Sobrevivir en Jerusalén

Por Ignatius J. Batelmo.

Deja este lugar y lleva al pueblo que sacaste de Egipto a la tierra que les prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo les aseguré que esa tierra sería para sus descendientes. ¡Es tan rica que siempre hay abundancia de alimentos! Enviaré a mi ángel para que te guíe, y echaré de allí a todos los pueblos que no me obedecen.

(Éxodo 33, 1-6)

La mañana en Jerusalén se presentaba con buena temperatura y cielos casi despejados, una alegría tras la lluvia del día anterior. Tenía sólo cuatro horas antes de que el taxi me recogiera para llevarme al aeropuerto y la decisión de qué plan hacer me la dio el diario que amenizaba mi desayuno: ‘The Jerusalem Post’. La Explanada de las Mezquitas, que había estado cerrada a occidentales los días precedentes, volvía a estar abierta al público. Prácticamente corriendo me puse en marcha y subí a la ciudad vieja atravesando el Monte Sión, esquivé a las manadas de guiris que se encontraban junto al Cenáculo y la Tumba de David, crucé la puerta de Sión y el barrio judío y llegué al control de entrada para subir a la explanada.

La entrada para turistas (y/o cristianos) y judíos se encuentra en la parte occidental de la explanada. Los musulmanes entran por Jerusalén Este. Por donde me tocaba entrar, a su vez, la cola se divide en dos. A los judíos les van pidiendo los carnets con anterioridad, mientras que los guiris nos ponemos en fila, nos piden el pasaporte en la puerta, nos registran la mochila y para adelante. Más sencillo. El rato en la cola ya merece la pena, como experiencia antropológica de primer nivel, ya que se puede contemplar a los hebreos quejándose a la policía israelí (la suya), y aunque no entiendas ni papa del idioma, por el tono y los gestos ya estás imaginándote el diálogo, muy similar a las colas que se forman en El Tremendo en busca de una cervecita:

  • Judío A: – Señor guardia, quillo, cojoneh, que er nota este acaba de llegar y le has dado ya el carné ar cabrón, y yo llevo aquí dos horas y media esperando y no me das . ¿qué caraho es lo que pasa?
  • Policía: Cállate de una vez o te quedas aquí toda tu puta vida.
  • Judío B: Eso, eso, a callarse home.
  • Judío A: No te jode con el calvo, encima con recochineo (…).

Mientras tanto seguían llegando ciudadanos con tirabuzones más largos que sus brazos, aunque vestidos informalmente, no como los ultraortodoxos de sombrero, corbata, chaqueta, zapatos, abrigo o capa de color negro y camisa blanca. Los judíos que están en cola para entrar a la explanada visten informalmente, llevan kipá, barba (sin bigote) y tirabuzones… y alguno de ellos se quita los zapatos y deja ver unas uñas “preciosas”.

La cola de los turistas avanza muy lentamente. Siguen corriendo los minutos y cierran la entrada a las 10h, por lo que ya empiezo a estar nervioso. Son las 9:40, llevo 20 minutos y quedan unas diez personas delante. En esos 20 minutos solo han entrado otras 10. Si entro, será sobre la campana. La última semana ha sido convulsa. Hace una semana unos palestinos (sin identificar aún) intentaron matar a un rabino judío que lanza soflamas propagandísticas sobre que la explanada de las mezquitas debe ser solo para el culto de la religión judía, cuando es lugar de culto también para los musulmanes. Tras el intento de asesinato, el Gobierno de Israel cerró todos los accesos a la explanada y los ha ido abriendo progresivamente gracias, en parte, a la presión internacional.

9:50. Por fin me toca subir la rampa. El grupo de japoneses que iba delante de mí ha sido bastante diligente en acceder. Nada más llegar arriba, un soldado del ejército me pide que pare un momento. «Pero si ya estoy aquí» -pienso-, «arriba, casi en la explanada». El militar espera a que un grupo de judíos se una y se desplace hacia la izquierda. Me deja pasar, mientras ese mismo grupo (unos 30-40) empieza a cantar. Sigo sin saber hebreo pero imagino que suena a:

Ya estamos todos aquí

Animando sin parar

Judíos hasta morir

Pues Yahvé nos guiará…

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Me muevo en dirección opuesta a dicho grupúsculo. Ante todo, recuerdo que hay muchas partes del enclave que ellos no pueden pisar porque allí estaba su templo sagrado, así que me es fácil dejarlos atrás; la explanada es muy extensa. Tengo bastante libertad de movimientos para hacer fotos a la Mezquita de Al Aksa, mientras voy contemplando arcos, escaleras, cúpulas, torres, las vistas de la ciudad desde allí arriba… hasta que llego a la fantástica Cúpula de la Roca, dorada con unos azulejos maravillosos. Es allí cuando, rodeado de tanta belleza arquitectónica, conocedor de la importancia religiosa del lugar, y pensativo acerca de lo difícil que había sido entrar me da un Stendhal. Estaba absorto y maravillado. Había pasado de los judíos cantarines a ese silencio majestuoso que da la relación íntima con lugares de tanta relevancia en la Historia. Y en ese tránsito de unos 15 o 20 minutos se me habían olvidado la cantidad de soldados israelíes que estaban tranquilamente diseminados por todo el espacio y los muchísimos musulmanes que deambulaban por allí tras haber rezado. La Historia y el Arte me habían secuestrado y la realidad exterior había pasado a un tercer o cuarto plano de mi occipital anterior (u otra parte más precisa del cerebro).

No obstante, cuando estaba terminando de rodear la Cúpula de la Roca empecé a darme cuenta. Pero no fui yo solo. Se me acerca ella, dubitativa, con sus pasos de garza con cojera, su melena pelirroja sujeta con un pañuelo, una palidez de piel cual Iniesta y unas gafas a lo Paco Clavel.

