La denostada fantasía

Por Ignatius J. Batelmo

El hombre sólo puede ir hacia delante desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana en reemplazo de la prehumana que está irremediablemente perdida»

Erich Fromm

La sociedad aún no está lo bastante cuerda para permitirse la locura».

Rafael Llopis, Viajes al Otro Mundo, 1970.

Durante la infancia la distancia entre imaginación y realidad es difusa, no hay límites preestablecidos y se habla de la inocencia de los niños, como si los adultos nos tuviéramos que empeñar en matizar las dificultades día a día con cuentos. Sin embargo, es ahí, con esas mismas historias, con esos juegos figurados, cuando los infantes terminan de forjar su estructura cerebral, asientan las bases del aprendizaje y su desarrollo futuro. La fantasía se convierte en la clave de bóveda de la madurez.

Con la preponderancia de lo racional, el ser humano ha ido matando al elemento fantástico o mágico, lo que Hegel llamaba «el estado de inocencia» o «la unidad inmediata y natural», o lo que hace la Biblia al afirmar que el paraíso se perdió por el ansia humana de conocer. Al preponderar lo racional, los modos arcaicos de entender la realidad quedaron definidos, por contraste, como irracionales.

Como apunta Rafael Llopis, está claro que la sociedad sólo podrá modificarse cualitativamente a través del conocimiento científico, pero sólo a través de la razón llana y libre podrá el hombre recuperar -en el plano subjetivo- el paraíso perdido, ese estado de «unidad original con la naturaleza» que perdimos al devenir racionales.

Cuando éramos niños no conocíamos la diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo, ya que la fantasía impregnaba todo nuestro mundo. Pero con la madurez, nos enseñaron a reprimir esa fantasía encerrada en el plano individual, mientras que en la realidad exterior esta imaginación desbordada quedaba prohibida y oculta. La ensoñación y la magia quedan ya restringidas al plano de la nostalgia.

Sin embargo, para los niños de 30 y 40 años siempre quedarán los libros, como reducto personal para dar rienda suelta a lo fantástico. Además, los adolescentes españoles todavía estudian las «Leyendas» de Gustavo Adolfo Bécquer, con «Maese Pérez el Organista» como inefable consumación de la mitología popular; los jóvenes anglosajones en sus escuelas leen «El Señor de los Anillos» de JRR Tolkien o «Drácula» de Bram Stoker, como ejemplos literarios de primer orden. No todo está perdido. Luego hay que alimentar esa llama sin que la realidad, los adoquines o las balas de foam percutan contra nuestra imaginación.

Al leer todo un ejercicio de realismo como el que hace Thomas Mann en «Los Buddenbrock» (novela de 1901 por la que posteriormente ganó el Premio Nobel de Literatura), con esos momentos cercanos a la muerte de algunos de sus protagonistas y las vívidas descripciones de tales circunstancias, es muy difícil no plantearse si ha sido la imaginación del escritor o los testimonios de terceras personas los que llevan a nuestra mente a viajar al más allá de manera tan fehaciente.

No obstante, en la construcción del ideario colectivo de la fantasía literaria jugaron un papel relevante grandes autores del siglo XIX y principios del siglo XX como Guy de Maupaussant y su retrospectiva nocturna; Lord Dunsany y sus «Cuentos de un soñador»; la prolífica y extensísima obra en torno al misterio de Edgar Allan Poe; el toque popular y exótico del gigante escritor ruso Antón Chéjov; o el iberoamericano Horacio Quiroga, de quien ya escribimos en este blog.

Pero por encima de todos el maestro Howard Phillips Lovecraft marcó un antes y un después a la hora de evocar los arquetipos más aterradores del fondo del alma humana. Recogió la tradición anterior e inventó una nueva mitología, pionera y única, en una corta aunque prolífica carrera literaria.

H.P. Lovecraft (Providence, Rhode Island; 1890-1937), maestro del terror fantástico, autor de sobrecogedoras construcciones metafísicas, que consiguió aunar la tradición romántica y la innovación a través de percepciones nunca leídas, siempre fue sospechoso de ingerir sustancias estupefacientes para poder describir de esa manera sobre estados alterados de la consciencia. Sin embargo, ni sus biógrafos ni la abundante documentación epistolar que se conserva siquiera mencionan que cupiera esa posibilidad. Nada de lo que creaba venía de una inspiración más allá de su mente entregada a la fantasía.

