Sólo aguanta Lanfranchi

Por E. Asensio.

No puede uno ser valiente si le han ocurrido sólo cosas maravillosas (Mary Tyler Moore).

Siéntense y pónganse cómodos. Les sitúo. Verano de 1995. Vacaciones. Piscina. Tour de Francia. El quinto de Miguel Indurain. Para los seguidores de la ronda gala más allá de mero complemento siestero, es un cóctel insuperable, difícil de repetir.

Una coca-cola fresquita con hielo delante de la pantalla. La vida es para ti. No necesitas más. Te evades por completo y te trasladas en cuerpo y alma, una sobremesa más, a la gravilla francesa, a los paisajes asombrosos, al sonido del helicóptero. Prácticamente estás tú en el grupo de escogidos de la etapa número 9 del 11 de julio, Le Grand-Bornard-La Plagne, 160 kilómetros, climatología favorable. El día antes, Miguel ha dado otro golpe de efecto en su terreno favorito, la lucha contra el crono, y pedalea glorioso enfundado en el maillot amarillo al que tanto nos mal acostumbró.

El suizo del mítico ONCE, Alex Zülle, de obligado color rosa en la Grande Bouclé, se halla destacado en fuga. Le sigue el competitivo ruso Pavel Tonkov, del Lampre, que nunca defrauda. En el grupo de favoritos, lidera la persecución un Indurain al que no le quedan ya gregarios tras terminar su trabajo el leal Vicente Aparicio. Sólo citar el elenco me pone la piel de gallina; están: Chiapucci, Rominger, Escartín, Pantani, Cubino, Dufaux, Riis, Jalabert, Gotti, Buenahora, Mejía…

Entonces sucede. No sé por qué me quedé con aquella imagen. Tal vez encajaba como resumen de tantas emocionantes etapas, de tantas alegrías frente al televisor. El hecho es que Miguel ha activado el ritmo de locomotora, una vez que esto ocurría no había marcha atrás. Está decidido a ir a por su quinto Tour, a igualar a los más grandes de la historia. Sus oponentes se abren exhaustos a los lados de la carretera ante semejante ritmo diabólico. El grupo es cada vez más reducido. Narran Pedro González y Perico.

Cuando como último superviviente de la masacre el prometedor Iván Gotti dimite en el empeño, un corredor italiano del modesto Brescialat va hacia adelante con furia, decidido y consigue quedar sólo tras el coloso amarillo. No es fácil reconocerlo a primera vista. Se trata de Paolo Lanfranchi. Ni mucho menos uno de los grandes nombres. Ni mucho menos uno de los favoritos. Pero únicamente  aguanta él.

Son unos segundos que han permanecido en mi cabeza décadas hasta que ahora los pongo por escrito. En la secuencia, Miguelón avanza firme, impertérrito, como si la cosa no fuera con él, como si estuviera tranquilamente encima de una bicicleta estática. Lanfranchi, por el contrario, se zarandea detrás como puede, se retuerce encima de la bicicleta, tiene que moverla mucho más que la del navarro, parece precisar de un esfuerzo descomunal para simplemente mantener la rueda.

Lanfranchi 1
Momento en que Lanfranchi se queda solo ante la «locomotora» Indurain

Les digo que son unos segundos los que transcurren hasta que Lanfranchi termina cediendo exhausto, hasta que Miguelón lo pulveriza y continúa como una bala solitaria en busca de Zülle, hasta que el arriesgado perseguidor es engullido por los otros damnificados y regresa al cruel anonimato. “Lanfranchi que ha hecho cataclán también…– comenta el malogrado Pedro González en directo. Pero esos metros, esos segundos, en los que el ciclista terrenal intentaba mantener el tipo ante el superhéroe nacional, para luego claudicar como el resto de rivales, captaron mi atención de una forma inusitada.

Paolo Lanfranchi cuajó una buena participación en aquel Tour, terminando en la posición 14. Su mejor clasificación de largo. En su hoja de servicios no se encuentran grandes victorias, quedando para la hemeroteca como un ciclista que no iba mal cuando la carretera picaba hacia arriba. Como mejores éxitos de su palmarés quedan registradas una etapa en el Giro de Italia del año 2000 y sus victorias finales en el exótico Tour de Langkawi. Recientemente fue noticia por cambiar la bici por los pies y finalizar cuarto absoluto en la “Brescia Art Marathon” con 46 años.

Pero su momento de gloria que aquí les cuento, a mí me caló, representó la osadía del desconocido frente al extraterrestre del ciclismo. Durante unos segundos, allí en el asfalto francés y en el salón de mi casa, el desconocido Lanfranchi era el único que había aguantado al portento de la naturaleza.

Eso sí, gracias a este golpe de valentía, cuando durante un par de años más seguí jugando a la vuelta ciclista con mis chapas, si la etapa del día tenía montaña programada y en la línea de salida estaba Paolo Lanfranchi, el tío, con permiso de los grandes nombres, partía siempre como favorito.

Lanfranchi 2
Lanfranchi sonríe enfundado en el maillot de Mapei, otra de las escuadras italianas en las que militó

 

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