Garrapatera (cap. 3)

Cuaderno de bitácora: en barco por Mallorca y Menorca

Por José Mª Gentil Girón

Capítulo 1 aquí / Capítulo 2 aquí.

A las 4 de la tarde del día 12 de julio, fondeados en Cala Pregonda, en el norte de Menorca, me dicen que el (por mí muy venerado) Canijo de Jerez ha leído el primer post y hasta lo ha comentado. Una gran alegría. Si vuelve a leer este, le diré: “Canijo, no veas lo difícil que es explicar el nombre del barco a los mallorquines”.

Como estáis leyendo esto ya podéis suponer que todo ha ido más o menos bien y que llegamos a Menorca. Divisamos el Cap de Artutx a las 3 horas de navegada, y la ola Puigdemont se fue debilitando y haciendo hasta agradable. Como venía del noroeste, preferimos acercar el barco a una cala del lado sur a pasar el día antes de entrar en Ciutadella. En las cartas naúticas no encontrábamos ninguna cerca, pero Marga se fijó en el palo de un velero entre las rocas y me avisó: “allí hay alguien fondeado”.

Según Google Maps se llamaba Cala des Parejals. El agua era azul turquesa como los mejores días que recuerdo en Formentera y el pequeño promontorio de roca nos protegía del viento. Allí que nos quedamos. El primer contacto con la isla fue maravilloso.

Nos echamos a bucear un rato y pasó lo habitual. Cuando fui con las gafas y sin arpón vimos una dorada, varias herreras y lisas de punto amarillo. Cuando volví con el fusil, no vimos nada. En esto, básicamente, consiste la pesca submarina. Aún así, disfrutamos inmensamente del color del mar y de la contemplación de los surcos de arena en el fondo. Marga vio varios lenguaditos, y quisimos cogerlos con un tridente que llevo en el barco, y que había encontrado buceando en la playa de Cortadura en Cádiz, mi cotito de pesca cuando vivía en el Puerto. El resultado fue también negativo.

Para comer teníamos las gambas compradas a los pescadores el día anterior. El homenaje fue de órdago. Como bien nos aconsejan siempre, hay que ponerlas poco tiempo a la plancha, y que se conserven un poco cruditas. La verdad es que siempre había sido de gamba blanca de Huelva, pero la del Mediterráneo me está robando el corazón.

No quisimos levantar el ancla muy tarde. Queríamos aprovechar el amarre para pasear un poco por la ciudad, y además el 11 de julio es nuestro aniversario de boda, así que teníamos reservado en el famoso Café Balear.

Había leído alguna vez que entrar en el puerto de Ciutadella es una experiencia que debe tener alguna vez en la vida todo navegante. Quizá sea un poco exagerado, pero ciertamente es hermoso. El canal estrecho conserva su espíritu antiguo, y al fondo se divisan la muralla y la torre de la catedral. El puerto público es de un nivel altísimo, con finger para bajar del barco y hasta wifi. Nos sentimos muy bien acogidos, aunque mi error fue decirle a Marga que hablara ella por radio en mallorquín. Le cogieron el gusto los marineros y no pasaron al castellano en ningún momento, y si bien generalmente me entero de todo, con el acento menorquín me resultaba imposible.

Duchado y arreglados, salimos a pasear por el maravilloso casco histórico de la ciudad, hicimos algunas compras y bajamos a cenar al restaurante. Un poco estirado, para mi gusto, pero el aniversario lo merecía. Cenamos la langosta con cebolla, nada menos. De categoría.

Esta mañana hemos comprado hielo, cerveza y un par de cosas más y salido de puerto después de desayunar unas tostadas con tomate de ramallet, que aquí llaman tomate hierro (no sé por qué, pero en Mallorca no aparecen en los mercados hasta finales de agosto y en Menorca ya tienen).

La navegada por el norte de la isla ha sido una gozada. Poco viento y muchas millas sin cruzarnos con nadie, y sin ver ninguna población en la costa. No hay casi vegetación, sólo los restos de poblados prehistóricos y algún senderista de cuando en cuando.

Una de las ilusiones que tenía para cruzar de Mallorca hasta aquí era poder pescar al curricán más lejos de lo que habitualmente hago. El desastre fue total, ni una pieza. Sin embargo hoy hemos tenido suerte con el señuelo que hemos echado. Marga se dio cuenta de que tiraba y empezamos a recogerlo en equipo. Ella decía que no pesaba casi, y temíamos que fuera una bolsa de plástico, pero al final de trató de una bacoreta de más de dos kilos que con ciertas dificultades conseguimos subir a bordo. Como en la pesca desde embarcación soy un paquete, ha sido un subidón.

Hemos fondeado el barco en un rincón llamado Cala Pregonda. Si tuviéramos que diseñar una playa, aún no nos quedaría tan bonita como esta. El agua está calmada completamente y la costa es de una belleza salvaje a la vez que decadente por la falta de vegetación. Hemos estado buceando y hemos podido cruzarnos con sargos, salmonetes, herreras grandes y un banco de serviolas (es la primera vez que Marga las ve). Por supuesto, no llevaba el arpón.

La comida que estaba planificada era un tomatito aliñado con atún de bote, pero se ha convertido, por la gracia de Neptuno, en lomos de bacoreta a la plancha, tartar, sashimi y carpaccio. Disfrutar estos manjares porque has sido capaz de pescarlos es lo que yo llamo un lujo garrapatero.

La tarde está cayendo con su modorra, y entraremos tarde a dormir al Puerto de Fornells. Quedan horas de disfrutar esta vista paradisiaca, de buceo, y quizá ahora sí de arponear algún pez.

Como siempre, garrapateros.

Sigue el capítulo 4 aquí.

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