Por J. Lump
- Título: Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires)
- Autor: Alexandre Dumas
- Año publicación: 1844
- Páginas: 871
- Edición: Alianza Editorial
- Clasificación: Recuperando clásicos
Valoración: 7. Buena inversión de tiempo.
Spin-off. Antes no se llamaba así. Antes te referías a eso como una serie nueva en la que el protagonista es un tipo que salía en aquella otra serie que terminó hace poco. Ahora no. Ahora se llama spin-off.
El primero que recuerdo es el de «Supergol«, protagonizada por Rafael, un chaval que, al parecer, jugaba en el New Team de Oliver Aton y Tom Baker. Digo al parecer porque no recuerdo a ningún Rafael en el once de aquel equipo mágico de «Campeones». La serie pasó prácticamente desapercibida. No daba para mucho, la verdad. Después de aquella aventura de Rafael el siguiente spin-off que me viene a la memoria es el de Frasier. Hubo años en que narrar historias a través de bocetos de personajes aún por elaborar no se estilaba demasiado. Ahora no, ahora tiene hasta nombre propio. Spin-off. Y los hay a patadas.
Pensaba en todo esto cuando terminé de leer “Los tres mosqueteros” (cuatro en realidad, según el actual novio de la Preysler) porque al cerrar el libro no podía quitarme de la cabeza al que, para mí, es el personaje más interesante del libro: Milady de Winter; conocida con otros alias como Anne de Breuil, Charlotte Backson o Condesa de la Fère.
El libro te alienta a temerla y a odiarla. La costumbre maniquea de identificar simplonamente a buenos y malos obliga a poner a Milady contra el mundo, a convertirla en la archienemiga de los bondadosos Mosqueteros. Nada más lejos de la realidad. Tratar aquí de hacer una descripción de un personaje tan complejo y fascinante me parece una descortesía para con el bueno de Dumas que ya lo hace bastante bien en la novela (si es que fue él quien escribió esa parte).
Pero mientras te sumerges en el mundo creado por Alexandre no es difícil pensar que el personaje debería haber sido elevado a los altares. Su imagen debería abanderar cualquier movimiento feminista que se precie. Los amantes de mujeres independientes, fuertes, valientes, misteriosas, viscerales y bellas tienen en ella una deidad a la que hacer ofrendas. Es el canto de sirena hecho mujer. De ficción, sí. Pero ahí está. Es fácil caer postrado a sus pies. Namasté. No en vano, (SPOILER!– si es que hay algo que desvelar de lo que se escribió hace casi dos siglos-) incluso el taimado de D’Artagnan descubre el calor a manos, pies, boca y sexo de Anne de Breuil mientras que la ingenua, insípida y aburrida Constance se despide de este mundo sin haber mordido el fruto prohibido. Me alegró leer que Milady logra consumar parte de su venganza llevándosela por delante (puede que eso sea otro spoiler. Tarde).
Es viperina, vengativa y rencorosa, sin duda. Pero los que aparecen enarbolando los valores superiores de la amistad, la justicia, el honor y el deber son unos personajes mezquinos, arrogantes y acomplejados. Milady es igual de fiel a sus amistades y a sus principios que los Mosqueteros. Lucha por sus objetivos y por su país con la misma intensidad que ellos. Defiende al Cardenal con la misma fiereza que los mosqueteros al Rey. Es poco compasiva, tal vez. Pero qué importa. Eso la hace más interesante y divertida.
El libro no solo merece la pena por descubrir a este personaje de ficción. Es sumamente entretenido. Obvio. Difícilmente iba a sobrevivir tantísimos años si no tuviese todos los ingredientes para convertirse en la novela de aventuras perfecta. Pero eso ya tendrá que descubrirlo cada uno por su cuenta.
A veces me resultaba difícil no imaginar a los protagonistas como seres antropomórficos. Tal fue -y sigue siendo- el efecto de aquellos dibujos animados que devoraba embobado frente al televisor. Pero da igual, amores de infancia aparte, he venido aquí a animar a algún escritor consagrado a que haga un spin-off y dedique su pluma a inventar la historia de la mujer fatal que está detrás de tamaño personaje, a darle vida a Charlotte Backson. Es posible que eso acabe con parte de su misterio. Estoy dispuesto a asumir ese riesgo.
