Por E. Asensio
Ilustraciones: Jesús Castillo
(Versión audiolibro)
Viene del Capítulo 4.
Los acontecimientos que habían tenido lugar aquella tarde-noche en las instalaciones de la Agencia supusieron un elemento suficiente para hacer trizas el delgado hilo de sueño con el que Graponov solía convivir. La cabeza le daba vueltas, y podía sentir perfectamente las palpitaciones de su órgano bombeador de sangre. Cada vez que parecía encontrar una solución para el enigma, las piezas se giraban y no terminaban de componer un puzzle satisfactorio.
Cuando a la mañana siguiente consiguió alcanzar su puesto de trabajo, con apariencia próxima a la de un vegetal, lo último que esperaba era encontrarse visita. Y no cualquier visita…
El comisario Delporte tenía buena planta, esculpida a base de gimnasio, y un semibronceado no acorde con la estación del año, que, sin duda, le hacían sumar puntos extra frente al sexo femenino. Tenía relativa fama en el distrito, pero siempre a la sombra del brigadier Beneteau, que era el que solía copar las primeras páginas de la prensa local. De Delporte, al que Graponov conocía, pero no lo suficiente, tan sólo se puede decir que cometiera un error de bulto en su exposición pública. Llevaba las uñas pintadas de color rosa. Nadie hasta ahora se había atrevido a preguntarle por qué.
El comisario, que aquel día también hacía gala de su cuidada manicura, departió con Graponov largo y tendido durante casi dos horas. En ellas, fueron muchos los puntos interesantes y que Graponov anotó satisfecho. Confirmadas con exactitud por el forense cuál fue la noche y la horquilla aproximada de horas en las que se cometió el crimen, varios naipes de la baraja caían por sí solos, ante su imposibilidad manifiesta de encontrarse en el lugar de los hechos. Potraskas, el propietario del piso, había aportado un billete de ferrocarril de la línea Kiev-Albacete, y su presencia en el tren había sido confirmada por varios testigos. Isidoro Volnyak, el portero, fue visto en un local de alterne toda la noche, bañado en alcohol y solicitando los servicios de una prostituta eslava que no podía costearse. Valbuena, la vecina, estuvo en su puesto de trabajo, el cual no abandonó, y el Dr. Kolmanen asistía a un congreso nocturno que le daba una coartada sin aparentes fisuras.
El comisario, muy profesional en todo momento, transmitió a Graponov una evidencia que a él ya le quitaba el sueño desde hacía varios días. Teniendo en cuenta las llamadas que se habían producido desde la centralita de la Agencia al número de la víctima y el descargo de todos los demás potenciales sospechosos vinculados al edificio, al asesino había que buscarlo entre aquellos muros, más, si cabe, con la última información que Delporte traía consigo: la señorita Caruso se encontraba en el país de paso, viajaba sola y, en principio, no conocía a nadie en la ciudad.
Tras despedir al comisario Delporte, quien advirtió que iba a focalizar ahora todas sus pesquisas entre el personal de la Agencia, Graponov se sentó en su mesa e informó mediante un correo electrónico a Shannon y, con copia carboncillo, a Sibierski. No quería verles. Miraba desde su mesa y, cada vez que alguien pasaba alrededor, sólo podía pensar en que había muchas posibilidades de que fuera el despiadado asesino…

Las 17 horas de la tarde fue la hora que Sibierski entendió apropiada para convocar una reunión en la sala de juntas con un claro trasfondo surrealista. La Agencia de Detectives “Spy-Der” tenía que investigarse a sí misma. Era el pequeño empujón al precipicio que le faltaba a una entidad ya de por sí en el alambre económico.
Sibierski expuso con claridad, dentro de sus posibilidades, las reglas del juego. El caso seguía en manos de Graponov y Shannon, que tenían vía libre para investigar a todo el personal, incluyendo su vida privada. Aquel que se opusiera sería despedido y presentado como principal sospechoso a las garras de Delporte, ávido de obtener resultados.
Graponov miraba en derredor y no daba crédito. “El personal de la Agencia”, pensaba… Eran cuatro gatos y tenían pánico en sus ojos. Graponov estaba convencido de que ni las limpiadoras, ni el guardia de seguridad, ni la estanquera, ni mucho menos la agente Belanova, prácticamente inédita aquella temporada, estaban detrás de aquello. Pero es que esta conclusión le aterraba Shannon y Sibierski eran los nombres que quedaban, pero ¿por qué?
CONTINUARÁ
EQUIPO TÉCNICO:
Autor: Eduardo Asensio Narrador: Juan Melgar Ilustraciones: Jesús Castillo
(Ediciones Esfinge Siglo XXI / Máster de sonido: Radiológica)