Por Daniel Fumero.
La democracia es la peor forma de gobernar un país, si no fuera porque las demás son aún peores (Winston Churchill).
Hace no mucho tuve la ocasión de volver al Parador de Gredos, regio edificio, refugio real en origen y que en 1928 fue inaugurado como establecimiento hotelero por el rey Alfonso XIII. En un entorno de montañas y lagunas, que el maestro Cela describiría como “riñón de agua nítida y bien filtrada”, el Parador fue sede del cónclave del que saldría bien encarrilada nuestra actual Constitución de 1978, la más duradera de la Historia de España.
Casi parece una premonición que las sólidas piedras que sostienen al primer Parador también enclaustraran a los padres de la Carta Magna, que aún se mantiene firme en la línea del tiempo, a pesar de que es puesta a prueba día sí y día también.
Cuando volví a entrar en el Salón del Silencio, pensé en lo que podían tener en mente Cisneros, Herrero y Rodríguez de Miñón, Pérez-Llorca, Fraga, Peces-Barba, Roca i Junyent y Solé Tura, que en cada mañana de su retiro irían escribiendo, o al menos esbozando, la Norma de normas que hoy rige nuestro país.
Valores como la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político se pronunciarían entre esas piedras cuando, me imagino que entre muchos cafés, los siete ponentes iban cumpliendo la misión encomendada: terminar de meter a España en la democracia. Nada más y nada menos. Esa democracia que implica también control, control del poder en interés de los ciudadanos, omisión de la arbitrariedad y equilibrio de poderes.
Sobre esos cimientos, que empapan cada uno de los 169 artículos de la Constitución, no llego a adivinar qué posible interpretación del espíritu de Gredos, de sus valores y principios, puede llevar a pensar que el control al poder ejecutivo puede quedar en suspenso. Aún el político. ¡Bastaría también que esto llegase al de tribunales!
Estamos en un momento único en nuestra, relativamente breve, historia democrática, con una próxima sucesión de gobiernos en funciones resultado de una voluntad ciudadana que no han sabido acoger e interpretar los políticos españoles. Pero aun así, con las críticas que esta incapacidad merece y debe merecer, no llego a comprender que el Gobierno, en funciones (casi ya “al cuadrado”), pueda pensar que ya no debe someterse al control de las Cortes.

Ver vacías las sillas de ponentes dispuestas para los ministros en las Comisiones del Congreso porque estos no deben someterse “a las iniciativas de control por parte de una Cámara que no ha otorgado su confianza al Gobierno en funciones«, como dijo el Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, produce tristeza, posterior al enfado. Porque, qué corta debe ser la mira cuando la interpretación de la norma se queda en la literalidad de sus palabras; cuando se interpreta el Título de la Constitución referido a las relaciones entre el Gobierno y las Cortes Generales en contra del propio espíritu del 78, que deseaba “consolidar un Estado de Derecho”.

El Gobierno desoye las iniciativas de control que provengan de las
Cámaras por ruptura en la relación de confianza, pero entiende que sí puede realizar comparecencias informativas; “yo voy, pero no me pida que vaya”. “Yo informo pero no me pida información”.
Estoy sensible, por avatares de la vida, a lo que se denomina en la etapa infantil “educación de los esfínteres” de manera que estos, en el cuerpo humano, permitan deglutir pero no expulsar; o al revés, según los casos (y dejémoslo ahí). Puerta de un sentido. ¿Así comprende el Gobierno su relación con la sede de los representantes de la soberanía popular? Que porque hay, entiende, un abismo entre el Gobierno en funciones y las Cámaras actuales, Congreso y Senado, que no le otorgaron la confianza, ¿se puede obviar el control político? Aquel abismo, no obstante, no parece ser suficientemente ancho, en el caso de las comparecencias informativas, a decisión discrecional de ese Gobierno en funciones. En estos casos puede sobrevolar el precipicio sin caer en él. Al menos eso piensa: que vuela como un halcón. Vaya a ser el vuelo de una gallina…
Los esfínteres deben ser educados. El Gobierno, que parece estar placentero en ese modo, debe aprender que el suyo debe ser el “modo democrático”, el de los valores del 78, recordados en 2003, por si le refresca la memoria. Que más allá de la letra de los artículos, y más en el caso de los de la Constitución, ésta debe interpretarse según sus valores y los principios que la informan.
Los Paradores, por lo general, son excelentes establecimientos, muy recomendables. Pues yo recomiendo a los miembros del Gobierno en funciones que visiten el de Navarredonda. Que intenten (sin mucha pretensión) impregnarse del “espíritu de Gredos” y que sometan su equivocado criterio al que impulsó a los padres de la Constitución a querer para nuestro país las máximas cotas de democracia; sin entender interrupciones.
Siempre. En toda circunstancia y con los más altos estándares; también el más básico que implica el control del poder.
