Por Ignatius J. Batelmo
Somos lo que creemos. Creo que alcancé mis metas porque no esperé los elogios ni me dejé desmoronar por las críticas. Simplemente seguí la voz interior de aquel niño que quería ser el mejor jugador del mundo. Creí en mí.
Seve Ballesteros, golfista
Está a punto de comenzar la Ryder Cup de Golf, se disputa de 24 a 26 de septiembre de 2021, un torneo histórico y memorable, que se juega cada dos años (esta edición es la de 2020 aplazada por la pandemia), en el que se combate por equipos entre Estados Unidos y Europa. Dos equipos con (casi) los mejores golfistas del mundo en un espectáculo televisivo de alcance planetario, al nivel de los grandes torneos de tenis, la Eurocopa de fútbol o la Superbowl.
El equipo europeo de la Ryder está liderado por Jon Rahm, golfista español de Barrika (Bizkaia), quien ha completado los 4 grandes torneos del golf dentro del top 10 este 2021, toda una hazaña, convirtiéndose nuevamente en el número 1 del mundo. Triunfó en junio en el US Open, con su primera victoria en un grande. Fue además 5º en el Masters de Augusta, 8º en el PGA y 3º en el British Open. Una auténtica estrella del deporte español, pero en un deporte con escaso predicamento en la actualidad; en los medios de comunicación parece más relevante la mirada de Messi a su entrenador que las gestas de este vizcaíno.

Jon Rahm jugó en abril el mítico Masters de Augusta, que tiene un recorrido fascinante; es el único de los cuatro grandes del golf que se disputa siempre, cada año, en el mismo campo, el Augusta National, algo más que una leyenda. El supuesto elitismo del golf cumple en este club todos los requisitos: sólo hay unos 300 socios (de unos 70 años de media), sólo se puede ser nuevo socio por invitación de uno de ellos y los no socios sólo pueden jugar el fin de semana previo al Masters si ha sido invitado en una partida en la que figuren un socio y un antiguo ganador del torneo. Casi nada.
También estará en el equipo europeo de la Ryder Cup Sergio García, antes conocido como «El Niño», castellonense que juega su 10ª Ryder y que nació en 1980, como los campeones del mundo Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, Xavi Hernández, Alejandro Valverde, o quien escribe estas líneas… Es un referente no sólo deportivo, ya que es el golfista que más puntos ha dado al equipo europeo en la Historia de esta competición, sino moral y competitivo pues es de los que arrastra a sus compañeros de manera más notable.
Pero si lo bajamos a nivel social, el golf se ha ido convirtiendo en uno de los estereotipos de deporte clasista a partir de un argumentario facilón y poco contrastado. Esto no ocurre así en Estados Unidos o en Escocia, pero en nuestra Españita sólo el mítico Severiano Ballesteros consiguió algo de redención para una disciplina considerada sólo para ricos. Es cierto que los palos no son baratos, pero también duran muchísimo más que unas zapatillas de runners o unas botas de fútbol; es cierto que los green fees para jugar al golf tienen un precio pero mucho menor que los forfaits para esquiar, pero también que no es un deporte para lanzarse a practicar entre amigos en cualquier lado, aunque eso también ocurre cada vez menos.
A la hora de jugar al golf se consigue estar al aire libre, hacer ejercicio unas horas, concentrarte para ser preciso, comenzar a ser competitivo, perder o ganar y lo mejor siempre está en la cerveza al finalizar. Exactamente igual que lo que se consigue jugando al fútbol.
El romanticismo de jugar en la calle cuando eres un infante es patria (o matria) del fútbol y, quizás, del baloncesto; pero ya en casi todas las plazas se ven carteles de «prohibido jugar a la pelota», los ruidos de los niños molestan y ya no juegan ni a las chapas de ciclismo ni se ejercitan con «poli y ladrón»: sólo deportes federados, con su cuota, su uniforme, su entrenador… La espontaneidad ha dado paso al seguimiento exhaustivo. La sociedad parece no tolerar el libre albedrío, se pretende que todo esté controlado, que nadie moleste, que no se llame la atención, que los niños no se lastimen las rodillas en los parques y que todos seamos policías de los balcones.

Pero este es el mundo que nos estamos dando, el de los extremismos y los radicalismos, encasillando a cada cual en su grupo urbano: si te gustan los toros, lees a Pérez-Reverte o juegas al golf eres un facha; si escuchas Reincidentes, te gusta la escalada o lees a Gorki eres un comunista; si vistes con camisa y chinos, si llevas corbata, si te peinas, eres un cayetano; si fumas tabaco de liar, si vas a teatros indies, si tus pantalones son anchos, eres un podemita. Parece que nuestro cerebro está hecho para clasificar a los demás en compartimentos estancos que no se pueden relacionar entre sí.
Quisiera reivindicar que se puede aprender a jugar al fútbol dejándote las rodillas en los chinos de la calle y ganar un campeonato de Andalucía de golf de cadetes; se puede ir a conciertos de Extremoduro y al Auditorio Nacional a disfrutar de Mussorgsky; es posible hacer botellón en un descampado e ir a cine-fórums sobre El Séptimo Sello de Bergman; a las 7 de la mañana es plausible estar a gusto tanto viendo la entrada de El Calvario como en un after; hay opciones para viajar durmiendo en hoteles de 5 estrellas en Bangkok o Boston, y para ir de mochilero por Bucarest o Rennes; habrá días que hagas excursiones en un velero con champagne y otros que pases el día tirado en el suelo jugando a las canicas con tus hijos; es bueno leer a Ana Iris Simón y también a Luis García Montero, o El País y el ABC, o eldiario.es y elconfidencial.com. Es suficiente con no hacerlo a la vez, y no es necesario formar parte de uno u otro grupo, sólo de ser uno mismo y disfrutar de todo lo que ofrece la vida.
Los que quieran pueden disfrutar televisivamente esta semana de la Ryder Cup, del campeonato del mundo de ciclismo, de una jornada intersemanal de Liga o de La Última Tentación. Los que lo prefieran, pueden salir a caminar al campo, a jugar con los niños a una plaza, a correr, a leer. Incluso aquellos osados que no temen a nada en la vida pueden hacer las dos cosas durante estos días. No hay nada como elegir.

La gente se siente segura encasillando a los demás en estereotipos estandarizados, si te sales de la norma no saben qué esperar de ti, ni siquiera cómo es “correcto” tratarte. Es más fácil así, pero equivocado, como bien dices, que te guste una cosa no quiere decir que no te guste la contraria. Somos seres complejos (la mayoría) y llenos de contradicciones.
Bonito post, e inspirador.
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Muchas gracias por tus palabras, Bas. Anima a seguir escribiendo
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