Garrapatera (cap. 8 y último)

Cuaderno de bitácora por las islas de Mallorca y Menorca

Por José María Gentil Girón

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Si las puestas de sol en la costa de la Tramuntana son las más espectaculares de toda la isla, como es conocido, posiblemente en ese rincón donde dormíamos el día 24 de julio, Sa Foradada, se pueda observar una de las mejores. Las paredes de piedra hacen aconsejable echar el ancla cerca de la orilla, para estar más protegidos de todos los vientos, pero cuando ya se acercaba el ocaso nos montamos en la lancha auxiliar para salir a mar abierto a disfrutarlo, lo que al poco fue imitado por los tripulantes de otros barcos y se formó una pequeña multitud que flotaba absorta en la contemplación de una cosa tan sencilla e imponente.

El lugar está alejado además de cualquier ciudad, así que nuevamente se impuso observar las estrellas hasta tarde, mientras dejábamos volar nuestra imaginación para figurar a aquellos navegantes que únicamente las tenían a ellas para orientarse. En tiempos en que la electrónica (por suerte) se ha extendido en los barcos, y el piloto automático me lleva al punto que previamente le he marcado en el plotter, lo otro parece magia.

Pasé mala noche por el calor, pero por la mañana decidí probar a hacer algo de pesca submarina. El día anterior, en que tantas cosas se habían gafado de repente, me había ofuscado ligeramente, pero el mundo me iba a demostrar de nuevo que no vale la pena preocuparse en demasía. La zona es de aguas muy claras, poca fauna y profundidades que caen rápidamente hasta los treinta metros; se puede decir que son las condiciones en que me encuentro más incómodo en este deporte, porque te exige apneas muy largas y mucho esfuerzo físico con pocas recompensas morales en forma de capturas. No obstante, Neptuno quiso compensarnos los dos días de fracasos que llevábamos a cuestas, y pude hacerme con una barracuda y dos sargos. Salí del agua con la sensación de que el sino volvía a cambiar.

Preparé el desayuno antes de que Marga se despertase. Que nadie piense que por estar embarcados se tiene que desayunar estoicamente, porque solemos tomarnos nuestro té, tostadas con tomate de ramallet y aceite y algo de fruta. Teníamos por delante la última etapa importante y aunque la previsión era muy buena, tampoco quise salir demasiado tarde. Sobre las ocho y media, partimos.

A partir de ese punto, la Sierra se va, podríamos decir, suavizando, y las montañas, vistas desde el mar, pasan a ser más bajas y pobladas de vegetación. Fuimos pasando, consecutivamente, los pequeños pueblos que constituyen las calas de esta zona, todas preciosas pero muy arriesgadas para el fondeo por estar abiertas al viento: Port des Canonge, Banyalbufar (con sus bancales ganados a la montaña, que contemplados desde el agua impresionan), y Estellencs. Al frente fue apareciendo la silueta de la Dragonera.

Simbólicamente, este era el hito que nos quedaba. La isla está situada frente a la localidad de Sant Elm, a unas dos millas, y se encuentra hoy deshabitada. Marca el extremo suroeste de Mallorca, y por tanto, prácticamente, la llegada a la zona de la que habíamos salido hacía tres semanas. Fue emocionante, y a la vez supuso una sensación de cierta orfandad. He invertido en este proyecto muchísimas horas de estos últimos tres años, en los que partía de no saber nada de barcos, vientos y oleajes, y de repente, ahí estaba, prácticamente completado.

A partir de este punto, la costa cambia de nuevo. La cercanía de diversas instalaciones portuarias y las muchas calas aptas para el fondeo suponen como consecuencia gran cantidad de navegantes y alta ocupación en los fondeaderos. Las profundidades se hacen más amables, y por tanto el agua recupera ese color turquesa tan característico de las Baleares. Pasamos Cala Basset y Cala En Tió, para recalar finalmente en Cala Egos. Los tres son lugares no aptos para llegar por tierra, muy hermosos, pero tras tres días navegando por la parte más abrupta de la Tramuntana, de pronto me parecieron pequeños, como si hubieran menguado desde la última vez que estuvimos.

