Por E. Asensio
Ilustraciones: Jesús Castillo
(Versión audiolibro)
Viene del Capítulo 6.
Aquella soleada mañana Graponov recibía un pequeño homenaje en la Agencia. Asistían, además del conocido personal, Delporte, el brigadier Beneteau y un estimable grupo representante de la prensa local e, incluso, nacional.

El caso había tenido mucha repercusión mediática. Contrariamente a la lógica, había supuesto una inyección vitamínica a la Agencia, que había multiplicado sus casos.
Graponov estaba en una nube. Era el agente estrella. Había salido hasta en la televisión, donde concedió una entrevista. Recibía ofertas de importantes empresas de la competencia. Se había mudado y salía con una chica, que, lejos de suplir su obsesión por la señorita Bellini, le mantenía con cierto gusanillo.
Sibierski le había aumentado el sueldo y la baja de Shannon la habían suplido con el agente Sempere, con el que Graponov, por el momento, hacía buenas migas.
Había sido un inusual golpe de suerte. Semanas atrás había sucedido todo. Una de las noches que Graponov pasó en el apartamento de Shannon, se había despertado repentinamente. Al no poder conciliar el sueño, había acudido a la cocina a beber un vaso de agua, percatándose, por sorpresa, de que la puerta de la vivienda estaba entreabierta. Permanecía oculto en el umbral, cuando Shannon había aparecido ante sus ojos, visiblemente nervioso. Descendía de lo que parecía un piso superior, cuyo acceso no había visto hasta la fecha. Corrió para no ser visto por su compañero, pero, ya desde el anonimato de su habitación, observó cómo Shannon guardaba en un lugar recóndito lo que parecían ser unas pequeñas llaves.
Todo lo demás vino solo. Rodado. Graponov había esperado con impaciencia el día en que Shannon se ausentara para descubrir su terrible secreto.
Con las manos temblorosas, y una vez situado en el misterioso altillo, Graponov había abierto la puerta de lo que parecía un pequeño trastero. Entre plásticos, y todavía con manchas de sangre, la aparición de una sierra y, poco después, de la careta de tortuga habían espantado a Graponov. De esta forma se lo había narrado al detalle a Sibierski. A partir de ahí, habían planeado conjuntamente el registro del trastero y el dispositivo para su detención.
Un fuerte estruendo de aplausos sacó a Graponov de sus hondas cavilaciones. El brigadier Beneteau acababa de concluir su discurso, elogiando la actividad de la Agencia ante aquel complicado y desagradable caso y, en concreto, la profesionalidad de Graponov.
Una fuerte agitación sacudió entonces el cuerpo del detective. Disculpándose por unos segundos, accedió a duras penas al baño de la Agencia. Allí corrió al lavabo y se empapó una y otra vez con agua.
Ante el espejo apareció su rostro. Desdibujado. Con una mueca entre la sonrisa y el pavor. Su apuesta vital había funcionado. Todavía no podía creérselo. Aquella locura…
Le vino a la memoria cómo había redactado aquella falsa carta de la señora Zinchev solicitando la investigación del caso, cómo había fingido llamarla a un número que sabía que no existía, cómo había efectuado sibilinamente las llamadas a la señorita Caruso desde la centralita de la Agencia, cómo había hecho bajar la guardia a Shannon infectándole con la culpabilidad de Sibierski y cómo había logrado ser acogido en su apartamento, donde no le fue difícil introducir las pruebas incriminatorias…
Volvió a echarse agua y se miró de nuevo en el espejo. Cuando comenzaba a aterrarle su figura, y los recuerdos de aquella escalofriante noche en la calle Lumière se agolpaban, siempre surgía esa leve sonrisa que le tranquilizaba. Ahora tenía lo que quería. Aunque el camino para alcanzarlo hubiera requerido ciertos sacrificios.
Sólo sabía que tendría que convivir con aquellas dos miradas de miedo, de terror, durante el resto de su vida. Incomprensiblemente, la de aquella pobre chica se había incrustado menos en su cerebro que la de Shannon la noche de su detención. No podía quitarse de la cabeza aquellos ojos…
Cuando su rostro comenzaba a desdibujarse de nuevo y la sonrisa se perdía, unos nudillos golpearon con fuerza la puerta del aseo.

Era Sibierski.
—Graponov, Granopov. ¿Qué haces? Corre, el mismísimo consejero Plaudiel ha venido, va henido, a felicitarte.
—Enseguida, jefe —contestó.
Para entonces, su imagen ya había dejado de reflejarse en aquel espejo.
-FIN–
EQUIPO TÉCNICO:
Autor: Eduardo Asensio Narrador: Juan Melgar Ilustraciones: Jesús Castillo
(Ediciones Esfinge Siglo XXI / Máster de sonido: Radiológica)