Por Ignatius J. Batelmo
El asesinato es algo que, con todos sus detalles y ritos, se aprende de otros, se aprende de las leyendas de los cuentos, de las memorias, de los periódicos, en suma, de la literatura.
(«El Libro Negro», Orhan Pamuk)
(Para una mejor comprensión lean Split, noche cerrada).
La mañana despertaba brumosa. Pese a ser domingo, Ivan Gudelj se había levantado a la hora de costumbre y había cargado las redes y sus aperos de pesca en la parte de atrás de su camioneta. Bajaba conduciendo hacia el embarcadero ensimismado en la discusión de la noche anterior con su compañera de fatigas, Magda, y estaba a punto de aparcar, con el olor a salitre impregnando la escena, cuando reparó en un bulto negro flotando junto a la bocana del puerto. La niebla era más densa en aquella parte y no lograba distinguir qué era aquella silueta; temiéndose lo peor, aparcó deprisa, se montó en su barca y se dirigió hacia allí. Era el único ser humano por la zona.
La soñada travesía de domingo entregándose a su pasión marinera quedó truncada con el hallazgo. El bulto flotante resultó ser una bolsa de plástico a la que sobresalían unos pies de un blanco enfermizo por un extremo y pelos morenos enmarañados por el otro. Un cadáver antes del desayuno no era un buen augurio. Dejó el pantalán y se acercó a una cabina telefónica, a unos 100 metros del hallazgo, con la intención de despertar al comisario Nesterovic, conocido suyo.
Con el comisario ya de camino, se sentó a fumar mientras el mar susurraba su particular melodía, que aquella mañana sonaba atormentada. Ivan sopesaba la más que probable opción de que aquello fuera un asesinato, otro más, y cuánta pena infinita causaría en la familia de uno de sus vecinos. Le producía cierto consuelo saber que no podían ser ninguna de sus hijas, una rubia y otra pelirroja, pero se imaginó a sí mismo siendo el padre de la fallecida y no pudo evitar un escalofrío de pánico. La mirada triste y desvaída del viejo pescador fue lo primero que vio Nesterovic al arribar al embarcadero.
Tras un primer vistazo, Nesterovic le dijo a Ivan que no se fuera muy lejos los próximos días. A continuación, se dedicó a hacer llamadas telefónicas desde la cabina del puerto. Ivan Gudelj le observaba, con una mezcla de ciega esperanza y un asco que le revolvía el estómago: tenía fe en que la policía pusiera orden en la ola de inexplicables sucesos pero a la vez sabía que esos torpes e ineptos funcionarios no sabían ni por dónde empezar.
Ivan fue llamado a declarar ante el juez de instrucción una semana después. La víctima no había sido identificada todavía. Las cuestiones que su señoría le fue planteando al Sr. Gudelj parecían realizadas con la misma intensidad que el carnicero al preguntarle si quería medio kilo o cuarto y mitad. Estaba claro que nadie investigaba a un humilde pescador.
Lo que sí le sirvió la visita a los juzgados fue para encontrarse con el comisario Nesterovic. Éste le contó que había visitado los «bajos fondos», ante lo que el pescador sintió un poco más de desazón y que creía intuir quién podía ser el sospechoso, pero que no podía adelantarle nada. Las sensaciones de Ivan pasaron, repentinamente, del asco a la rabia:
- ¿Cómo es usted capaz de hablar de «bajos fondos» en Zadar? ¿Está preguntando a los rateros que roban pan?
- ¿Pe…perdone…?
- Se siguen cometiendo asesinatos que todo el mundo sabe que van más allá de los límites de estas murallas y me viene con «bajos fondos». ¡Dios!
Ivan salió de los juzgados en busca de su vieja camioneta y puso música en la radio para intentar evadirse. A los pocos minutos interrumpieron la emisión con una noticia de última hora: el conocido narcotraficante Zvonimir Juric había sido detenido. Una luz de esperanza verdadera se iluminó en el vetusto vehículo.

Volvía a casa por la pequeña carretera costera que separaba Zadar de la playa de Bibinje y todo parecía tranquilo, hasta que un fogonazo en el espejo retrovisor provocado por las luces largas del coche que apareció detrás le volvió a alterar. El golpe en la parte trasera de su furgoneta no le sorprendió, pero cuando el todoterreno se puso a adelantarle y pretendió arrojarle al mar le enfureció hasta unos niveles que creía ya enterrados. Ivan Gudelj redujo a segunda, aceleró, volvió a ir subiendo de marchas y consiguió zafarse momentáneamente.
