Cuaderno de bitácora: en barco por Mallorca y Menorca
Por José Mª Gentil Girón
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Comienzo a escribir el día 21 de julio con la tristeza de que falta una de las personas que hacen posible el blog y por tanto que me han dado la oportunidad de ir contando por aquí la aventura de la Garrapatera II. Anoche, cuando nos enteramos, me quedé impactado. Ahora, mientras amanece en el Puerto de Pollensa, y solo me llega el sonido del viento y los pájaros, me acuerdo del poema de Foxá que decía: “Y pensar que después que yo me muera, aún surgirán mañanas luminosas…”
Se hace perentorio, aun así, continuar este relato. El 19 de julio, con un parte meteorológico desfavorable para las jornadas siguientes, las fechas nos apremiaban para volver a refugiarnos en la costa norte de Mallorca. Nuevamente, los nervios me despertaron bien temprano. Cierto que ya no era la primera vez que cruzábamos el canal, sino la segunda, pero la responsabilidad de llevar un barquito de menos de ocho metros entre las islas me sigue imponiendo. Para liberar la cabeza, me eché al agua mientras Marga aún dormía y conseguí hacerme con un sargo bien grande que acompañase al pescado que ya teníamos. Sorprendentemente, la muy turística Cala Galdana acabó siendo un punto de pesca muy interesante.

En media hora más, tenía hecha la colada, recogida la zodiac y el fueraborda, y el motor diesel comenzaba a desperezarse, con cuyo ruido mi mujer se levantó. Pusimos proa al cabo de Farrutx con buena mar; una ligera ola del sureste no impedía una navegación a buen ritmo, y de nuevo bajamos los señuelos al mar para intentar atrapar algún túnido, lo que una vez más no resultó.
Un par de horas después íbamos perdiendo de vista Menorca. Al haber llegado tan lejos, abandonar este destino nos dejaba una cierta sensación de vacío. Aunque no era para ninguno de los dos nuestra primera visita a la isla, el verla desde la perspectiva inmejorable de un llaut nos ha hecho quererla y nos hará extrañarla. Te trobarem a faltar, roqueta.
También apareció el primer problema de cierta gravedad desde que partimos de Port Adriano. A mitad de travesía, mientras descansábamos en las colchonetas de proa, comenzamos a observar que el rumbo cada vez era más al este, desviándonos de nuestro destino. Pasé a los mandos para comprobar que efectivamente el piloto automático no estaba funcionando, y perdía la referencia de la orientación del timón. Tuvimos que ponernos a cargo del mismo, lo que hace las singladura largas mucho más fatigosas. El último tramo en concreto, con el mar ya levantado, fue muy pesado, pero finalmente conseguimos llegar a la cala Es Caló en Betlem.
Es este un buen refugio donde existe un viejo muelle que algún temporal destruyó hace décadas, y el agua cristalina acompaña a una costa de montañas y pinares completamente virgen. El fondeadero es popular, y cuando llegamos ya había algunas embarcaciones, pero no tuvimos problema en hacernos con un sitio. Allí disfrutamos de bucear, pasear por los caminos cercanos y de una comida espectacular. Teníamos tanto pescado que invertimos los lomos de la dorada en el mediodía, con cebolla confitada, y despiezamos los sargos para hacer un tartar y un sashimi por la noche. Además, por la tarde, pude atrapar una barracuda.

Sobre las seis, sin embargo, el viento ya parecía indicarnos que la noche no sería tan plácida allí como pensábamos. Con el recuerdo de la incómoda que habíamos pasado en Cala Galdana, hicimos una llamada al cercano puerto de la Colonia de Sant Pere, donde conseguimos un amarre. Conectados a la electricidad de puerto, pudimos congelar los sargos y salir a dar una vuelta y cenar en el Náutico de la Colonia, aceptable para después de un día de navegación.
La localidad, debo decir, bien merece una caminata por su paseo marítimo, especialmente al atardecer. Es de una gran tranquilidad, con las olas muriendo a los pies de antiguos viveros de pesca elaborados en roca (construcción que únicamente he visto aquí), y la puesta de sol, al otro lado de la bahía de Alcudia, se ofrece espectacular.
A la vuelta eran casi las doce, y por tanto el santo de Marga. Tenemos la costumbre de que por esta festividad nos hacemos regalos que hayan implicado nuestro trabajo manual, y no meramente comprados. En la Garrapatera II habían viajado de incógnito desde nuestra salida, unas camisetas diseñadas por mi alusivas al viaje, y un microcuento que le escribí antes de partir, y que titulé “Mirar en la dirección correcta”. Parece que le gustó la sorpresa.

