Por McLovin
Goodnight you Princes of Maine, you Kings of New England!
The Cider House Rules. John Irving
Yo el Supremo Dictador de la República
Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado;
la cabeza puesta en una pica por tres días
en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo
al son de las campanas echadas al vuelo.
Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca.
Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros
sin cruz ni marca que memore sus nombres.
Al término del dicho plazo mando que mis restos
sean quemados y las cenizas arrojadas al río…1
– Lo encontraron clavado en la puerta de la catedral, Excelen….
Fue como si me golpease un rayo. Ya no pude oír nada más y mi mente me retrotrajo a mi niñez. Era la nana que me cantaba mi ama de leche y tata guaraní para dormirme en las calurosas noches de verano. Pude sentir incluso su olor afrutado y el sudor agrio de sus pechos, como si sólo hubiese transcurrido un instante. Esos pechos que mandé trocear….
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Cómo sabían? Había eliminado todo rastro de su ser y de su estirpe. Muertos, sus lenguas cortadas, sus rostros desfigurados, sus cuerpos mutilados, desmembrados por cuatro caballos según el rito del Inca, hasta su última línea de sangre, enterrados en fosas comunes sin cruz ni marca que memorase sus nombres, pasto del olvido. Era imposible que lo pudieran saber, y sin embargo ahí estaba, clavada al portón, aquella letra horrísona, delatora, sin melodía que la meciera, que me la hiciera dulce.
Los mismos que me llamaron el Caudillo, el Líder, el Renovador, ahora murmuraban a mis espaldas: el Dictador, el Traidor, el Chivo, La Bestia, el Innombrable, el Viejo… Cabrones, pendejos, bastardos hdrmp. No puedo confiar en nadie ya. Acabaré con todos. Cada vez más jóvenes, cada vez más crueles.
Estoy cansado.
Tras la GIG (Guerra Inter-Generacional) los ciclos se han acortado y lo viejo se considera indigno cada vez más rápido. La traición de los años fue inevitable. Lo hicimos bien al principio, antes de que las cosas…. Estábamos todos juntos entonces… como buenos ingleses.2 Fueron los buenos tiempos del Caudillato, con el vigor que me otorgaban los 4 años (o eran menos, ya no recuerdo…). Y la disciplina heredada. Los tiempos de la caracola y la hoguera eterna. Pero nunca nadie vino a nuestro rescate y me vi obligado a salvarnos a nosotros mismos de nosotros mismos, a insuflar razón y estabilidad en un tiempo cada vez más abyecto y oscuro. Sólo éramos niños armados con palos. Y mi osamenta ya pesa.
A los 35 tuve que aplastar el primer levantamiento. Yo, que había abjurado un año antes de toda violencia mientras rumiaba los huesos secos de mi octogenario antepasado. La «Revolución de los dientes de leche» fue como la bautizó el marketing opositor. El primer signo de debilidad antes de ser viejo y por lo tanto criminal. Sus líderes se arrancaban los caninos, como habían visto hacer en un viejo documental griego, negándose a que el tiempo determinara su edad. Ellos querían mandar sobre sus propios cuerpos. No me tembló el pulso; la aplasté sin piedad con la ayuda de los más pequeños. Los Sin Nombre. Los Cien Mil Hijos de San Luis. Perdí a mi buen amigo Simón, uno de mis mejores generales, que ya había previsto su propia muerte gracias a sus poderes precognitivos. El idiota no me dijo nada, hubiera podido evitarlo, o al menos intentarlo. O me lo dijo y fue el precio que tuve que pagar por mantenerme en el poder. Ya no recuerdo. Los años pesan y mi memoria falla. Las pequeñas cabezas de los jefes revolucionarios se pudrieron al sol en picas para que todos pudieran verlas, con sus lenguas troceadas y los ojos arrancados por los cuervos, que se peleaban por ellos como si fueran tesoros.
Estoy agotado.
Dos años después (los ciclos se acortan cada vez más, esto es insano…) fue la «Rebelión de los chupetes», otro éxito del marketing de mis contrarios. Hacía tiempo que yo había dejado de ser el Caudillo y mis oponentes eran cada vez más jóvenes. Niños-soldados destetados a la más tierna edad, crueles por naturaleza, o por falta de ella, bastardos de leche en polvo artificial que nunca habían probado el seno materno. Tuve que sacrificar a Piggy; no sucumbí a la debilidad como Guzmán el Malo. Aún guardo sus gafas rotas como trofeo de mi victoria. Fue la primera vez que lloré. Lloré por su muerte, por la pérdida de la inocencia y por las tinieblas en el corazón de los niños. Lloré porque mi tiempo estaba acabando. Lloré porque me estaba haciendo viejo. Lloré por simple madurez. Los niños ya no lloran al nacer. Nadie sabe por qué.
Acabo de cumplir cuarenta. Hace un año las hechiceras me vaticinaron que habría otro levantamiento. Pronto. Un líder cuyo nombre comienza por J. O por G. Ya no recuerdo. Tanto da. Tengo el poder de no necesitar discriminar. Cada vez más jóvenes.
Estoy exhausto.
Anoche se cumplió mi última orden. Los primogénitos de todas las familias de la República fueron sacrificados como medida preventiva. No soportaría ya otro levantamiento. Mis huesos pesan cada vez más. Las madres y padres ni se opusieron; adolescentes sin otro incentivo que verme caer, pero que han visto como su tiempo se lo han comido las novísimas generaciones y por lo tanto sin otra motivación que fornicar como bonobos. Saben que no gobernarán jamás, pese a ser la generación más preparada del quinquenio. He cumplido la profecía. Cada vez más crueles.
Estoy hastiado.
Algunos me llaman Ralph. Otros me llaman Herodes.
No conocí a ninguno de estos dos hombres.
El que calla.
Qui tacet.
Excelente!
Me gustaMe gusta
Muchas gracias, Mariana. Seguiremos escribiendo
Me gustaMe gusta