Por Nocmody.
El valor de un sentimiento se mide por la cantidad de sacrificio que estás preparado a hacer por él (John Galsworthy).
En el deporte existe una fuerza superior que permite que el esfuerzo al límite de las posibilidades vitales se convierta en una economía a escala soportable. Ya sean generados por honor, valores o el deseo de ganar y competir, hay sentimientos que actúan como una fuerza genética que mueven las murallas de lo imposible.
No importa cual sea la energía que motiva a un deportista a luchar como en un circo romano. Siempre ha de buscar una razón para hacerlo y nunca rendirse por ello. Sólo así podrá ganarse la dignidad y el aprecio de las personas que tuvieron la suerte de presenciarlo.
Las formas de expresar esa lucha son diversas y hay algunas que por su bello estilismo y su potente ejecución, merecen la pena ser recordadas. Cuando la puesta en escena suena como los ecos de una danza ancestral ensamblada con las percusiones corporales y rugidos unísonos de hombres entrenados para ser bestias, se encienden las endorfinas hasta niveles insospechados. Probablemente provocan en el contrario una sensación de acojone colectivo que no debe de ser digna de mención pero que tienen un efecto demoledor si a esa danza le sumas que esos jugadores, con cara de los matones de Mortadelo y Filemón, representan al equipo más laureado de la historia del rugby mundial.
La nobleza del rugby, un deporte de contacto que me parece al alcance de unos pocos portentos físicos, no siembra ninguna duda sobre la predisposición de sus protagonistas. Se compite para ganar y se respeta al rival. Jamás se debe rendir uno hasta no caer tendido en la lona. Como en el boxeo, como en atletismo, ¿como en el fútbol?
En esta Eurocopa de Francia 2016, ha habido equipos que representan a un país y se ganan el respeto desde que salen al campo porque dejan a un lado la calidad, la vanidad o el absurdo marketing de un negocio más que reprochable. Se enfocan en una estrategia, en el físico, en descubrir la debilidad del rival por grande y poderoso que sea. E intentan hacerlo empujados por un sentimiento mutuo de camaradería y compenetración; de trabajo en equipo; de humildad y lealtad a un entrenador que marca sus pasos y alienta su alma. El fin es no decepcionar a cientos de seguidores que lloran y sufren con ellos. Pese a ser un juego. Pese a ser algo que en la realidad no importa porque hay cosas mejores en las que pensar.
Por unos instantes, el mundo se para y el centro del universo gira en torno un grupo de hombres que corren detrás de un balón y corren hasta dejar su último aliento. Y cuando acaba -con sangre en las rodillas, manos y pies, con una boca ensangrentada por los golpes y el corazón a punto de salirse del cuerpo, con cientos de kilómetros recorridos por intentar algo que era imposible lograr porque en la vida les han preparado para ello- se levantan y miran a la grada. Los suyos aplauden con lágrimas en los ojos, orgullosos de su hazaña y felices por verlos caer con la espada en la mano. ¡Tendrán su Valhalla!
Hemos presenciado como veintitrés hombres alzaban sus manos y cantaban al unísono otra danza emotiva con sus seguidores. Los de un país minúsculo con la esperanza de un océano inmenso. En una tierra inhóspita donde dioses y hombres han convivido durante siglos, ahora se juega al fútbol. Suena Islandia. Suena un sueño bañado en mar y sangre. Habéis ganado el sincero respeto del mundo. Gracias por hacernos soñar.
En semifinales cayó Gales, con melómanos seguidores apagando el sonido del campo con sus voces. Una muestra de afecto por otra hazaña que el fútbol nos hará recordar durante años. Fueron cazadores de sueños. Han luchado por una nación que ha tendido su mano para erguir con orgullo a un equipo moribundo. Y también lo hizo Italia. Eterna gladiadora. Eterno orgullo de este deporte porque, no olvidemos, se rindió ante la mejor selección del momento. Golpeando hasta dejar su último aliento.
Cómo me gustaría que esos elogios retornaran a la edad dorada de nuestro fútbol. España, hace dos años, cerró de un portazo el limbo de la perfección. Recuerdo cuando nuestro equipo se teñía de furia, honor y fuego. Cuando éramos guerreros humildes que peleábamos por un sueño. Aun perdiendo se ganaron nuestro respeto. Después llegaron los semi-dioses. Bendito sueño que nos hizo llorar de alegría. Pero nuestra soberbia y los años nos lo arrebataron. Volvieron los hombres, sin armas ni hambre. Ahora no tendrán su Valhalla. No tendrán un himno. No levantaremos la voz para cantar orgullosos por un equipo que se rindió erguido. ¡Y ya van dos! Lo único que deseo es que vuelvan a aprender a luchar.

Un comentario en “De guerreros, semidioses y humanos”