El 20 de julio desayunamos en el barco, aprovechando que nos habíamos hecho con reservas de tomate de ramallet, y partimos hacia la bahía de Pollensa temprano. El mar, esta vez sí, nos cogió como un plato; creo que fue la calma más absoluta de todo el viaje. No obstante, a la altura del Cap de Menorca ya se empezó a complicar, añadiéndole a esto las olas que dejaban los ferrys que hacían el trayecto entre Ciutadella y el Port de Alcudia. Dejamos atrás el Coll Baix, preciosa playa que ya habíamos visto en un viaje anterior con la primera Garrapatera, y atravesamos hasta Formentor, protegidos por la islita del mismo nombre.
Aquí nos amarramos a una boya de las que gestiona Proyecto Hombre, ya que el fondeo con ancla está prohibido para proteger el fondo marino. Pues bien, la experiencia fue nefasta. Llegan a cobrar (lo único que al parecer les interesa) sin una mínima sonrisa, ninguna simpatía, se amarra al punto que ellos consideren de tu barco sin pedir siquiera permiso, y lo peor de todo, se negaron a llevarse una cocina portátil que buceando había encontrado tirada entre la posidonia, con el argumento de que no recogían basura. Marga se quedó con las ganas de decirles que pensábamos que estaban allí para cuidar del mar, pero desde esta tribuna lo hacemos ahora. Tuvimos que desembolsar los catorce euros por pasar el día y cargar con la cocina para desembarcarla nosotros más adelante. Qué gente, oiga.
Formentor es una playa mítica de la isla, donde se rodó parte de algún anuncio de Estrella Damm, con un perfil de la costa bastante preservado entre pinos y tamarindos, y alguna vivienda que no agrede a la vista. Entre los árboles se adivina el popular hotel que toma el nombre de la playa, que fue alojamiento de estrellas de Hollywood durante la época dorada de Mallorca, y donde sus recordadas jornadas literarias hicieron pisar la isla a portadores de nombres que admiro como Borges o Cortázar. Hice una vez más pesca a muy poca profundidad, y en una de las esperas entró una barracuda de las muy grandes, que aquí en el Mediterráneo, por desgracia, son poco abundantes. De nuevo la adrenalina a tope, y el tenso aguante de los segundos necesarios para que el pez tome la curiosidad necesaria para acercarse, y de nuevo, por suerte, el disparo certero, y el subir a bordo una gran pieza. Se nos acumula la comida, y pero dimos salida a los sargos en tartar (acompañado de tomate, cebolla y aguacate) y sashimi con salsa de soja y wasabi.

Por su santo, Marga me iba a invitar a cenar en el Puerto de Pollensa, donde no había amarre, así que nos fondeamos junto a su espigón. Aunque es un sitio seguro, la ola de noreste hacía prever una noche muy incómoda de nuevo, así que llamamos a Ports Illes Balears para solicitar un sitio para pernoctar. La primera respuesta fue negativa, pero a las ocho de la tarde, cuando las reservas decaen, nos dejaron pasar y nos otorgaron un puesto. Esta mañana, cuando he salido a andar un rato, he visto que varios más también se quedaron libres.
Cenamos estupendamente en el restaurante Abacco. Gran combinación de sushis y similares junto con preparaciones más innovadoras que nos hicieron disfrutar, y eso que como podéis imaginar, en el pescado estamos de lo más exigente dada la materia prima que obtenemos.
El día ha amanecido despejado y el viento parece escaso, si bien la previsión, aunque protege la zona de la Tramuntana, nos da a ver que doblando el cabo de Formentor podríamos tener algún problema. Para mañana es mucho mejor, así que, dado que no tenemos prisa, vamos a esperar un día para asaltar la última parte del viaje, en la que recorreremos el paraje más inhóspito de Mallorca, la Sierra de Tramuntana. Más de setenta millas con un solo refugio seguro, el puerto de Soller, que más vale afrontar con un parte favorable. Llevamos ya recorridas más de doscientas, y hemos vivido en la Garrapatera II algo más de dos semanas. Ahora que empezamos a ver el final del viaje, no podemos menos que afrontarlo con optimismo y soñando que siga siendo un canto a la vida y la libertad.
No sé si queda algo pretencioso citarse a uno mismo, pero añadiré unos versos de un poema que escribí hace algunos años y que permanecía inédito hasta este momento:
“Para el día en que yo me muera, os pido algunos favores.
Esparcid mis cenizas en el mar, en esa punta que mira a África
o aquel cabo de aguas turquesas y mediterráneas,
o bien bajo una encina
en la dehesa donde aprendí a montar a caballo,
o en una huerta al pie de la Sierra de Santa Bárbara.
Rezadle a una Virgen que sale el Lunes Santo
y no olvidéis que he profesado la fe de mis mayores.
Repartid las pocas cosas que tengo
como entendáis que yo lo hubiera imaginado.
No son ellas mi herencia, no,
sino los versos, los cuentos y las palabras.
Para el día en que yo muera os pido
que guardéis amplia la sonrisa,
que recordéis algunos de mis sueños de libertad,
que escuchéis en la intimidad un fandango.
Y que no os pueda la melancolía; mirad:
El sol seguirá saliendo por el levante, aún en invierno.
La primavera llenará de flores el campo.
Con el verano se acercarán las doradas a la costa.
El otoño traerá la berrea de los venados.
Y el simple hecho de no estar, veréis,
No significará que no exista”.
Supongo que con los matices adecuados se puede aplicar a cualquiera y puede emocionar a cualquiera.
Como siempre, garrapateros.
In memoriam, 21 de julio de 2019.
Sigue el capítulo 7 aquí.
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