Por Nocmody.
Si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna (William Blake).
Dicen que la realidad supera siempre la ficción. Pero, ¿qué ocurriría si ambas se enfrentasen cara a cara y lo que percibimos como ficción terminara por convertirse en realidad? ¿Estamos preparados para asimilar esta reacción y delimitar con nuestros sentidos cuándo y cómo ambas rebasan la delgada línea roja que las separa?
La vida real no está tan distante de la imaginación como nos creemos. De hecho, es nuestra nube de pensamientos la que se enfoca muchas veces en nuestra experiencia. Gracias a la tecnología, hemos conseguido acercarnos cada vez más a lo que solo habíamos logrado hacer con nuestra mente. Lo que no sabemos es de donde provienen, exactamente, estos pensamientos o ideas creativas que han servido de inspiración a personalidades y maestros artistas, científicos o religiosos de todos los tiempos. ¿Acaso son iluminaciones divinas?, ¿alucinaciones provocadas por sustancias psicotrópicas?, ¿experiencias mentales de nuestra psique?
Es difícil responder a estas preguntas. Todos sabemos que la musas siempre han sido seres mitológicos, y la mitología no es realidad ¿o sí lo es? ¿Acaso la fe en algo que no podemos ver ni probar no es considerado por muchos creyentes como algo real y tangible en su percepción? Homero hubiera afirmado ante esta pregunta que la respuesta está regida por las leyes de los dioses y solo ellos tienen la llave de estas respuestas.
En la actualidad, bajo el paraguas científico-empírico, no existe un dogma universal que recoja una sola explicación al concepto teológico de la fe. Sin embargo, la corriente más espiritual es la que ha planteado siempre serias dudas, intentando demostrar que existe una universalidad en sentir o percibir la fe como algo tangible. Hipnosis, mediumnidad, espiritismo, meditación, viajes astrales… son muchas las prácticas extrasensoriales realizadas y las personas que han afirmado tomar contacto con seres del más allá, e incluso aquellos que afirman haber vuelto de un viaje fugaz desde las puertas de la muerte… y en todos ellos se habla de luz, de energía, o de algún tipo de materia que se puede percibir de alguna u otra manera. En mi opinión, este tipo de creencia debe ser entendida como base para explicar que la realidad espacio-temporal es sólo el espejo de una irrealidad aprendida desde que nacemos, escondiendo una verdad universal infinita tras la puerta de nuestra alma.
«La ley eterna es la razón divina o la voluntad de Dios, que manda conservar el orden natural y prohíbe turbarlo» [San Agustín, Contra Fausto, 27].
En un intento de explicar estas afirmaciones con un símil filosófico en relación al origen de los principios de la ética, la idea de que existan leyes no escritas anteriores (la phýsis o naturaleza) a las determinaciones jurídicas positivas (el nómos o la convención) se encuentra ya en la sofística griega. El hermano de Antígona (hija de Edipo), Polínices, muerto en una guerra civil, es condenado por su rebeldía a permanecer insepulto. Pero Antígona, en un acto de piedad y deber con el hermano muerto, apela «a las leyes no escritas e inmutables» ante el rey Creonte: » (…) Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron [Sófocles, tragedia Antígona 449-460].
Los estoicos preconizaban que todo hombre, sea cual sea la nación a la que perteneciera, debía integrarse como una parte en el Todo del universo. Debía vivir según la naturaleza. Este imperativo presupone que existe una ley eterna, un lógos divino, que está presente tanto en el cosmos, impregnándolo de racionalidad, como en la razón humana: pues en el hombre, ser de naturaleza racional, se manifiesta el lógos.
Este criterio es apoyado por muchas religiones adaptándose a sus doctrinas. El cristianismo, al inicio de la Carta a los Romanos del apóstol Pablo, manifiesta la posibilidad de un conocimiento natural de Dios (-cfr. Rm 1, 19-20). La tradición judía lo incluye en la doctrina de la Torá de las “Diez Mandamientos» (cfr. Exodo 20, 2-17). Para el hinduismo, el dharma son conductas que están de acuerdo con el rita (el orden que hace posible la vida y el universo), al igual que el budismo emplea ese mismo concepto para referirse a las leyes del cosmos y del orden.