El pescado atrapado por la mañana lo comimos enharinado y frito, y por la tarde entramos en el Puerto de Andratx. Se trata de una bahía amplia y agradable, donde coexisten un puerto público y otro privado, y hay una amplia variedad de tiendas y restaurantes, ya que se ha convertido en un centro de veraneo muy popular. Como siempre, probamos en Ports de las Illes a través del canal 8 de la radio, y como casi siempre, nos otorgaron un puesto para pasar la noche, no en el muelle de tránsito esta vez, sino en el permanente, junto con otros llauts, primos de la Garrapatera. 

Al ir a entregar los papeles, un trámite habitualmente, parece que nos tocó un marinero recién incorporado al puesto que acompañó su exceso de celo con una amabilidad y sonrisa permanentes. Nos tocó entregar el seguro, el recibo, el certificado de navegabilidad con las inspecciones técnicas y una multitud de documentos para que los escaneara. Probablemente es el procedimiento a seguir, pero lo cierto es que nunca lo había visto cumplir de forma tan exhaustiva.

La avería de la toma de 12 voltios nos obligaba a estar en muelle para enchufar una toma de 220 al barco y poder tener electricidad. Además, pudimos comprar un cargador de mechero y hacer funcionar de nuevo el apaño provisional que teníamos fabricado con la batería de coche que llevábamos a cuestas. Realizadas estas labores de mantenimiento, nos duchamos y salimos a cenar a La Universal, un sitio de apertura reciente pero que ya nos tenía ganados de visitas anteriores, en nuestra opinión la mejor opción en la localidad.

Aunque en Andratx siempre tememos que haya demasiado ruido de la juerga nocturna durante el verano, parece que al no ser fin de semana la cosa no se desmadró y descansamos razonablemente. El día amaneció luminoso; sin embargo un viento suroeste ya me tenía un poco escamado. En aquella bahía no se notaba demasiado, pero ya me ha pasado allí alguna vez que al salir hacia Port Adriano la ola te coge de frente muy desagradable y el barco sufre mucho. Hicimos algo de tiempo paseando, pero finalmente nos pusimos en marcha y se confirmaron nuestros temores.

El mar nos quiso complicar aquellas últimas millas y tuvimos que cerrar escotillas y portillos, ya que las salpicaduras llegaban al interior de la cabina, y prescindir del piloto para afrontar manualmente los problemas de este tipo de navegación. Por suerte, en apenas una hora ya nos protegía el perfil de las islas Malgrats y pudimos refugiarnos en la bahía de Santa Ponsa. La ocupación en esta época es alta, en gran medida por barcos que tienen allí su residencia estival permanente en lugar de pagar un amarre, y la gran claridad de sus aguas en invierno ha ido tornándose de una ligera turbiedad. 

Por la tarde levamos ancla cuando el tiempo ya estaba más estable y el viento térmico se había adueñado del día. El final era apenas media hora. Tres accidentes geográficos que nos sabemos de memoria, la Punta de Na Foradada, el Cap Negret y Punta Prima, y al fin el espigón de Port Adriano, con la isla del Toro en el horizonte, y amarrar el barco en el mismo punto del que lo habíamos sacado tres semanas antes; al mismo tiempo que esbozábamos una sonrisa, me iba invadiendo una cierta melancolía. Después de trabajar en este sueño tanto tiempo, era como quedarme un poco vacío.

¿Qué nos quedaba? No el hito, sino el viaje. Recordé lo que dice el personaje principal de un cuento de Borges: “El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos para llegar hasta él. Esos caminos hay que andarlos”.

Nos abrazamos y nos reímos. Sonaba en la radio del barco Arena en los zapatos: “Lo mejor del final es cuando uno quiere volver otra vez a empezar..”

Al fin y al cabo, Garrapatera no es solo el nombre de un barco, sino también nuestra vida. Libertad en estado puro.

Resumen en vídeo de los 8 capítulos.

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