Por Eduardo Asensio.
La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte (Inmanuel Kant).
El otro día tuve que gritarlo. No me quedaba otra maldita opción. Mira que no suelo estar yo a favor de estos calificativos, pero era eso o arrancar el volante de cuajo. “¡Somos un país de gilipollas!”- gritaba para consolarme. Y lo gritaba una y otra vez compulsivamente. Les cuento por qué.
Con ocasión de una de mis múltiples y necesarias huidas del asfalto madrileño, y tras superar los avatares propios del episodio de canibalismo automovilístico que supone abandonar airoso la urbe, no iba mal el viaje para ser puente lluvioso, dos ingredientes de un cóctel que normalmente suelen terminar arrancándote los nervios en las carreteras nacionales. Pues eso, después de superar una tormenta propia de un episodio bíblico a la altura de Despeñaperros, ya caminaba enfilado hacia mi ciudad natal después de casi chuparle los faros al todoterreno de delante. De repente, asistí estupefacto, todavía a 100 kilómetros de mi destino, a una especie de embotellamiento atípico concentrado en el carril izquierdo que obligaba incluso a detener el vehículo en seco. “No puede ir tanta gente a Granada”; pensé. Esta cola del demonio que les cuento, tiene la particularidad de promover que te supere por la derecha el típico imbécil que avanza como si hubiera descubierto la pólvora. Unos metros después se queda atrapado, multiplicándose por infinito la probabilidad de colisión. “No puede ir tanta gente a Granada”; me repetía como un autómata.
Ya empieza uno a delirar con que si es un accidente, que si un control, que si la Vuelta Ciclista a Martos, que si la madre que me parió. Pues no, nada de eso. El detonante del macroatasco no era el puente, ni la lluvia, ni un repentino incremento exponencial en el turismo granadino. No. Todo lo provocaban las aspas del molino. Las jodidas aspas. A ver cómo lo explico.
Parece ser que el negocio de los molinos eólicos gigantes no va tan mal. Y debe haber bastante solicitud por mi querida tierra. El tema es que a algún genio de la naturaleza, a algún Einstein de la península, a algún superdotado de la piel de toro, se le ha ocurrido transportar las aspas de los molinos gigantes los viernes. Y si es viernes de puente mejor. La caravana de transporte es para verla. Parece que llevan un ovni, pero con el extraterrestre dentro. 4 motos de la Guardia Civil, 3 vehículos especiales, 2 vehículos más especiales que los de antes, y dos camionacos que se te desprende la mandíbula y casi la retina cuando por fin alcanzas a superarlos. Evidentemente ningún otro camión tiene huevos de adelantar semejante circo, y si lo hace origina un tapón que ni los de Nueva Delhi. De ahí, por otra parte normal, que la presencia de esta feria en la carretera cause terribles retenciones.
No se confundan. No estoy diciendo que no se transporten las aspas. Pero de verdad que no puede hacerse un lunes…un día por la noche, yo que sé, un martes por la mañana. Nooooo. El viernes de puente. Que se joda a quien le pille. Que se destroce las uñas el conductor de a pie. Sal tú el martes por la noche, pensará el molino desafiante. Aquí nos jodemos todos y lo vamos a pasar pipa. Porque la otra opción, que es que están saliendo aspas de molino eólico todos los días sin interrupción como galletas, pues que quieren que les diga, no me la creo.
Tras llegar a casa con la idea de descuartizar a alguien firmemente instalada en mi cerebro, decidí, o más bien quise asumir, que esto solo podía tratarse de un suceso puntual, con alguna explicación medianamente honrosa a cargo de los brillantes gestores nacionales de la actividad.
A las dos semanas de estos desgraciados hechos, un viernes para ser más exactos, andaba yo a la altura de Carchelejo, provincia de Jaén, canturreando y haciendo palmas por la cercanía de la meta, cuando de repente observé que empezaba a generarse un extraño e infernal apelotonamiento y se me empezó a helar la sangre…dios mío, sería un control, sería un accidente, serían hordas de vikingos, sería que juega el Carchelejo Fútbol Club… ¿qué pasaba esta vez?…la cosa es que le prometí a mi compañera de viaje entre blasfemias que escribiría sobre esto si había un aspa gigante de molino implicada de nuevo. Ya saben, entonces, qué cojones era.