No vuelvas a los lugares en los que fuiste feliz (V): De cuando ser friki no era cool

 

Por McLovin

Creí que era una aventura y en realidad era la vida.

Joseph Conrad

 

La primera vez que vi la instalación del artista norteamericano Mike Kelley (ojo al título) A Continuous Screening of Bob Clark’s Film “Porky’s” (1981), the Soundtrack of Which Has Been Replaced with Morton Subotnik’s Electronic Composition “The Wild Bull”, and Presented in the Secret Sub-Basement of the Gymnasium Locker Room1 tuve una pequeña revelación. Me llamó la atención que en la instalación artística varias pantallas reproducían en bucle la película Porky’s. Coger la historia de unos adolescentes pringaos (¿hay algún momento más friki que la adolescencia?) de un producto de consumo masivo como fue la comedia Porky’s (si no sabéis de lo que hablo no habéis vivido los 80) me pareció la sublimación perfecta del frikismo más absoluto. Como volver cool lo uncool. Una metáfora excelente de los nuevos tiempos.

¿Quién lo hubiera dicho? ¿No asistimos quizá al apogeo de lo friki? Los superhéroes del universo Marvel revientan la taquilla año tras año. Christopher Nolan llevó a la madurez crítica al hombre murciélago de DC Comics en su trilogía, conquistando a crítica y público. Los rarunos (que diría Joaquín Reyes) de The Big Bang Theory son los nuevos Friends del siglo XXI. El mundo suspira con ansia a la espera de la nueva temporada de Juego de tronos, basada en las novelas de Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin, antaño solaz del reducto de fans de los juegos de rol y de las fantasías medievales. Incluso las cinco temporadas de Breaking Bad no son más que la conversión de un pobre diablo y friki de la química en el jodido Heisenberg, rey del mambo de la metanfetamina. Parece que el imaginario y la cultura popular ha asimilado lo raro. ¿Acaso no son los hipsters frikis que se han vuelto guays por obra y arte de la modernez reinante?

Si nos hubieran dicho hace cuarenta años el completo triunfo del frikismo actual, que domina desde las pantallas de Hollywood hasta el nuevo universo de las series, no lo hubiéramos creído. Dicen que parte de la culpa de este frikismo rampante la tuvo un joven director de cine norteamericano cuando, allá por finales de los 70, decidió filmar “la historia de Mace Windu, reverenciado Jedi-Bendu de Ophuchi, aprendiz ‘padawaan’ del famoso Jedi” (Yo hubiese pagado solo por ver la cara de los productores cuando les pedía dinero para financiar la película sobre la base de esta pequeña sinopsis). Una pequeña película de ciencia ficción casi de serie B que mezclaba elementos del western y Flash Gordon en la que nadie creía y que ahora, tras la compra del estudio por Disney, se ha convertido en una engrasada máquina de hacer dinero, si ya no lo era. La película se llamaba La guerra de las galaxias y el director  George Lucas. ¿Hace falta decir más? De aquellos polvos estos lodos y  esta película cambió la industria del cine, el merchandising (esa es otra anécdota que merece un capítulo aparte. Todavía hay ejecutivos del estudio cortándose las venas por el gol que les metió Lucas… Pero como digo, esa es otra historia) y probablemente el paradigma cultural en general. Un género relativamente minoritario se hizo popular, con el correspondiente efecto mariposa que se rastrea hasta nuestros días. Con perspectiva ahora es muy fácil verlo, pero en aquel momento no lo fue tanto. Cuenta Juan Tejero en su excelente Este rodaje es la guerra una pequeña anécdota que da idea de cómo han cambiado los tiempos:

Lucas proyectó una copia sin terminar de película a un selecto grupo de amigos poco después de la ceremonia de los Oscar, en marzo de 1977. Brian de Palma, Martin Scorsese, Steven Spielberg, John Milius y Alan Ladd Jr. estaban allí. Lucas había insertado escenas de combates aéreos en blanco y negro de viejas cintas bélicas en lugar de los efectos especiales (aún sin terminar) y la música de John Williams brillaba por su ausencia, pero era suficiente para hacerse una idea de cuál iba a ser el resultado.

Al final de la proyección se produjo un embarazoso silencio, roto por condolencias en vez de felicitaciones. De Palma se mostró particularmente irónico en sus comentarios y Ladd, al menos, sintió un gran alivio: no era tan mala como imaginaba. Spielberg fue el único que apoyó a su amigo. “George, es genial”, dijo. “Va a hacer cien millones de dólares.”

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Probablemente sólo un friki podía entender a otro friki. Ambos tenían razón y ya nada volvería a ser igual. En la actualidad, como afirma Tejero, La guerra de las galaxias ha dejado de ser un filme para convertirse en un género en sí mismo y una parte de nuestra cultura misma. Y por el camino, todos nos hemos vuelto un poco frikis, añado yo.

Pero la idea de este post es hablar del frikismo AC (antes de ser cool). Y para ello recupero dos obras literarias con dos personajes icónicos de lo que siempre se entendió por friki. La primera de ellas relata las peripecias de un personaje lleno de excentricidades, un gordo bigotudo de aspecto estrafalario y fanático del Quijote que dice estar escribiendo una crítica que a nadie parece interesar contra la absurda modernidad que le ha tocado vivir. Ignatius Reilly, que así se llama el personaje central de la hilarante La conjura de los necios, come perritos calientes como si fueran caramelos por las calles de una Nueva Orleans llena de pintorescos secundarios de lujo y habla como Tomás Moro, en tanto intenta controlar sus flatulencias y eructos descontrolados y arremete de manera quijotesca contra la estupidez rampante y la desolación generalizada.

