Por Ignatius J. Batelmo*
«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido»
(HP Lovecraft)
I.
Warren y yo habíamos comenzado una relación epistolar tras el último congreso internacional de arqueología en Turín en 2010. Su residencia en Arkham (Massachussets) no nos permitía vernos con asiduidad y la vuelta al papel escrito y a las cartas eran la mejor manera para no olvidar nuestros orígenes.
En nuestro intercambio de mensajes era común intentar organizar un encuentro físico, para poder departir largo y tendido sobre los fenómenos que nos preocupaban: las modernas evidencias surgidas en torno a antiguas civilizaciones indígenas, supuestamente olvidadas, de las que los vestigios eran escasos aunque de una fuerza sobresaliente. Finalmente conseguimos organizar una estancia de una semana en la casa de campo situada cerca de S***l, (Segovia), una pequeña población a la que acudo de vez en cuando. Era junio de 2012.
Nuestros días resultaron apacibles y con una enorme carga de profundidad. Dábamos largas caminatas después de almorzar para discurrir acerca de las nuevas pruebas investigadas cada mañana. A veces, nuestras opiniones eran tan coincidentes que no terminaba de darme cuenta de si una conclusión era suya o mía, y a veces dudaba sobre si el propio Warren estaba allí o seguía escribiéndome por carta.
Empezábamos a llegar a la polémica conclusión de que habíamos descubierto claras evidencias de construcciones de tiempos pretéritos, anteriores probablemente a la Edad de Piedra con una arquitectura mucho más avanzada que las civilizaciones egipcia, mesopotámica o de cualquier otra parte del mundo, a pesar de contar con miles de años de antigüedad.
Para acentuar esta sensación de pisar terrenos vedados a la ciencia racional conocida, cada vez había más manifestaciones en diferentes parte del mundo de testigos de ciertos rituales con hogueras, veneración de figurillas de piedra con formas inenarrables y desapariciones de seres humanos en fechas anteriores a dichas ceremonias.

En uno de nuestras caminatas, mientras iba anocheciendo, la profundidad de las conversaciones nos llevó por caminos enrevesados y abandonados. Y en aquella noche oscura, a las afueras del pueblo, un paseo nos llevó junto al bosque de cedros y abetos que puebla la sierra. No soplaba viento alguno y el aire que se respiraba no era esta vez tan limpio. La atmósfera se volvió asfixiante. Warren y yo manteníamos una conversación junto a unas rocas de tamaño considerable.
De repente mi compañero de conversación dejó de estar allí. Había desaparecido. No podía ni imaginar dónde podría estar ni había dejado rastro alguno. De hecho, llegué a pensar que esa noche había salido a caminar solo y que la charla que había mantenido con él era imaginaria.
Empecé a notar que un sonido hueco y confuso, una voz ahogada, parecía venir del interior de la tierra o de la las enormes piedras pero no tenía nada que ver con la voz de mi amigo, ya que era mucho más gutural, enfermiza y nauseabunda. La superficie era maciza, no había ninguna abertura ni hueco similar a una cueva o alguna rendija por la que pudiera caber un ser humano. De hecho parecía estar tallada en sus bordes de alguna manera geométrica muy poco ortodoxa, y desde luego no planeada por una mente cabal.
Me acerqué a las mastodónticas piedras de contornos improbables y descubrí, apenas bañado por la crepuscular luz de una luna menguante, unos relieves tallados en la parte oculta de un saliente de la roca; los palpé y rememoraron ciertos atroces recuerdos de algo que no estaba seguro si había vivido yo mismo. De repente, un ahogado grito se hizo más audible, el cual provenía de detrás o de debajo de aquel insano trozo de granito que debía de tener millones de años. En ese momento pensé que quizás mi amigo pudiera estar en peligro… pero, ¿cómo era posible que alguien o algo pudiera estar intentando decir algo allí dentro?
Tiritando, a causa del creciente pavor que me había sobrevenido, pegué mi cabeza al borde de aquel relieve esculpido, que componía una figura con una forma absolutamente desconocida, mitad humana mitad anfibia, pues parecía ser la fuente del sonido. No logré terminar de escuchar la última frase que salió de aquella atroz construcción de la naturaleza (o de otra inteligencia no humana). Tuve que huir despavorido después de oír una frase emitida por una voz profunda y gutural, que en absoluto pudo haber articulado una persona; una frase que sigue resonando en mi cerebro «corre, loco, Warren ya está muerto»…
II.
Años después, en noviembre de 2019, cuando ya creía que había empezado a superar el episodio de paranoia febril y permanente que me alcanzó tras la desaparición de mi amigo, recibí una extraña misiva en mi buzón: la abrí, ansioso, porque la dirección manuscrita en el sobre parecía haber sido redactada por una mano que me resultaba atrozmente natural.