Al igual que con la ley natural, durante siglos el hombre ha buscado esgrimir el funcionamiento del ser humano, no solo para probar la existencia divina que controle nuestros orígenes y procesos biológicos, sino para delimitar la realidad de la ficción. Un ejemplo claro ha sido el análisis clínico de procesos mentales como la locura. Si no se ha probado la existencia divina pero se cree en ella, ¿por qué no se cree a un loco que dice escuchar voces?
El escritor Aldous Huxley trata de responder a esta pregunta en su obra «Las puertas de la percepción«, escrita en 1954, comenzando con otra frase de Blake: “El traspasar el autoconsciente es un constante apetito del alma”. El escritor actúa voluntariamente de conejillo de indias en un experimento que realizó el doctor Humphry Osmond, psiquiatra británico conocido por el uso de fármacos psicodélicos en la investigación médica (curiosamente, la palabra psicodelia significa «lo que manifiesta el alma»). Este experimento, que tenía como objeto adentrarse en la mente de un individuo psicótico o con problemas mentales para poder entender y buscar soluciones a procesos mentales como la esquizofrenia, consistió en relatar sus sensaciones a través de los efectos de la mezcalina, un alcaloide obtenido del cactus del peyote, que ha sido ya sintetizado y se puede administrar en dosis controladas.
En el marco de sus reflexiones, el escritor intenta explicar que la locura puede hacer que veamos la realidad de forma diferente a como ordena nuestro cerebro. Este, por su instinto de supervivencia, nos conduce una y otra vez hacia la realidad que nos ha enseñado y que aceptamos como tal. Elimina todo lo que nos pueda sobrepasar o dañar y se queda con lo biológicamente útil. Lo que ocurre bajo los efectos de la droga es que las enzimas que regulan las operaciones cerebrales, en concreto, aquellas que llevan la glucosa a las células del cerebro, dejan de funcionar y el órgano deja de actuar como protector. Es entonces cuando se abren las puertas de la percepción. Aparecen “cosas biológicamente inútiles, desde bellezas visionarias hasta percepciones extrasensoriales (…) se produce una desaparición del ego en la cual todo está en todo”. Según la experiencia de Huxley, las líneas temporales y espaciales que dibuja el cerebro dejaban de importar y lo secundario pasa a un primer plano. Aparece lo que denomina inteligencia libre, es decir, un mundo infinito de creatividad, imaginación e inspiración.
El problema vendría cuando llegásemos al albor de las puertas de la percepción y realidad y ficción se encuentran cara a cara. Como en el caso de las drogas, el resultado puede estar relacionado con el cielo o el infierno. En general, con la droga se experimenta la parte buena (o cielo) que hace que repitamos, y en dosis adecuadas, sea inocuo para el ser humano. En el caso de un paciente esquizofrénico, persiste una desesperación crónica que no le permite escapar del mundo irreal que ha creado e imaginado porque no está preparado para ver la realidad tal y como es… en otras palabras, acepta su mundo, y su zona de confort radica en percibir lo que es real para él y no para el resto. En cambio, el infierno se puede vivir a través del miedo a no saber discernir entre ambas, o no estar preparado para asumirlo, lo cual le sucede al escritor en cierto momento durante el experimento. En pacientes con depresiones y traumas crónicos la locura puede ser un infierno al no saber qué es real. Es lo que se conoce en teología como una vital lucha entre lo que sentimos -el egoísmo del hombre- y el acercamiento a la divina pureza -esa luz que te ciega porque es una realidad que nuestra conciencia no está preparada para percibir-.
Lo curioso es que según explica Huxley, la mezcalina tiene una composición biológica similar a la adrenalina. Esto es debido a que el adenocromo, derivado de la descomposición de la adrenalina, produce muchos síntomas similares a los de una intoxicación por el alucinógeno. Todos producimos espontáneamente esa sustancia y por tanto, administrada en dosis muy pequeñas, puede cambiar nuestro grado de conciencia. Esta prematura afirmación haría plantearnos la duda de si un trastorno químico podría ser el origen de un trastorno mental o de una especial cualidad sensorial. El escritor afirmó en su día que «la investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que es difícil encontrar a alguien que esté completamente sano». Si esto fuera así, con cierto grado de locura me atrevería a dudar sobre la honestidad de nuestra mente. Esta noche trataré de desvelar los secretos de mis sueños (si me acuerdo), y cogeré un boli y un papel, ¡por si acaso a mi cerebro le da por soltar adenocromo!