Por J. Lump
«Encuentra lo que amas y deja que te mate» (Charles Bukowski).
La frase que da título al post la leí en Internet. ¿O fue en un paquete de condones? Qué más da, tampoco entendía muy bien qué quería decir. Hasta que leí el libro.
Me lancé a su lectura con muchas expectativas. Detrás de su publicación en España está Blackie Books, cuyo editor jefe me tiene ganado. Creo que en parte se debe a esas tapas duras que utiliza para hacer de cada uno de sus libros una pequeña joya de papel y que me recuerdan a aquella colección naranja de Los Hollister que mi hermano y yo devorábamos durante el verano.
Leerlo requiere un gran esfuerzo emocional. Es incómodo, no deja indiferente y a veces se hace difícil continuar la lectura de determinados pasajes. Pero no voy a contarles el libro. Léanlo. No estoy aquí para destripar la historia.
Vengo a ustedes para compartir mi experiencia. Sentí como si me cogieran el cerebro y lo dejaran macerando durante varios días con las peores pesadillas hechas realidad: violación infantil, abusos de poder, humillación, soledad, miedo, intentos de suicidio, psiquiátricos, abandonos, incomprensión, alcoholismo, drogadicción… Fue como descender en el jodido Maelström de Poe.
James Rhodes te invita a entrar con él en el pozo de mierda en el que estuvo metido en tantas ocasiones. Se desnuda emocionalmente y te obliga a mirar de frente lo bajo que puede llegar a caer un ser humano. Luego, poco a poco, y sin que te des cuenta, va arrojando algo de luz, lentamente sale contigo de ese agujero y te mece en una sutil y liviana esperanza. Y, por fin, acabas celebrando con él la vida y recuperas, aún noqueado, el gusto por vivir y disfrutar de los grandes placeres de la vida (no se engañen, no son pequeños, son grandes, enormes).
Es cierto que algunas de las frases que utiliza podrían formar parte de un libro de autoayuda. De esos baratos que se encuentran en la librería del VIPS (en serio, dejad lo de los libros; lo habéis petado con el sandwich club y las tortitas; no podéis estar en todo), pero el contexto, el todo del que forman parte, las convierte en sinceras palabras de ánimo que elevan la moral del más desdichado.
El autor dice que la música clásica se la pone dura y que Bach le salvó la vida. Ahora se dedica a eso. Eso es lo que ama y si algo tiene que matarle, que sea eso y no su cabeza. Está empeñado en ser el Prometeo de ese arte, la música clásica, que lastra una imagen casposa y viejuna. Quiere arrebatarles esa perfecta combinación de ruidos y silencios a los que la han tenido secuestrada durante tantos años; popularizarla como ya hiciera el simpatiquísimo Fernando Argenta con su añorado Conciertazo e incluso la UEFA con el himno de su competición más cansina.
Tengo un oído en frente del otro y no sería capaz de distinguir las composiciones a las que alude en el libro de otra elegida al azar en Radio Clásica. De hecho, si le tengo que poner algún inconveniente al libro son los momentos en los que el autor describe su lucha ante el piano. Soy un belga por soleares. Pero sí sé lo mucho que disfruto al escuchar este tipo de música. Gracias a mi padre, melómano empedernido, llevo escuchándola mucho, mucho tiempo. Así que seguí las instrucciones de Rhodes y, mientras pasaba las páginas de su autobiografía, escuchaba la BSO creada para la ocasión. Está aquí. Dense una oportunidad. Si se la dieron a la Salchipapa de Leticia Sabater (no pienso poner el hipervínculo), dénsela a ustedes mismos.
También habla de su hijo. A él le dedica el libro. Ni a Rajmáninov, ni a Gould, ni al que inventó el piano, ni a su loquero. Se lo dedica a su hijo y uno tiene la sensación de que, si la música le salvó la vida en un momento determinado, su hijo se la ha salvado en otros tantos. El amor paternal que destila el libro es conmovedor y los que tenemos la suerte de ser padres leemos esta historia desde otro prisma, con una fuerza e intensidad distinta.
La historia de Rhodes me ha obsesionado. Quiero conocerlo personalmente así que iré a la firma del libro el próximo miércoles en la FNAC (no vayan por favor, déjenme a solas con él) y el viernes iré al concierto que da en El Escorial. James Rhodes tiene más opciones de acostarse con Rihanna, que yo de que él acabe leyendo esto. Si por casualidad estás leyéndolo: Gracias James. Suerte.