Era una carta de Warren, la cual no me pudo dejar más intranquilo, si cabe y cuya transcripción aporto a este relato con la esperanza de que el lector sea indulgente con respecto a mi atormentada salud mental:
«Estimado A***r:
>>Tras varios años he decidido que ya había llegado el momento de retomar con valentía nuestro prolífico intercambio epistolar, que tanto progreso ha provocado en la cara más difusa de la arqueología. He de comenzar, en cualquier caso por disculparme por no haberte visitado en tu localidad vacacional de S***l. Sé que hubiera sido una ocasión maravillosa para vernos pero por imponderables del destino mi vuelo fue cancelado y quise advinar que era el propio destino quien quería evitar mi desplazamiento hasta allá.
>>Creo que era mi sino ya que ciertas pesadillas recurrentes me venían asolando continuamente, en las que me encontraba una y otra vez atrapado en una cueva sin salida en la que criaturas indescriptibles cometían feroces atrocidades sobre mi cuerpo aún consciente. Las causas de fuerza mayor que me impidieron entonces emprender el viaje, no podían haber tenido un mejor sentido de la oportunidad.
>>Y es que la citada pesadilla siempre concluía con mi muerte y contigo huyendo despavoridamente de un túmulo apartado de un bosque de cedros.
>>Lo cierto es que esa concatenación de horripilantes sueños, con ciertas derivaciones, se fue repitiendo en las semanas, meses y años sucesivos hasta hoy en que por fin he podido sentarme a escribir esta misiva. Me he dispuesto a desarrollar este texto aun a sabiendas de que pueden ser mis últimas palabras con vida. Él ha decidido venir a buscarme y me temo que ya es tarde para impedir el cambio del curso de unos acontecimientos a los que me he visto abocado, aunque no del todo ajeno a mi voluntad. Me explicaré.
>>Los sueños se fueron haciendo cada vez más reales. Tanto es así, que ya no me parecía estar encerrado entre esas piedras sólo en periodos de vigilia, sino que despierto, aunque siempre por la noche, podía sentir olores nauseabundos, cánticos rituales melódicos a la par que siniestros, los ruidos de las horribles criaturas que se acercaban hasta mí y todo ello acompañando al pulso acelerado de mi corazón. Aquello sólo fue el principio, sin embargo.
>>Más adelante, viajé hasta las islas Fiji, en el Pacífico, para intentar salir de este maléfico círculo en que me veía inmerso. Quise desconectar, pero no pude estar más equivocado de plan. En mi primera noche allí, durante un sueño, me desplacé a una isla abandonada con unas construcciones geométricamente imposibles y fui llevado por las mismas criaturas que me atormentaban, ante una entidad gigantesca, cual montaña, con tentáculos saliendo de su cabeza, alas de dragón, y una mirada oscura y perdida que sólo me pedía que me postrara y fuera obediente para salvar mi vida.
>>Todo este tiempo he estado realizando encargos para preparar su vuelta a la Tierra, donde debería estar, y no al mundo de los sueños sino al mundo de los vivos, como rey omnipresente que lo domina todo y al que todos los seres humanos deberán rendir pleitesía para no perecer. Mi trabajo casi está concluyendo y ahora vendrá a por mí, ya que esta carta no debería haber sido redactada nunca si yo hubiera querido seguir con vida. Ahora ya lo sabes, mi querido camarada. No morí en aquella premonición tuya pero sí lo haré si terminas leyendo estas líneas.
>>No vuelvas a esas piedras que hay en S***l. El gran Cthulhu no te dejará volver a huir.
III.

Han pasado dos semanas desde que leí la espantosa carta de Warren. He investigado con tesón y no hay rastro de que estos años haya tenido ninguna vida pública. Fue declarado oficialmente desaparecido en junio de 2013, un año después de que viajara a S***l, en un vuelo de American Airlines que jamás fue suspendido, ya que figuraba en el listado de pasajeros que hizo el check in.
Se ha hecho muy duro para mí pensar en quién ha podido escribir esa carta siete años después, en caso de que alguien haya suplantado su identidad y Warren efectivamente muriera en aquellas rocas. Pero también ha sido desgarrador dudar sobre si aquello fue tan sólo una ensoñación mía, que mi amigo ha conocido perfectamente; y, en ese caso, ¿qué ha sido de él en todo este tiempo? ¿Dónde se encuentra realmente?
Aunque lo peor de todo no son estas cavilaciones sobre el futuro y el pasado de Warren; lo más tétrico, lo más desesperante y lo que acerca mi estado mental a estar rayando en la más infame de las locuras, es que estas últimas líneas las estoy escribiendo junto al mar, en una isla donde las palmeras acompañan a unas construcciones elevadísimas, rectilíneas y de ángulos obtusos sin parangón en la Historia de la Arquitectura; lo grave de toda esta situación es que este relato lo estoy escribiendo desde un isla del Pacífico sur, precisamente yo, que no he salido jamás de Europa.
______________
*Parte del relato fue previamente publicado en el post «La denostada fantasía»