Hay quien ve en Ignatius un moderno y obeso Don Quijote: La gorra de cazador sustituye a la bacía y el alfanje a la lanza, pero no es un idealista, sino un hipocondríaco bajo el influjo de una madre zumbada y dominante. En lugar de libros de caballería, lee cómics de Batman, lo que lo emparenta literariamente con el otro personaje literario objeto de este post, como veremos.

Una novela cuya trama de enredos, personajes inolvidables y el entrañable escenario de Nueva Orleans hacen que no puedas evitar carcajada tras carcajada conforme avanzas en su lectura. Comentaba Jorge Herralde, quien tuvo el buen ojo de publicar la novela para el sello editorial Anagrama, la buena acogida que tuvo el libro en nuestro país, quizá por el espíritu quijotesco que imbuye toda la novela. Contaba asimismo que el verano de su publicación en España y tras su relativo boom era fácil ver a la gente en la playa con el libro y que podías distinguirlos a lo lejos, aún sin ver la portada, por las irreprimibles carcajadas de los lectores.

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Como muchas veces, la realidad supera a la ficción y la intrahistoria detrás del libro merece ser contada (y leída en la estupenda Una mariposa en la máquina de escribir, biografía de John Kennedy Toole escrita por Cory Maclauchlin). El autor no pudo superar el rechazo de diversas editoriales a su novela, quemó el original y se suicidó en 1969 a los 32 años cerca de Nueva Orleans. Si hemos podido leer esta extraordinaria obra ha sido gracias al tesón de su anciana madre, quien llevó una copia en papel carbón hasta el despacho de un profesor de literatura que consiguió el milagro: La conjura de los necios se publicó finalmente y su autor recibió el prestigioso Premio Pulitzer a título póstumo (por primera vez en su historia) y el resto es, nuevamente, Historia.

Otro friki y otro Pulitzer.

En 1996 una recopilación de relatos bajo el título de Drown sacudía ligeramente el panorama literario norteamericano. Era la opera prima de un joven autor de origen dominicano, Junot Díaz (Santo Domingo, 1968). No se volvió a saber nada de él (literariamente hablando) hasta la publicación de su primera novela, La maravillosa vida breve de Oscar Wao, reconocida con el con National Book Critics Circle Awards de 2007 y el premio Pulitzer 2008.

El personaje central de la historia es otro friki, Óscar, un chaval dominicano muy negro, muy gordo, muy inteligente y muy jodido porque no encaja en su comunidad ni en su cultura. Nacido en Patterson (¿la mejor película del año?), Nueva Jersey, sueña con llegar a ser el Tolkien moderno en cuanto logre vencer el “fukú”, esa especie de maldición que históricamente persigue a su familia.

El aspecto físico del protagonista y su frikismo lo emparentan con Ignatius Reilly y es causa de su escaso éxito con las mujeres, un tema que llega a obsesionarle en una carrera contrarreloj por no ser el único “dominicano (que) ha muerto virgen”.

Su lectura es una delicia, igualmente hilarante en una combinación entre «La conjura de los necios» y «La fiesta del chivo» de Vargas Llosa, con una prosa vertiginosa y moderna. La obra repasa la vida de Óscar de León, rebautizado irónicamente por un amigo como Óscar Wao, la historia de su familia y de su país, que conocemos a través de la narración indirecta de Yunior y la hermana de Óscar, Lola (“la muchacha más hermosa del faquin mundo”), quien la cuenta en primera persona dotando de enorme verosimilitud el relato. Una historia particular que se hace universal al recoger las tribulaciones de tantos y tantos emigrantes dominicanos (o de la nacionalidad que sea) a los que les cuesta encontrar sus raíces e identidad, a caballo entre dos mundos distintos cuando no antagónicos, que en esta novela se concretan en Patterson, Nueva Jersey, y en Santo Domingo, donde transcurre la acción.

El fatalismo determinista de la tragicómica vida de Óscar, quien recrea su propio mundo fantástico con trazos de Asimov y Wells para evadirse de la dura realidad circundante, es compensado por una prosa rápida que fusiona géneros literarios, realidad y ficción o puntos de vista y saltos en el tiempo. Pero sobre todo destaca, junto a lo hilarante de la historia, un dominio del lenguaje único que combina con fluidez pasmosa inglés y español.

Si París bien valía una misa para Enrique IV (se convirtió al catolicismo para poder reinar en Francia mientras que nuestro tozudo Felipe II dilapidó un imperio defendiendo su fe. ¡Ay!, los franceses siempre tan pragmáticos y nosotros tan idealistas), este libro bien vale unas clases de inglés (en BBC, Vaughan o el método que prefieran) puesto que su lectura en VO es absolutamente recomendable, ya que el dominio del spanglish es quizá el arma literaria más poderosa y distintiva del autor dominicano. No es sólo el idioma de un autor de origen hispano que escribe en inglés, intercalando expresiones en español. Es mucho más: es un lenguaje nuevo que expresa una forma de vida nueva. Y es que los tiempos han cambiado. Ya lo dijo Bill Gates (pero podrían perfectamente haberlo suscrito Steve Jobs, Mark Zuckerberg o Elon Musk, entre otros muchos): Trata bien a los frikis, es muy posible que acabes trabajando para uno de ellos. Y Bill sabía de lo que hablaba…

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1 Una proyección continua de la película «Porky’s» de Bob Clark (1981), cuya banda sonora ha sido reemplazada por la composición electrónica «The Wild Bull» de Morton Subotnik, y presentada en el subsótano secreto del vestuario del gimnasio. Para los que tengan curiosidad puede verse en el Museo Reina Sofía de Madrid.

 

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