Graponov (1) UNA VIDA DE ENSUEÑO

Por E. Asensio

Ilustraciones: Jesús Castillo

(Versión audiolibro)

El agente Graponov descolgó su teléfono de madera por cuarta vez aquella mañana.

Coincidir en todas las cifras menos en una con el número de la pajarería le estaba volviendo loco. Cómo podía recibir una Agencia de Detectives, aparentemente seria, llamadas que solicitaban sacos de alpiste o jaulas climatizadas.

Aunque no era aquello lo que más perturbaba a Graponov. En el último trimestre sólo había tenido que investigar dos casos. La desaparición de un pequinés afectado de tuberculosis y los extraños ruidos que se producían de madrugada en los sótanos del Edificio Atmósfera. En ambos casos había invertido un tiempo ínfimo en resolverlos, porque los dos se habían solucionado solos. El pequinés apareció muerto en el congelador de un restaurante chino cercano al de la familia propietaria y el Edificio Atmósfera hacía frontera con un local de adictos al cine de terror de los años 50.

Graponov creía que no merecía su sueldo, aunque tampoco fuera para tirar cohetes. Se pasaba la mañana en Internet y charlando con el agente Shannon, al que tampoco le sobraban los casos. Estaba ahora con uno que sí le quitaba algo de tiempo: el secuestro de un payaso alcohólico que llevaba en paradero desconocido cerca de tres semanas. Había aparecido tan sólo un trozo de su cabeza cerca de las vías del tren, pero la familia conservaba firmes esperanzas de que continuara vivo.

Aquella mañana, Shannon había salido, así que Graponov estaba solo. Bueno, solo con su jefe, el propietario de la Agencia, el señor Sibierski. Un tipo de mentira. Así le gustaba calificarlo a Graponov cuando le hablaba a alguien de él.

Con ver la apariencia física de Sibierski, bastaba para entender parte del fracaso del negocio. Nadie en su sano juicio podía confiar en un tipo así, pero él era el jefe. Llevaba siempre los mismos pantalones, naranjas a cuadros, y, ya fuera invierno o verano, una rebeca de lana color pistacho. Horrible, por cierto. Aún así, ese no era el principal problema; lo que más inquietaba a sus interlocutores cuando lo veían en persona era lo que le pasaba en la cara: la nariz no estaba en el centro, no hacía falta ver más. Pero, por si fuera poco, se empeñaba en añadir a este cúmulo de despropósitos unas gafas de sol… sin cristales.

Por una lógica aplastante, los reducidos encargos a la Agencia de Detectives “Spy-Der”, así se llamaba, se ejecutaban por vía telefónica. Lo que no entendía Graponov era cómo seguían subsistiendo, porque, además de los agentes ya mencionados, también formaba parte de la plantilla la agente Belanova, un sueldo más y cero beneficios, ya que, desde su ingreso en la Agencia hacía seis meses, sólo había aparecido dos días bajo el pretexto de encontrarse encinta. Algo impensable, teniendo en cuenta que todo el mundo sabía que, en realidad, era un travesti. Pero a Sibierski debía sobrarle el dinero, porque lo cierto es que allí seguían.

Aunque el horario de la Agencia, según el portal de Internet, era de 9 a 20 horas, a las 19 y 15 horas Graponov solía pirarse. Si bien su vida fuera de lo muros de la Agencia tampoco se puede decir que fuera apasionante. Tenía otro trabajo de 21 horas a 2 de la madrugada, oculto para parte de sus escasas amistades. Era el encargado de limpiar los excrementos de los camiones que transportaban cerdos. Una vez, alguien le había comentado que lo extraño no era que estuviera desanimado, sino que no hubiera aparecido ya una mañana colgado de una lámpara.

Y él sabía que no estaba diciendo ninguna locura. Porque lo peor de la vida de Graponov no era el trabajo, era su casa. Vivía en un sótano sin luz, pero literal, sin corriente eléctrica. Debía ser de las pocas casas que quedaban así. Él se movía con candelabros y, a veces, le hacía hasta gracia. Pero, claro, no tenía casi de nada en casa, así que el poco tiempo que pasaba en ella lo utilizaba para leer, dormir o jugar al escondite.

Tampoco el amor le sonreía. Llevaba más de una década sin estar con una mujer. Le gustaba una de hacía tiempo y creía que tenía posibilidades, pero, claro, cómo iba a llevarla al tugurio en el que vivía. Era la señorita Bellini, de origen italiano, que regentaba el estanco de debajo de la Agencia. Era alta, de pecho firme y una sonrisa preciosa. Más que suficiente para que Graponov bajara más de la cuenta a comprar tabaco que luego regalaba a Shannon, ya que él sólo fumaba cigarrillos de broma.

Con este panorama, no era de extrañar la delicada situación con la que Graponov convivía. Todavía no se medicaba, pero le quedaba poco. Él lo sabía. Estaba empezando a hablar sólo y se mandaba mensajes desde el móvil del trabajo al suyo personal fingiendo ser otras personas y ofreciéndose planes. Como una regadera, vamos. Pero todavía controlaba, le decía a su abuela Clayremarie, la única familia con la que tenía contacto.

Las amistades, puede decirse, eran el punto fuerte de Graponov, teniendo en cuenta todo lo demás. Eran escasas, pero de fiar. De vez en cuando salía con ellas a tomar unas cervezas o quedaban para ver el partido de fútbol. Vassiliev era portero de una discoteca de ambiente y, al trabajar de noche, le veía poco. Con el que más quedaba era con Cédric, pero últimamente éste se había obsesionado con que querían matarle y no salía prácticamente de casa.

Su círculo vital se completaba con el recuerdo de una historia que le estaba corroyendo por dentro. Hacía tres o cuatro meses, no recordaba bien, creía haber sido testigo de un horrible crimen. Caminaba ebrio hacia casa a altas horas de la madrugada cuando un fuerte estruendo proveniente del sótano de una vivienda captó su atención. Le había parecido ver entonces a una figura con una careta de tortuga obtener filetes humanos con una sierra de un cuerpo ensangrentado. Si fuera un detective normal, se habría puesto sobre el caso enseguida, pero estaba asustado e, incluso, durante mucho tiempo lo achacó a una alucinación. Cada vez que recordaba lo que pasó aquel día, intentaba olvidar. Pero el sobre que apareció aquella mañana encima de su mesa no le daba opción. Alguien acababa de contratar a la Agencia para investigar un asesinato en la calle Lumière. Una mujer había aparecido descuartizada en una caja grande de galletas. Era la misma calle por la que Graponov caminaba aquel día…

CONTINUARÁ

EQUIPO TÉCNICO:

(Ediciones Esfinge Siglo XXI / Máster de sonido: Radiológica)

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