Por José Calvente.
Siempre habrá esquimales que confeccionen para los habitantes del Congo reglas de comportamiento en las épocas de grandes calores (Stanislaw Jerzy Lec).
Parece que el origen de las carreras populares ha quedado resuelto, tras diversos y sesudos estudios que han podido por fin aclarar una de las cuestiones capitales de nuestro tiempo y motivo por el cual el señor Dylan no le coge el móvil a los del Nobel. Las carreras populares se originaron en Kindu, esa es la conclusión del estudio.
Frecuentemente me recomiendan hacer ejercicio por salud mental sobre todo (mientras me miran la generosa barriguita). Hoy decidí vencer al gen vago que me gobierna y hacerles caso. Tras dar varias vueltas al aparcamiento del aeropuerto donde queda la base de la ONU, me decidí a adentrarme en la ciudad llegando a la base militar belga para alargar el recorrido unos cientos de metros. De repente, tres mamás (una de las grandes ventajas del país es que no es necesario aprender ningún nombre, y mira que el swahili es fácil, porque tod@s son papá y mamá), con más kilos de sobra que yo, chanclas de equilibrio precario, camisetas amplias sin sujetador y faldas de paño africano junto a unos cuantos zagales de entre cinco y ocho años, se pusieron a correr detrás de mí, entre risas y chancletazos. Mi ritmo de tortuga les permitió mantenerse fácilmente en el grupo, incluso a los menores de 5 años y así en pandilla nos embarcamos en la actividad del running, eso que se lleva ahora tanto.
Comencé a hablarles ante el absurdo de la situación y más que nada por disimular, porque a mí correr y hablar a la vez me sienta mal, sobre la salud y lo beneficioso del ejercicio, casi como haría un Mariano Ozores de turno, pero solo recibí algunos monosílabos y muchas risas del grupo que en paralelo y a mi estela no tenía dificultad en seguirme, conformando un bloque sólido, como un pelotón en el Tour. Como vi que sacarlos de rueda quedaba fuera de mi alcance y que el flato me atacaría a mí antes que a la pandilla runner, me detuve fingiendo estar cansado para evaluar de nuevo la situación. La pandilla decidió disolverse tras tomar suficientemente el pelo al mzungu (blanco), algo extrañados imagino por lo que debe de ser correr por gusto, aunque a mí la verdad, gusto, gusto…
Al volver al aparcamiento, uno de los policías nacionales congoleños que vigila la base de la ONU, intrépido como pocos y ávido por experimentar eso que lo peta tanto en Europa, decidió seguirme de cerca, muy de cerca y cuando me puse de nuevo a correr, entre asustado y más asegurado que con la mutua madrileña, me siguió taconeando con su running como una flamenca con sus botas y su traje azul marino. Intuí rápidamente que tampoco le debía costar demasiado seguir mi ritmo y cuando salí de nuevo a la ciudad creyendo intimidarlo al sacarlo de su zona, el policía no dudó en seguirme como si nos fuéramos los dos de maniobras.
Las mamás y los niños que, después de ridiculizarme, volvían a vender plátanos y cacahuetes en los pequeños puestos cerca del aeropuerto se fueron apartando ante una situación que les hacía menos gracia que la anterior del mzungu solo y dicharachero. Y yo acabé mi primera experiencia de runner en Kindu como el presidente de Estados Unidos corriendo con un escolta. Decidí acortar la distancia y dejar la media maratón para otro día, entre el esperpento y el miedo que me causaba el que quería vigilarme con sus botas flamencas. Ahí supe que no me convertiría en un runner molón en el Congo.