Por Baldrich.
Los últimos años de la vida se asemejan al final de un baile de máscaras en el que se dejan caer las caretas (Arthur Schopenhauer).
Me llamo Gustavo y soy un hámster dorado, un hámster macho. Tengo un problema. Bueno, tengo muchos problemas. Me gusta la noche y mi vida es corta, ¡hay tanto que disfrutar y ver aún!
Conocí a un hámster hembra, Amelia, y me he enamorado como un ratón chico. ¡No veas las vueltas que me da! Me tiene preocupado. He vuelto a revivir sensaciones, e incluso vamos a ir al teatro. Es un cielo. ¿Cómo es posible que haya cosas que no haya experimentado a estas alturas de mi vida? Me veo mayor, en el límite, y cualquier día me da un patatús, ¡se me va la vida a borbollones!
Como hámster que soy, me he pasado el tiempo durmiendo de día y holgazaneando de noche. He disfrutado de lo mejor de la vida. La música sonaba y sonaba a mi alrededor todo el tiempo, cuando caía la tarde. Tras escucharla, me dedicaba a soñar. Yo soy un gran soñador.
Escucho ópera. ¡Qué disfrute! La primera fue un “Un ballo in maschera”, en versión del Metropolitan de New York, con James Levine dirigiendo. Levine es un prodigio; chiquitito, judío, con mucha cabeza, pelos ensortijados y un torbellino en la escena. En fin, que Levine es extraordinario.
La ópera trata de un gobernante sueco, Gustavo de Suecia, un buen rey, liberal y democrático, asesinado de un disparo en un baile de máscara (de ahí el título de la obra) en la propia Ópera Real de Estocolmo; política y celos; ¡qué muerte tan sublime!
Así quiero morir yo, ¡súbito!, y si puede ser en brazos de mi ratita, de Amelia, mejor. ¡Cómo me gusta! ¡Qué valor! Y se llama como yo, Gustavo.
– ¡Mientras tú me quieras no me preocupa mi destino!-, canta el pobre, poco antes de morir.
Y le cantan todos-¡Espíritu generoso y magnánimo!-.
¿Morir con tu vida hecha, reconocido y enamorado? ¿No morir demasiado viejo, cochambroso y solo? Mi vida es corta, no más de tres años, y no la puedo desaprovechar.
Siempre he vivido conmigo mismo; como buen hámster, con poco tiempo de vida me dieron en adopción. Vivo feliz, soñando y comiendo, realizando las expectativas que tenía. Las que mi condición me llevaba a tener. Lo que se esperaba de mí. Pero siempre me he preguntado quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Soy un hámster muy especial. Y la música ha llenado mi tiempo.
He conocido a Amelia. Me pregunto si mi vida hasta ahora ha tenido sentido. Nunca me gustó jugar a la rueda, ni con palos de madera ni cajas de cartón. Lo mío era soñar…, y la política, también me gusta la política.
–Dice la nota que en el baile se atentará contra mi vida, pero si no asisto dirán que tengo miedo…, de ningún modo; nadie debe sospecharlo. Ve y prepárate rápidamente para disfrutar conmigo en la fiesta. ¡Sí, volveré a verte Amelia, y mi alma arrebatada por tu belleza arderá de amor!-.
¿Quién soy y hacia dónde voy? Gustavo rey, el pobre, lo tiene decidido; desgraciadamente, claro. Yo, en cambio, me debato entre la noche y el día. Es la vida del hámster. Sin ser capaz de salir de mí mismo y sin poder llegar a mi amada, sólo cuando ella puede y en un pispas pasa todo.
Desearía que el tiempo se parara. Y bajarme del mundo. Cómo lo deseo cuando bailo en la rueda, como un hámster cualquiera; con ella cerca; libres y solos los dos; una vida nueva para un tiempo nuevo; el mundo para mí entero.
Con Amelia, ratita mía, la vida cobra sentido. Pienso en las cosas que había olvidado. Y sobre todo escuchar música…, me hace libre y mejor. Me arrebata y sublima esta ópera jubilosa.
El coro canta:
– En las gozosas estancias bullen bailes y amoríos; allí la vida es sólo un grato sueño; noche de alegres momentos, de pasiones y de cantos, ¿por qué no detienes tu curso en el éxtasis del placer?-.
Fijado todo en un instante; como en un mundo nuevo; con Amelia.
Me veo con mi largo pelaje de color canela, mis ojos pequeños y mi cara triste en el espejo. Parece que mis orejas han crecido demasiado… será de tanto escuchar. Mi Amelia tiene su piel adornada de tenues colores, risueña y silenciosa; cuando está conmigo, me mira extasiada e interpreta alegre y ansiosa el baile del amor.
Va cayendo la noche, a lo lejos suena la música. Se escucha el canto modulado del coro y de los protagonistas. Sueño con el baile de máscaras. Gustavo disfrazado de dominó negro con un lazo rosa para ser reconocido. Amelia de dominó blanco. La muerte acecha tras el baile y ambos azorados, enamorados, bailan por última vez.
–¿Porque te importa tanto mi vida?-.
– Daría hasta la última gota de mi sangre, y me postro ante ti, deshecha en llanto-.
Pienso en ello. ¿Es siempre así el amor, ratita? Creo, que si merece vivir la vida es para poder sentir como él:
-Mientras tú me quieras, no me preocupa mi destino-.
Me obsesiona la muerte de Gustavo. Su sangre derramada por un disparo que no se debió producir. Busco a Amelia, nervioso. En mi vida no hay celos, ni soy rey ni nada, pero su final me produce un sudor intenso, que me envuelve completamente y siento como un vahído… Parece que no estoy bien… ¡Vivo tanto la música que me he convertido en un personaje de opereta!… La vida es corta, pero jamás pensé que pudiera llegar su fin tan de repente… ¡Tan rápida como un disparo!… Me voy como se fue él… Un sonido agudo penetra en mi cabeza y mi vista se nubla del dolor… ¡Ay vida mía!… No me recupero y parece que pierdo el sentido… Mi pelaje dorado se empapa como un barco en la mar… El tiempo pasa y la música se convierte en una sinfonía desafinada, de ruidos y de voces discordantes… ¡Ay muerte mía!… A mi alrededor todo se desvanece… No escucho nada… Mi corazón acelerado no quiere parar y parece que se precipita a su final…, se vuelve loco y se paraliza; un latido chirriante y monocorde resuena dentro de mí… ¿No es bonito terminar así?… ¡Todo se acaba ya!