Como aficionado a la astronomía, en su literatura se mezclan viajes interestelares, dioses extraterrestres, criaturas sobrenaturales, en las que el terror psicológico y las descripciones detalladas de paisajes fantasmagóricos dejan al lector con el alma encogida y con ansias por terminar cada relato. Algunos de sus oscuros personajes, dejan una sensación de pesadumbre, mientras que otros, los soñadores, teletransportan irremisiblemente a galaxias muy lejanas o a otros planos de la consciencia.

Hay un mantra extendido acerca de la calidad literaria, aquella que sólo se da con historias cercanas y reales, con personajes con los que el lector empatiza porque viven sensaciones terrenales y mundanas. Lo que consigue la literatura lovecraftiana es sobreponerse a esos prejuicios sobre la fantasía y hace volar la imaginación hacia mundos terroríficos pero a la vez imposibles, que consiguen que cualquiera que se acerque a ellos disfrute de nuevo de la magia como un niño.

Otro genio de la literatura, Jorge Luis Borges, contribuyó al crecimiento de la figura de Lovecraft gracias a sus magníficos relatos contenidos en «Ficciones» y en «El Aleph», ya que beben en parte de los mundos oníricos del autor norteamericano. Y a ese imaginario colectivo de mundos paralelos y dimensiones ultraterrenas hemos contribuido todos los jugadores de rol de «La Llamada de Cthulhu», así como algunos nuevos escritores de los Mitos que siguen la estela del genio de Providence.

Y si ya se sigue profundizando en su bibliografía y llega hasta la compleja «La búsqueda onírica de la desconocida Kadath» el lector se dará cuenta de la tan profunda influencia de Lovecraft en «Canción de Hielo y Fuego» de George RR Martin, el creador de la saga de «Juego de Tronos».

Para los profanos en la materia, ya están tardando en escribir en sus cartas navideñas alguna petición de sus novelas o recopilaciones de relatos, entre los que recomendamos «La declaración de Randolph Carter«, «La Sombra sobre Innsmouth«, «El modelo de Pickman» o «El abismo en el tiempo«.

«Y en aquella noche oscura, a las afueras de esa pequeña población a la que acudo de vez en cuando, un paseo nos llevó junto al bosque de cedros y abetos que puebla la sierra. No soplaba viento alguno y el aire que se respiraba no era esta vez tan limpio. La atmósfera se volvió asfixiante. Warren y yo manteníamos una conversación junto a unas rocas de tamaño considerable.

>>De repente mi compañero de conversación dejó de estar allí. Había desaparecido. No podía ni imaginar dónde podría estar ni había dejado rastro alguno. De hecho, llegué a pensar que esa noche había salido a caminar solo y que la charla que había mantenido con él era imaginaria.

>>Empecé a notar que un sonido hueco y confuso, una voz ahogada, parecía venir del interior de la tierra o de la las enormes piedras pero no tenía nada que ver con la voz de mi amigo, ya que era mucho más gutural, enfermiza y nauseabunda. La superficie era maciza, no había ninguna abertura ni hueco similar a una cueva o alguna rendija por la que pudiera caber un ser humano. De hecho parecía estar tallada en sus bordes de alguna manera geométrica muy poco ortodoxa, y desde luego no planeada por una mente cabal.

>>Me acerqué a las mastodónticas piedras de contornos improbables y descubrí, apenas bañado por la crepuscular luz de una luna menguante, unos relieves tallados en la parte oculta de un saliente de la roca; los palpé y rememoraron ciertos atroces recuerdos de algo que no estaba seguro si había vivido yo mismo. De repente, un ahogado grito se hizo más audible, el cual provenía de detrás o de debajo de aquel insano trozo de granito que debía de tener millones de años. En ese momento pensé que quizás mi amigo pudiera estar en peligro… pero, ¿cómo era posible que alguien o algo pudiera estar intentando decir algo allí dentro?

>>Tiritando, a causa del creciente pavor que me había sobrevenido, pegué mi cabeza al borde de aquel relieve esculpido, que componía una figura con una forma absolutamente desconocida, mitad humana mitad anfibia, pues parecía ser la fuente del sonido. No logré terminar de escuchar la última frase que salió de aquella atroz construcción de la naturaleza (o de otra inteligencia no humana). Tuve que huir despavorido después de oír una frase emitida por una voz profunda y gutural, que en absoluto pudo haber articulado una persona; una frase que sigue resonando en mi cerebro «corre, loco, Warren ya está muerto»…*

Playlist para disfrutar de las lecturas de HP Lovecraft.

* La autoría del relato final, aunque inspirado en Lovecraft, es también del autor del post.

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