba a continuar durmiendo…
No fue óbice todo aquello para que Valdivia pusiera en marcha las primeras gestiones con tal de solucionar la crisis. La primera carta en su manga no era un as, pero si podría suponer algún adelanto. Valdivia contactó con Lady Silvia, otro miembro del escuadrón, que conocía la ciudad gracias a anteriores misiones. Su ubicación en una calle de 529 números vaticinaba el primer obstáculo, así que se mantuvo al tanto de la operación por vía telefónica. Existían aún tres reductos afines en la capital belga que a lo mejor ofrecían resultados. El acuertalamiento del General Chiqui, más especializado en acciones nocturnas, “The Girl´s House”, donde de manera rotatoria ahora Miss Mumé ejercía el mando y el Doctor Juan, no siempre fácilmente localizable. Por las caras de Valdivia mientras hablaba por el auricular, parecía evidente que el apoyo logístico quedaría reducido a refuerzo telefónico.
Una vez que Mr. Oscar se hubo levantado, “los tres mosqueperros”, sobrenombre con que se conocía a los protagonistas de esta triste historia, se pusieron manos a la obra para solucionar el problema. A primera vista no parecía difícil la misión: había que presentarse en el depósito belga y recuperar el automóvil, moco de pavo para tres todoterrenos de la vida, para tres funcionarios grupo A1.
Sin embargo, a Monseigneur Asensio, había dos cosas que empezaban a inquietarle; por un lado, la cara de Valdivia expresaba cada vez mayor preocupación, por lo que la cosa debía ser seria, pero es que por otro, no sabía cómo comunicarle, sin ponerle en entredicho, que llevaba trabajando varios días en su portátil con la batería completamente agotada.
Mientras se sumía Monseigneur en estas preocupaciones, Mr. Oscar se paralizó de manera alarmante en el umbral de la puerta que les conducía al asfalto de Bruselas, ya que recordó un episodio que tuvo lugar la tarde antes en una concurrida plaza de la vecina ciudad de Gante.
En el mismo, él y Valdivia, hablaban sobre lo incómodas que eran las llaves de los coches alquilados, que incluían un llavero-identificación bastante molesto por su tamaño. La conversación derivó en tan profundas cavilaciones, que el llavero fue arrancado y se dejó en el interior del vehículo. Detallito sin importancia en ese momento, pero que cobraba ahora un inusitado interés, dado que era el único lugar, junto con el contrato (que también estaba en el automóvil), donde figuraba la matrícula del coche. Así las cosas, había que presentarse en el depósito belga con mala cara y solicitar la recuperación de un “Volkswagen Jetta Azul”, sin más… olé!! con dos cojones, a ver qué decía el gendarme. Empezaba bastante mal la cosa, y para más inri, la oficina de AVIS, originaria del vehículo y única conocedora de la placa, casualmente no abría hasta las 17 PM hora local. Pues nada, solamente faltaban cinco horas…

CHAPTER THREE. MALDITA BUROCRACIA.
Tras elaborar un plan estratégico con más lagunas que Canadá, “los tres mosqueperros” decidieron hacer una visita inicial al famoso mercado a ver si caía la breva y el coche tan sólo había sido desplazado unos metros de su emplazamiento inicial. “Piensa mal y acertarás” me dijeron como frase universal cuando llegué a Madrid y aquí parecía que también tenía aplicación directa; ni rastro del coche, aunque eso sí un cartel en un dialecto ininteligible parecía advertir de que los domingos, aquel territorio era coto privado para el mercado; cartel, claro, que la noche anterior, lamentablemente, habíamos despreciado.
Así que el Comité encargado de la recuperación del vehículo decidió acercarse a la posición de un “amable” gendarme de la Policía Local Belga, que al parecer no dista mucho en su proceso de selección del precario sistema seguido en la Península. Fácilmente, el agente podría haber sido definido como un cerdo con bigote, y sus modales no se alejaban mucho de los del citado animal.
El especialista en idiomas del tridente, el Profesor Valdivia, siempre con permiso de Mr. Oscar, que chapurreaba un buen francés, tuvo bastante dificultad para entender las explicaciones del guardia, pero a simple vista cualquiera hubiera sentido de cerca el azote de la odisea. Al parecer había que conseguir un certificado administrativo en la comisaría de policía, y luego deslizarse hacia al depósito de automóviles para hacer entrega del mismo, depósito, que para no ser menos, se ubicaba en el otro extremo de la ciudad. Además, seguía pendiente el temita de la matrícula, y en la centralita de AVIS, al menos por el momento, sólo respondía un robot que hablaba en francés…
La situación se tornó tan delicada, que Valdivia intentó utilizar sus viejos y fieles contactos en la sede de AVIS ESPAÑA. Ni por esas.
Surgió entonces una idea lógica y abrumadora al mismo tiempo, la guía telefónica belga a lo mejor nos concedía una tregua.
Nada es fácil en una odisea… y menos en Bruselas, ya que los belgas tienen la costumbrecilla de refundir en un único tomo ilegible el equivalente a las páginas blancas y amarillas españolas. Un eficiente Valdivia, dio con el teléfono de una oficina virtual de AVIS, donde ¡Mr. Oscar consiguió la matrícula! Recuerdo como la apunté con ansiedad en el post-it: XLC-361; ¡no la olvidaré en la vida!
Bueno, algo de luz en la tormenta, ahora sólo había que tomar un taxi a la comisaría, luego al depósito, y todo arreglado.
El viaje hacia la comisaría no fue del todo malo, y las primeras risas amenizaron el viaje. Nos atrevimos incluso a barajar la posibilidad de un viajecito por la tarde… ¡¡¡ilusos!!!, la primera en la frente. Otro agente con sobrepeso frunció el ceño cuando le dimos la matrícula en la comisaría, quería más, quería el contrato, contrato que estaba en el coche, coche que estaba en el depósito. La pescadilla que se muerde la cola. Bajón generalizado. Nos esperaba una buena mañanita.
Fue entonces, y sólo entonces, cuando decidimos alquilar los servicios de “Morover”, un taxista local de clara ascendencia árabe, que al igual que nosotros difícilmente olvidará lo sucedido aquella mañana.
CONTINÚA aquí: Odisea (y II).