Por Nocmody.
La tocaste para ella, tócala para mí…. Si ella la resistió yo también. Tócala (Humphrey Bogart, Casablanca)
El séptimo arte ha encarnado la descripción de los más exquisitos y apetecibles bares, cafés y locales nocturnos del mundo, elevándonos más allá de los límites imaginables de nuestro deleite. Obras de puro estilismo escénico nos han trasladado a los lugares donde uno siempre ha querido sentarse y, simplemente, disfrutar de una buena charla escuchando música mientras recrea escenas de ensueño.
«La tocaste para ella, tócala para mí…. Si ella la resistió yo también. Tócala«, le espetaba Rick al pianista de color más famoso de la historia del cine de culto. Aunque se grabó en Hollywood, el Rick´s Café existe actualmente en Casablanca con la estética del clásico protagonizado por Humphrey Bogart.
Regentar, trabajar o frecuentar un bar o un café ha sido siempre un objeto de deseo de muchos hombres ya que aseguraba un cupón gratuito de conquistas, numerosos romances y momentos inolvidables. ¿Es que acaso hay alguien que no haya conocido al menos una vez el amor en un bar? No nos engañemos, cuando éramos jóvenes, y no tan jóvenes, hemos buscado en los bares algo más que pura diversión para escapar de la monotonía, hemos hallado el instinto básico del deseo (¡pregúntenle a Jeff Bridges cuando vio deslizarse por el piano a Michelle Pfeiffer en «Los Fabulosos Baker Boys»!) o la crónica de un amor incondicional, aunque a veces se tornara en un amor imposible, como le ocurrió a Bogart en «Casablanca«.
Una copa de whiskey en un bar ha marcado la virilidad, la mezquindad y el complejo masculino más que otra cosa en el mundo. Recuerdo clásicos del cine del Oeste como Howard Hawks o John Howard, virtuosos ilustradores de una generación cinematográfica que no sabía rodar una escena de bar sin colocar en primer plano un diálogo bañado con un buen trago de alcohol y servido por un camarero que todos querríamos tener como amigo incondicional
Mis memorias de bares clásicos admiten una mención particular al pub del pequeño pueblo costumbrista irlandés en «El Hombre Tranquilo», donde John Wayne reencarna a un exboxeador que se mete en alguna que otra entrañable pelea. ¿Quién no hubiera firmado darse de leches con esa camaradería y después tomarse un whiskey como si no hubiera pasado nada?

He de decir que hasta la época contemporánea, la prohibición del humo de tabaco en los bares se hubiera considerado como un asalto al corazón del amor patrio de cualquier cliente. Al margen de los hombres duros con pistolas que adornaron los Estados Unidos en el siglo XIX, el humo de tabaco y el fondo de una mesa de billar han sido testigos de obras maestras de la escena. Su máximo exponente, a mi juicio, se interpreta en la maratoniana partida de billar entre el mítico perdedor Eddie Felson (Fast Eddie) encarnado por un Paul Newman sublime, y el fabuloso Jackie Gleason, bordando al paciente pendenciero jugador apodado El Gordo de Minnesota, en la película «El Buscavidas».
El atrezzo de Saloon del clasicismo cinematográfico ha sido admirado por cineastas modernos de la categoría del gran Eastwood, cuya visión para enmarcar la melancolía del sufrimiento y el rechazo a los injustos preconceptos sociales a través de la venganza son impecablemente tratados en «Sin Perdón». Esta predilección por los clásicos ha hecho que Tarantino sea lo que es ahora. Sus antológicos diálogos enmarcados en cuerdas deshilachadas cuyo filo cortante provocan desenlaces inverosímiles dignos de su cinematografía, encuentran su culmen en la escena del bar nazi de «Malditos Bastardos».
Intrínseca apología del alcoholismo, el cine ha marcado una época y ha reflejado las costumbres de una sociedad que fomenta la camaradería a través del consumo de una auténtica droga, pero eso no es lo que parece en las películas. En realidad, el dilema moral sobre el alcoholismo lo mandamos a la basura si vemos a Salma Hayek bailar en la Teety Twister antes de la medianoche con una copa de José Cuervo reposado junto a George Clooney.

En esta particular selección de nominaciones siempre nos podremos deleitar bailando twist con la música de cualquier Juke Box junto a Uma Thurman en un café de cine americano de los sesenta, luciendo tupes y chupas de cuero, camisetas y jeans remangados, aderezados con unos zapatos de charol impecablemente impolutos, tal y como el mismísimo Elvis beatificó al ritmo del «Blue Suede Shoes«. O recrearnos con bailes sensuales como los de Michelle Pfeiffer en «Los fabulosos Baker Boys» y la tentadora mariposa de Vanesa Ferlito en el bar donde conoce Kurt Russel a una de sus víctimas en «Death Proof».
Encontré esta impecable lista de canciones para escuchar con una Juke Box que quiero compartir con vosotros:
http://www.canterburyentertainment.co.nz/linked/jukebox___disco_pdf_complete_songlist.pdf
En los 70, la mención es para Stanley Kubrick, quien rodó una escena en el ecléctico bar que nos hizo erizar de miedo cuando unos extraños amigos con bombín planeaban sus próximos actos mega-violentos bebiendo un coctel de leche. El bar se llamaba Moloko, el mismo que recreó Danny Boyle en la película de «Trainspotting», pero bajo el nombre de Korova, que es como en realidad se llama el famoso bar de Liverpool.
Finalmente, mi predilección por la saga «Star Wars» me conduce a aquel escenario interior de estudio que recreó George Lucas en la Cantina de Mos Eisley, donde Hans Solo escribía su leyenda junto a la crema de la delincuencia intergaláctica, en la ficticia ciudad de Tatooine (ciudad de Ajim, en Túnez), en el planeta adoptivo de Luke Skywalker.
Estos curiosos establecimientos han estado ligados a la historia del cine y la televisión, a la historia de nuestra sociedad, nuestra cotidianeidad y nuestras pasiones. Durante siglos, han sido testigos de relatos y diálogos sublimes, donde las historias y narrativas se escriben en tablas de madera y vasos de cristal. Los monjes escribieron la historia con tinta vegetal. Ahora la historia se escribe en tinta digital.
Sin embargo, la historia de un bar no se escribe, sólo se recrea o se traspasa de boca a boca hasta transformarse en un poderoso canal de comunicación que, a modo de Matrix, vincula al mundo conocido en una red de la que no podemos escapar porque siempre fuimos y seremos parte de ella.