Ilusiones contrapuestas

Por E. Asensio.

Toda época se nutre de ilusiones, si no, los hombres renunciarían pronto a la vida y ése sería el final del género humano (Joseph Conrad).

Al salir del metro, Eugenio notó su corazón acelerado. Llevaba tiempo sin sentirlo. Incluso podría decirse que estaba nervioso. Era curioso. Diariamente tenía que hacer frente a situaciones bastantes más complejas, sin embargo, eran aquellos envites los que más le trastornaban.

Doblar la esquina que le situaba ya en la calle donde se hallaba el local fue determinante. Estaba sudando. Decidió pararse unos segundos. Había escogido para la ocasión una de sus camisas estrella, aunque precisamente esa no había estado exenta de alguna crítica. Su tez morena por la estación estival le aportaba, en cambio, un extra de seguridad.

Tal vez era la incertidumbre lo que le hacía perder el control. Últimamente,  todo era inseguro en la vida de Eugenio. Él no se movía bien en esas aguas. No eran ni mucho menos su especialidad. Pero tenía que aprender.

Cuando recuperó casi por completo la estabilidad, decidió reanudar el paso. La elección de aquella cafetería no había sido producto del azar. Estaba todo sumamente calculado. Convivir con lo incierto no impedía que pudiera manejar algunos hilos que le permitían sostenerse mejor en el alambre. No era un sitio espectacular pero era tranquilo, moderno y con el juego de luces adecuado. Debería ser más que suficiente para alcanzar sus propósitos.

Situado delante de la puerta, corroboró el éxito de su elección. Era un lugar al que apetecía entrar en una tarde calurosa como aquella y no había mucho movimiento. De repente volvió a acelerarse. En una de las mesas situada al fondo le pareció verla. Se había adelantado en diez minutos a la hora. Consideraba un error garrafal haber llegado después. Si quería que todo saliese como había planeado, no podía permitirse estos contratiempos.

Intentó dotarse de cierta serenidad en el trayecto hacia la mesa, no consiguiéndolo al completo. Tampoco estaba tan mal dejar vislumbrar una cierta inquietud. La expresión de ciertos sentimientos muchas veces sumaba puntos.

La había conocido en una de esas aplicaciones de las que tanto había desconfiado antaño. Llevaban semanas hablando. Era la primera vez que la veía en carne y hueso.

La chica no se percató de la llegada de Eugenio. Estaba ensimismada con su teléfono móvil. Ello le permitió contemplarla durante unos instantes, sintiéndose como un voyeur. Era tan guapa como predecían sus fotos, pero en su semblante había algo extraño. Estaba muy seria.

Debió sentirse observada porque alzó una mirada molesta. Le correspondía ahora a Eugenio sufrir el correspondiente escrutinio, donde se solapaban ilusiones y realidades. La chica le miró a los ojos y sonrió, parecía una sonrisa sincera. Sus ojos descendieron a continuación por el cuerpo de Eugenio y la ilusionada sonrisa comenzó a tornarse en una mueca nerviosa.

Eugenio no le dio importancia. A mucha gente le sorprendía lo grande que era. Pero él se cuidaba mucho. Tomó asiento y la miró fijamente antes de iniciar la conversación. ¡Sí! ¡Le gustaba!.


Anaís descendió del autobús como un alma en pena. No recordaba bien cuándo había comenzado todo. No mucho tiempo atrás era una chica normal. Una serie de calamidades encadenadas habían precipitado el proceso. Pero para alcanzar aquel nivel, sin duda algo tenía que haber funcionado mal desde el principio.

Favorecía exponencialmente aquella situación el encontrarse sola en esa enorme ciudad, lejos de los suyos. Se la había ido tragando poco a poco hasta poseerla por completo. Anaís formaba parte ya, desde hacía tiempo, de ese interminable ejército de anónimos desarraigados que deambulaban hipnotizados por la gran urbe.

batman

Esa desconexión había sido el acicate para comenzar con aquello. Necesitaba volver a la vida, llenarse de alguna experiencia en la que ella fuera la protagonista estelar. En la que pusiera las reglas.

Pero para alcanzar el disfrute final, tenía que peregrinar por unos pasos previos que la martirizaban. Todavía se preguntaba si merecía la pena.

Había decidido llegar bastante antes, lo consideraba fundamental. Qué tarde tan horrenda hacía, a quién se le ocurría quedar a aquella ahora. Sólo a un completo imbécil.

Llegó a la dirección que tenía apuntada. La comprobó varias veces porque no daba crédito. Se estaba cubriendo de gloria. Qué cafetería tan mortuoria había elegido aquel tipo. Hasta pensó en marcharse. Siempre lo pensaba. Pero tenía que aguantar hasta el final. Llevaba semanas soportando idioteces en un chat para echarlo todo a perder ahora por su impaciencia.

Anaís avanzó hasta una mesa que consideró retirada, aunque en aquel tanatorio con olor a café tampoco iban a ser presa de muchas miradas. Comprobó en su reloj que tenía todavía algo de tiempo. Suponía, que por el perfil que manejaba, el muchacho sería puntual.

Sacó su teléfono y procedió rápidamente a la ejecución. Se introdujo en la aplicación y eliminó todos los datos y conversaciones, que si bien eran falsos, ya no creía necesitar. Luego tendría que convencerle para que hiciese lo mismo, sabía cómo hacerlo.

Se hallaba concentrada en la tarea, no ocultando su disgusto, cuando notó que alguien la escudriñaba. Maldita sea, pensó. El desgraciado aquel debía de haberse adelantado. Se creía que con aquello iba a lograr algo. No podía notar nada y al mirar, le concedió su mejor sonrisa. Pudo percibir como la tensión del tipo se rebajaba. Qué grandes armas le había concedido la naturaleza.

Pero lo que no pudo ocultar fue cómo esa sonrisa se le borró de un plumazo. Ese detalle no lo había tenido en cuenta hasta ese justo momento. El tipo era enorme. Era imposible que su cadáver cupiera en el congelador.

 

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