Llegó a Sukosan y se detuvo delante del mercado para intentar calmarse; desde su coche observó cómo un excombatiente de la guerra: melena al viento, tatuajes, lisiado de pies y manco, y encima de una silla de ruedas motorizada; se dirigía a gritos a un camarada suyo que estaba a unos 50 metros señalando el coche de Gudelj. El camarada del lisiado, montado en una motocicleta, se acercó hasta la furgoneta, mientras el parapléjico hacía lo propio a una velocidad sorprendentemente rápida para una silla de ruedas; justo antes de que llegaran hasta la ventanilla del copiloto, Ivan aceleró para dejar atrás a ambos y llegó de nuevo a la carretera costera junto a los acantilados. Sin embargo, tras la primera curva volvió a ver de frente al todoterreno que se dirigía contra él a una velocidad endiablada. Sólo tuvo tiempo para dar un volantazo, con el que esquivó a su oponente y consiguió frenar en seco con su furgoneta colgando del precipicio. Bajó raudo del vehículo y se escabulló entre unos matorrales. Todo se volvió silencioso. Las olas del mar golpeaban contra la roca y ningún coche más circulaba por la carretera. Caía la noche.
Escondido entre las zarzamoras del margen marítimo de la carretera comarcal que une Bibinje y Sukosan, Ivan Gudelj, marinero de profesión sufridor de la nueva mafia croata por imposición, pudo presenciar de primera mano otro cruento acontecimiento que terminó por hacerle perder la cabeza: los que él identificó como tres sicarios y que habían sido sus perseguidores, descendieron de un todoterreno oscuro, arrastrando a empellones a otra persona, atada y amordazada. Aunque no habían localizado al escurridizo marino, uno de ellos empezó a dirigirse a él:
- Amigo Gudelj, vas a tener el placer de presenciar el asesinato del agente Nesterovic. El siguiente en la lista puedes ser tú.
Acto seguido, sonaron dos disparos. Ivan, a pesar de no estar mirando, por puro miedo, se acurrucó aún más entre las zarzas, adoptó una posición fetal y comenzó a llorar sin solución de continuidad. Pudo pasar más de una hora, en plena noche hasta que se atrevió a moverse. Allí no quedaba nadie. Sólo una mancha de sangre. Aquella curva sería para siempre un sitio maldito. Y él ya no volvería a ser el mismo, aquello era ya demasiado. Se subió en su coche, no sin antes revisar cada esquina, los bajos, los neumáticos, los asientos traseros e incluso los limpiaparabrisas. No se fiaba de nada; estaba dominado por el terror, pero de alguna manera, no estaba desesperado. Era plenamente consciente de todo lo que pasaba y estaba decidido a actuar. Aquella muerte, impune y rastrera no podía quedar así.
La llegada a su casa también comenzó tremendamente mal; Magda, su mujer, estaba muy asustada, gritando desesperada y angustiosamente, porque sus hijas habían desaparecido; Jelena y Sandra, dos angelitos de dieciséis y catorce años, respectivamente, no habían llegado a casa después de quedar un rato en la playa con sus amigas. La acumulación de acontecimientos terminó por destrozar la resistencia de Ivan, que quedó tumbado en el suelo, primero en estado catatónico, en posición fetal, y un minuto más tarde presa de un ataque epiléptico. Los alaridos de Magda provocaron que una decena de vecinos se acercaran y socorrieran a la infausta pareja, alejados de una salud mental decente y en pleno brote psicótico en el peor momento de sus vidas.
Una semana más tarde, Ivan y Magda fueron entrevistados en la televisión nacional en horario de máxima audiencia contando todo lo que sabían, completamente devastados y sin nada que perder, dado que sus hijas seguían en paradero desconocido. No tuvieron reparo alguno en denunciar a Juric en público.
Juric, el despiadado mafioso, el camaleónico sádico constructor de las pesadillas más horribles de la costa croata en los últimos tiempos. Ese Juric, que se convertiría en la némesis de Ivan en las semanas que estaban por llegar…
Interesante. No hay nada más atractivo en una novela, que el suspense…
Quizás la persecución ha sido demasiado inmediata al comentario de Iván a Nesterovic, pero le añade ritmo al relato.
¿Para cuándo el siguiente capítulo?
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Esperemos que el siguiente capítulo llegue pronto. Muchas gracias por tus palabras
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