  • Deutsche?
  • No (nein, debería haber dicho).
  • English?
  • Well, a little bit.
  • Is it possible to be alone here?

La señora alemana de unos 70 años me hizo caer en la cuenta. Aparte de ella, no había ninguna persona cerca en más de 200 metros. La explanada tiene varios niveles y desde el superior, y sobre todo en la cara norte de la Cúpula no se podía ver la parte de debajo de la mezquita de Al Aksa ni la parte de la entrada donde habían estado cantando el grupo de los judíos de tirabuzones y vestimenta “informal”. Desde allí no se veía a nadie, más allá de la señora alemana y de mí. El silencio alrededor era más que palpable. Siguió nuestra conversación en inglés, aunque por esta vez su nivel era mucho más rudimentario que el mío.

  • ¿Cuál es el motivo de la tensión entre israelíes y palestinos? – me espeta con toda tranquilidad, mientras pienso que ya está, el profesor de historia español a contar los detalles de una bonita historia de amor –, bueno me refiero a estos días – menos mal, pienso…

Luego traté de explicarle lo que había estado pasando esos últimos días mientras nos dirigíamos lentamente hacia la salida. Lentamente. Demasiado para el nerviosismo que se empezaba a apoderar de mí. En ese momento, un griterío imponente comenzó a provenir de la zona que no podíamos ver. Pero ella seguía insistiendo con sus preguntas. El nivel de inglés de la señora me estaba empezando a desesperar, casi tanto o más que la lentitud de sus pasos. Otro nuevo tumulto parecía venir de más cerca, y delante de nosotros aparecen unos señores diciéndonos algo en un idioma que no entendí pero con gestos claros con las manos de “¡VÁYANSE!”. Una vez rodeada la cúpula ya se veía a los soldados israelíes tomar posiciones, los judíos a un lado con sus cánticos, en un grupo de número superior al que había visto al principio y los musulmanes acercándose a ellos con los brazos en alto, vociferando exaltados. Los soldados en medio. Una pistola de humo o de bolas que dispara al aire. Más chillidos, zarandeos y empujones. En 20 segundos vi más de lo que hubiera tenido ganas.

Y la señora alemana también. Y también tenía otras prioridades. Y ahí me dejé de convertir en su acompañante de charleta y huí, sin correr pero bastante deprisa, hacia la salida, que por suerte estaba en un lugar diferente a la entrada, donde se concentraba toda la tensión. Allí la abandoné, mientras se quitaba la mochila, la apoyaba en el suelo y se agachaba para sacar su cámara de fotos a un ritmo propio de un declamador de versos alejandrinos, a la vez que el señor que nos había indicado que nos fuéramos se acercaba a ella con más gritos y una incredulidad palpable.

La tensión me había hecho pasar algún momento desagradable. Le pedí por favor a los policías que ya estaban bloqueando la puerta que me dejaran salir. Ya estaba en las calles de la ciudad vieja. Todo había pasado.

¡Ja! Iluso. Tras pasar un segundo control que también me dejó avanzar rápidamente di con una turba musulmana parada por un grupo de soldados israelíes que ocupaba todo el ancho de la calle con escudos y cascos antidisturbios para que la masa no pudiera pasar. Allí ya no había alemana para que el asunto tuviera algún matiz cómico, y los disturbios no distaban 200 metros. Estaban a 3 metros escasos. Me fui velozmente en dirección contraria. El miedo se me pasó súbitamente cuando vi al grupo de japoneses de antes, con un nulo espíritu de grupo (parados, o intentando meterse en una tienda de postales, o huyendo directos hacia la turba) con unas caritas de miedo que ni un opositor en el último examen. Qué “bien” me sentí; los pasé de largo y seguí recto. Jaja, yo sabía por dónde iba y ellos no, jajaja pobrecitos. Qué ufano me sentía… hasta que me topé con que esa misma calle (por el sentido contrario a la turba musulmana) acababa en la entrada del Muro de las Lamentaciones. ¿Y qué pasaba allí? Que otros 50 o 60 judíos estaban animosos cantando, vociferando y coreando consignas.

Aquí están, aquí están, los hinchas de la Torá

O algo así. Entre esos dos grupos, además de los japoneses, había muchas tiendas, cuyos dueños tenían rasgos árabes y miraban con cara de pocos amigos a los cantarines del muro. Lo suyo sería que hubiera llegado la alemana con su trote despacito y me hubiera rescatado. Pero tampoco hizo falta. Encontré unas escaleras, di la vuelta a un edificio, subí hasta las azoteas donde había gente (ultraortodoxos) leyendo y paseando el carrito de su bebé tranquilamente y bajé por otras escaleras y me fui.

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Eran solo las 10:30h. Todo había pasado muy rápido. Y tenía tiempo para seguir dando una vuelta por Jerusalén. Pasé por la Iglesia del Santo Sepulcro. Respiré relajado, recopilé mentalmente todas las sensaciones, vivencias, nervios, momentos, recuerdos y fotografías del último rato. Me tomé un café en la Torre de David y visité el Museo. Estaba a más de 500 metros del lugar de los hechos y me sentía protegido con el ambiente de calma chicha que se respiraba alrededor.

Más tarde, salí por la norte de la muralla. Y me encontré con un parada del tranvía. Y pensé, ¿por qué no? Desde el tranvía seguro que se hace un tour chulo. Estuve a punto de cogerlo, pero como tardaba mucho en llegar no lo hice. Pasaba esto:

Jerusalen.jpg

Mi experiencia del control en el aeropuerto la dejaré para un capítulo especial. Me tocará hablar no sólo de Israel, sino de Bolivia, Estados Unidos o Colombia. Próximamente.

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